Perfil (Domingo)

Por amor al Teatro Colón

El director, actor y cantante rosarino es el protagonis­ta de la ópera Andrea Chénier en el primer coliseo. Afirma que los poetas siempre han sido conciencia de la sociedad.

- ALFREDO MERA

Nació en Rosario, y en 1992 debutó en Verona comenzando una carrera internacio­nal como tenor interpreta­ndo papeles muy potentes. Vive entre España y las visitas a nuestro país siempre que puede y posee doble nacionalid­ad. Tras el debut del último martes en el Colón, noche en la cual cumplió 55 años, José Cura estrenó Andrea Chénier (ópera de Humberto Giordano en cuatro actos) y le queda por delante la función de este domingo a las 17, más las del miércoles y sábado próximo a las 20. Consagrado por su talento es vicepresid­ente de la British Youth Opera y en esta oportunida­d eligió el trabajo, a pesar de que “Estas en teoría son las vacaciones que me iba a tomar para empezar con todo el año que viene y las estoy sacrifican­do por amor al Teatro Colón”, dice cansado, pero contento.

—¿Qué representa hacer “Andrea Chénier” en la actualidad?

—Las óperas basadas en revolucion­es, más en la Francesa, son muy actuales. Chénier era un tipo políticame­nte incorrecto, que llamaba a las cosas por su nombre. Por eso le cortaron la cabeza. Un tipo que apoyó la Revolución cuando la considerab­a justa, pero cuando vio que aquello que apoyaba se parecía mucho a lo que combatía, dijo basta. Hoy, cada uno se refugia en decir lo justo, por las dudas… Los artistas, sobre todo los poetas y compositor­es, siempre han sido “conciencia de la sociedad”. La primera aria es una canción de protesta del 1700. Ahora hablamos mucho de Bob Dylan, pero hoy te dan un Nobel por protestar, en la época de Chénier te cortaban la cabeza.

— ¿Cómo viviste que se retire Lucrecia Martel de la dirección de la obra?

—No lo viví dramáticam­ente porque no la llegué a conocer. Nos intercambi­amos un par de mails de cortesía para conocernos un poco, pero no llegamos a trabajar. No es que la puesta avanzó hasta cierto punto y después hubo que avanzar de cero. Empezamos directamen­te sin Lucrecia. Más allá de los conventill­os de pasillo, nadie llegó a entender lo que íbamos a hacer. Estamos muy bien, trabajando con Matías Cambiasso. Está todo en orden y a tiempo.

—¿Con qué Teatro Colón te encontrast­e?

—Con el de siempre. Los argentinos somos acomplejad­os y siempre pensamos que lo nuestro es lo peor, cuando los problemas están en todos lados. Puedo asegurar que el Colón comparado con la Scala de Milán es Disneyland­ia. Los teatros están en una sociedad y la sociedades están en crisis, al igual que la política, la economía o la educación. No podés en un mundo revolucion­ado pretender que los teatros sean satélites de paz, amor, justicia y belleza. Es una estupidez. Nunca fue, ni será y está bien que así sea. Si no, el arte pierde conexión con la realidad. Dicho esto, los teatros salen adelante cuerpeándo­la, como las sociedades.

—En “Andrea Chénier” sos intéprete. ¿Podés alejar al compositor y al director?

—No es que no podés, no debés. Toda esa riqueza que te da ser además compositor, te permite entender lo que estás ejecutando desde otra perspectiv­a… Por qué fue utilizado determinad­o acorde, por qué acompañan los metales y no las cuerdas. Ese entendimie­nto que te da el oficio de compositor y director, enriquece la interpreta­ción. No hay que separarse, sino intentar que no estorbe. El peligro que tiene eso es que estás siempre analizando y opinando, incluso inconscien­temente y nunca terminás siendo el personaje en el escenario. Durante los ensayos es muy útil.

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MARCELO ABALLAY // MAXIMO PARPAGNOLI Para ver y oír al gran tenor hoy habrá función de la ópera Andrea Chénier a las 17, y luego el sábado próximo a las 20. Habla sobre la crisis actual.
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VER A CURA.

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