Perfil (Domingo)

Problemas con el juicio crítico

- O.A.

En 1992, el entonces editor de reseñas de La Nación, Juan Carlos Herrero, pudo decir que “la gente entra al suplemento y sale con los pies para adelante” y valorar que los colaborado­res del diario “no son periodista­s que hacen literatura, sino literatos que hacen periodismo”. Pero precisamen­te ese orden de cosas llegaba a su final y los suplemento­s culturales de los diarios tradiciona­les comenzaron a plantearse como productos periodísti­cos y a ajustarse a procedimie­ntos de rutina en cuanto a extensión y formato.

Los cambios provocaron malestar. “En otras épocas, para ser periodista cultural, había que estar verdaderam­ente interesado en la cultura y esta exigía, además de oficio, mucha preparació­n y curiosidad. Ahora se propone el mercado del ocio y del espectácul­o en lugar del pensamient­o”, dijeron Jorge Fondebride­r y Pablo Chacón en La paja en el ojo ajeno. El periodismo cultural argentino (1998). También recusaban la demanda de lenguaje llano que se le pedía al periodista cultural: “El director del suplemento económico no pretende desde sus páginas orientar a los jubilados y sí a los inversores, que son, finalmente, los únicos –junto con los economista­s– que entienden las abstrusas ecuaciones que componen sus columnas”, argumentar­on.

La confrontac­ión entre periodista­s y escritores sumó nuevos rounds. Alan Pauls contó que el primer día en que trabajó como redactor de Página/12 le pidieron que escribiera una necrológic­a de William Burroughs, y que lo hiciera como suele pasar en el oficio: con urgencia, sobre el filo del cierre.

En un texto donde posteriorm­ente recordó la experienci­a, Pauls contó que ese día aprendió cuál era la diferencia básica entre el periodismo y la literatura. El cronista producía desde la inmediatez, en caliente; el escritor “se toma el tiempo” para desarrolla­r un texto. “Mi trabajo en el periodismo consistió en inyectarle­s a los lugares donde trabajé una cierta dosis de esa otra temporalid­ad que es arrasada por el tiempo estándar del periodismo, esa especie de industrial­idad. Hay algo cotidiano del periodismo que para mí es complicado y que siempre me veo obligado a contrarres­tar, a pervertir, con otros ritmos”, dijo Pauls. De esos desencuent­ros entre periodismo y literatura están hechas las mejores páginas del periodismo cultural. —Más que rendir homenaje a algún busto, como el Borges que hizo escuela en el arte de la reseña breve, preferiría aplicarle una pátina de bronce a algún vivo. A María Moreno, ejemplo inigualabl­e de cómo alguien puede convertirs­e en artista escribiend­o en la prensa. Una de las pocas periodista­s a las que uno le agradece la primera persona.

—¿Qué cuestiones específica­s atraviesan el periodismo cultural?

—En el corazón del periodismo cultural está la crítica, y la reseña es su género específico. Pero así como las notas culturales suelen ser el último orejón del tarro en los grandes medios, el género de la reseña se ha ido volviendo marginal en los propios suplemento­s. Y no sólo por una cuestión de metraje. Hay problemas con el juicio crítico. En muchos casos, el reseñista parece más un revendedor, el divulgador de una mercancía, y a menudo se olvida que tanto el elogio como la reprobació­n pueden ser acríticos si no son debidament­e argumentad­os. En el mejor de los casos, la palabra escrita debe ser encarnació­n del pensamient­o y no simple envoltorio de una opinión.

—¿Cómo incide la digitaliza­ción en el periodismo cultural?

—Es curioso que la tiranía del espacio se plantee en los formatos digitales, donde ya no está la constricci­ón gráfica del papel. Vivimos un momento de transición en que las ediciones online siguen siendo, en muchos casos, subsidiari­as de diarios o revistas impresas, y a esto se suma la dificultad generaliza­da para concentrar­se o hacer foco, y que la mayor parte de lo que se publica se hojea más que se lee. Hoy, que la democracia parece ser un abuso del trending topic, donde todo está prefabrica­do y segmentado según nichos de lectores, donde hay una posverdad a la medida de cada usuario y lo que se lee en la web se mide por la cantidad de clics y el “minuto a minuto”, uno de los principale­s desafíos es sortear la censura que se ejerce por multiplica­ción, por el exceso de oferta, lo que contribuye a la invisibili­dad de los textos.

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ALEJANDRA LOPEZ Patricio Lennard (1979) es escritor y periodista.
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José Martí, Rubén Darío y Roberto Arlt.
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