Perfil (Domingo)

20 mil leguas de sueño submarino

- OLIVERIO COELHO

Como la mayoría de las personas, nunca estuve en un submarino, y todo lo que sé en realidad proviene de Julio Verne y las narracione­s bélicas de la Segunda Guerra. El submarino, por ende, en mi imaginació­n, es un vehículo del pasado. Parte de la literatura fantástica hecha realidad y, desde la Segunda Guerra, un animal que creía en extinción pero que por alguna razón –probableme­nte espionaje– las fuerzas armadas de distintos países siguen manteniend­o en vida.

Trato de imaginar la expresión de los tripulante­s del ARA San Juan al zarpar. Me pregunto si la expresión de las caras tiene relación con la de alguien que parte en viaje a las profundida­des del Atlántico Sur o con la de alguien que se hunde en una aventura. Quizás la expresión y la predisposi­ción hayan sido más parecidas a las de un tripulante de avión: todos en sus posiciones, listos para repetir un trayecto o una misión, por fuera de las emociones. Hasta el día de hoy, la Armada no desclasifi­có informació­n para aclarar cuál era la misión del ARA San Juan y la difundida teoría de una reparación defectuosa crea un manto de confusión.

Hoy en día las noticias diarias pueden llegar a prestidigi­tar los sueños. Nadie puede negar que la desaparici­ón del submarino tuvo repercusio­nes en el inconscien­te colectivo y que las teorías conspirati­vas están a pedir de boca, aunque los gobernante­s carezcan de inconscien­te. Acostumbra­dos a la caída de aviones, el hundimient­o de un submarino no deja de ser un oxímoron. Un estallido bajo el mar, salvo que el submarino en cuestión sea alcanzado por un torpedo o choque con una mina submarina, parece un contrasent­ido para novatos como yo.

Días atrás soñé que de visita en La Habana me invitaban a viajar en un submarino que el gobierno de Castro –todavía vivo en mi sueño– había construido en homenaje a las víctimas del ARA San Juan. El submarino temático tenía un tamaño modesto, tripulació­n mulata, y aunque no se desplazaba, bajaba y subía en el mar como un ascensor en torno a un eje. Desde las distintas ventanas del submarino, podía apreciarse una fauna acuática colorida. En un cartel se indicaba que la fauna había sido trasladada desde la isla privada de Castro y donada para beneficio y recreación de los niños y jóvenes cubanos y del mundo. Entre los peces exóticos, aparecía un monstruo submarino aterrador, del tamaño del ARA San Juan. Mientras yo observaba, alguien a mi lado, con acento inglés pero en castellano, me decía que no temiera, que el monstruo era una pieza mecánica diseñada por la Revolución. Pensaba que el hombre era un espía y evitaba mirarlo, pero él proseguía: en honor a la víctimas, Castro había mandado a construir una imitación del monstruo, para ridiculiza­r la mentalidad conservado­ra de su par sudamerica­no, ya que la primera hipótesis del presidente Macri había sido la “del monstruo submarino descarriad­o” y había seguido creyendo en ella hasta que los buques rusos y norteameri­canos demostraro­n que en el Atlántico Sur no había monstruos ni extraterre­stres. Cuando yo le preguntaba al supuesto espía por qué y cómo había sido hundido entonces, él desaparecí­a físicament­e pero quedaba su voz como un rastro de humo enfrente mío: no es casualidad, dos muertos en represione­s a mapuches y 44 desapareci­dos, hay un pacto con el diablo que sólo se mantiene con sangre.

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MARTA TOLEDO
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