Perfil (Domingo)

La esperanza como antónimo de realidad

- JUAN ARABIA

El sello porteño El Cuenco de Plata acaba de publicar, con traducción de Silvio Mattoni, una recopilaci­ón de ensayos de Yves Bonnefoy que tratan de develar la figura y la obra de quien tal vez sea uno de los mayores poetas de todos los tiempos: Arthur Rimbaud.

Nos encontramo­s frente a una de las mejores lecturas que se han hecho sobre Rimbaud, y que bien podría fortalecer los horizontes y pasos ganados de la crítica rimbaudian­a. Pienso, de forma estricta, en los aportes de René Char, Steve Murphy, Enid Starkie y Martin Heidegger.

Yve s B on nefoy ( Tou r s , 1923-París, 2016), poeta, traductor y crítico literario, desde el inicio de esta recopilaci­ón de ensayos (publicados originalme­nte en revistas y libros) y conferenci­as (dictadas en All Souls College, Oxford y en el Musée d’Or say), escribe sobre Rimbaud desde su amistad con el poeta francés, desde su relación con él en el mundo, desde su relación con Rimbaud en la “verdadera vida”.

De sus i nnumerable­s aportes, hay uno que resulta fundamenta­l para leer la extensión (y por tanto interrupci­ón) de la obra poética de Rimbaud. Para Bonnefoy, la vida y obra de Rimbaud se dinamiza a partir del cruce o doble necesidad de “esperanza”, por un lado, y de “verdad”, por el otro. Esta distinción se ve, de forma continua, en sus propios trabajos, en su propia experienci­a. No se trata de un corte transversa­l, analítico, sino de un movimiento cons- tante que vislumbra Bonnefoy a lo largo de toda la carrera literaria del poeta francés. Obra que es luz, esperanza, pero que a su vez experiment­a una necesidad de verdad, y por tanto de sombra: “La misma ambigüedad en Rimbaud, el mismo conf licto de una esperanza que se enreda en quimeras y de una necesidad de verdad a la cual se adhiere siempre ese ser que no puede dejar de ver las cosas como son”.

El esperanzad­o Rimbaud, que ya había escrito El barco ebrio, llega a París desde Charlevill­e hacia 1871 para juntarse con su admirado Paul Verlaine (denominado por él mismo como “poeta vidente”, junto a Baudelaire y Mérat, en su carta a Paul Demeny fechada en 1871) y el ambiente literario parisino. Detrás quedaba el horizonte definitivo de las Ardenas, las obligacion­es ordinarias, el mandato materno, el insoportab­le silencio de una provincia desierta. Nacían, de esta forma, nuevas sensacione­s, nuevas experienci­as, nuevas vocales. Pero de forma decisiva, cuando finalmente llega a la idealizada ciudad de la Comuna, Rimbaud se encuentra con literatos pueriles y superficia­les, y ve con sus propios ojos la inconsecue­ncia y debilidad de Verlaine, casado con una joven acomodada, de costumbres burguesas. Es el momento, por otro lado, del desarreglo razonado de todos los sentidos (ya prefigurad­o en sus dos cartas del vidente, fechadas antes de su estancia en París), de los escándalos y excesos parisinos. Bonnefoy, radicalmen­te rimbaudian­o, se pregunta: “Y dado que él mismo no rompía de inmediato con las falsificac­iones evidentes de la ambición poética, ¿no debía concluir que también él no era más que inconstanc­ia, aunque angustiada? ¿Y que debajo de las ilusiones que habían transporta­do sus primeros poemas había una más, y la peor, la de pensar que verdaderam­ente era un poeta?”.

La esperanza es un antónimo de la realidad. Y el propósito de Rimbaud, de transforma­rse en un vidente mediante el desarreglo de todos los sentidos (es decir, experiment­ar voluntaria­mente todas las formas de amor, de sufrimient­o y de locura: “Imagínese a

En la idealizada ciudad de la Comuna se encuentra con literatos pueriles y superficia­les La homosexual­idad de Rimbaud es otro de los componente­s de su “desarreglo”

un hombre que se implanta y se cultiva unas verrugas en la cara”) no tardaría en lastimarlo, despedazar­lo lentamente.

No resulta anecdótico lo que señala Bonnefoy respecto al consumo de opio (posterior al uso de ajenjo y hachís) de Rimbaud junto a Verlaine en Londres, en su etapa del desarreglo razonado. Si bien Bonnefoy no lo señala, podrían los lectores familiariz­ados con Opio, de Jean Cocteau, encontrar similitude­s (desintoxic­ación narrativa) con el proyecto de prosa poética de Una temporada en el infierno. Además, para el crítico francés, la homosexual­idad de Rimbaud (no registrada en otras épocas de su vida) no deja de ser otro de los componente­s fundamenta­les de su “desarreglo”. Así describe este enfrentami­ento interno el mismo poeta en Mala sangre: “No partimos. Retomamos los caminos de aquí, cargado con mi vicio, el vicio que extendió sus raíces de sufrimient­o en mi costado, desde la edad de la razón –que sube al cielo, me golpea, me da vuelta, me arrastra”.

De l a misma forma que Mur phy, Char y Heidegger, Bonnefoy lee el trabajo poético de Rimbaud en paralelo con sus Cartas del vidente, es decir, con su proyecto poético experienci­al.

Y el posterior silencio de Rimbaud tampoco resulta para Bonnefoy un misterio o enigma a descifrar: “Rimbaud deja de escribir desde que el final de la infancia, más coercitivo que cualquier decisión intelectua­l, lo priva de la esperanza de cambiar la vida”.

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CEDOC PERFIL
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EL POETA. La recopilaci­ón de ensayos sobre Rimbaud fue originalme­nte publicada en 2009.
 ??  ?? EL MITO. Uno de los pocos retratos existentes de Rimbaud.
EL MITO. Uno de los pocos retratos existentes de Rimbaud.

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