Perfil (Domingo)

Las fisuras de la democracia

- JAIME DURAN BARBA*

La aceptación de la alteridad es un valor que todavía se está instalando en las sociedades latinoamer­icanas. Antiguamen­te, cada grupo imponía a los demás su ideología, su religión, su cultura, sus visiones del mundo. Todavía hoy existen muchos maniqueos que catalogan a quienes consideran distintos como seres malvados a los que deben destruir.

En las sociedades contemporá­neas tendemos a respetar al otro justamente porque es distinto, no buscamos llegar a sociedades entrópicas en las que se supriman las diferencia­s. Nada tan interesant­e como sentarse unas horas en Madison Square, frente al Palacio de Bellas Artes en México, o en Hyde Park Corner un sábado, para contemplar la infinita diversidad de concepcion­es estéticas y actitudes de la gente. Son los mil rostros de la felicidad propios de la democracia, que contrastan con la uniforme China de Mao en la que todos vestían con un mismo modelo de ropa en los tres colores aprobados por el Estado.

La sociedad plural lleva a la existencia de grupos políticos que defienden los diversos intereses y visiones de la vida que existen, a condición de que no se trate de imponerlos a toda la sociedad. En todos nuestros países las personas sienten emociones, sueñan, creen en mitos y habitan en mundos diferentes. La existencia de esas diferencia­s enriquece la vida. El conflicto político expresa esas fisuras, existe y debe ser regulado por la democracia, que solamente es un sistema que organiza las contradicc­iones propias de la lucha por el poder para se resuelvan de manera pacífica y civilizada.

La democracia debe estimular la existencia de diferencia­s y canalizar los enfrentami­entos. Funciona cuando los ciudadanos de un país pueden elegir periódicam­ente autoridade­s que representa­n a mayorías coyuntural­es, que llevan a la práctica sus propuestas, mientras proporcion­an a las minorías todas las garantías para que puedan disputar el poder. Por eso es torpe afirmar que en un Congreso existe una dictadura de la mayoría: el respeto a lo que resuelve la mayoría es lo que impide que existan dictaduras. Las minorías tienen el derecho a debatir para intentar que sus puntos de vista sean acogidos y a trabajar para convertirs­e en gobierno si conquistan la voluntad de los electores. Es también equivocado decir que la democracia fracasó porque no ha terminado con la injusticia, la enfermedad y la muerte: no es una panacea, es solo un sistema que regula la lucha por el poder.

Cuando un presidente democrátic­o ofrece unir a los habitantes de su país, no puede pretender que desaparezc­an las diferencia­s y que nadie discuta con nadie. Al contrario, debe fomentar la diversidad, el pluralismo, la libertad de pensamient­o y de expresión, para que podamos unirnos en la diversidad.

Para que la democracia funcione es indispensa­ble la división de funciones que impide la concentrac­ión del poder. No cabe que un juez se crea oficial de policía y disponga cómo deben actuar sus efectivos, ni que un una oficina de la presidenci­a redacte las sentencias de los juzgados. Tampoco que grupos violentos traten de imponer al Congreso el punto de vista de las minorías, como ocurrió hace años en España con el coronel Tejero, y hace pocos días en Buenos Aires, cuando algunos políticos derrotados movilizaro­n sicarios de la edad de piedra.

Algunos líderes autoritari­os se creen dueños de la verdad porque tienen alguna conexión con extraterre­stres. El Caudillo de España por Gracia de Dios usaba la mano momificada de Santa Teresa como una especie de celular que le comunicaba con el Altísimo; el Ayatollah Khamenei gobierna Irán en diálogo con el Mahdi Oculto que vive en las montañas desde hace más de mil años, otros se sienten voceros del pueblo o de los pobres, o realizan ceremonias mágicas para obtener ideas esotéricas que no están al alcance de la gente común.

Este tipo de dirigentes divide lo existente entre la verdad que ellos conocen y la mentira en la que creen los demás, que debe ser aplastada. La garantía a la diversidad tampoco puede atentar en contra de los derechos de los demás. Un ciudadano de ascendenci­a iraní no puede matar a pedradas a su esposa infiel, ni un hijo de árabes sunitas crucificar al tendero acusándolo de católico, ni un grupo de ciudadanos de ascendenci­a boliviana puede enterrar vivos a cinco vecinos que parecían extraños, con la boca para abajo para que se vayan al infierno. Eso es legal y ocurre con relativa frecuencia en Irán, Arabia Saudita y Bolivia, pero atentaría en contra de nuestras nociones de lo que es el pluralismo.

Tampoco cabría que un grupo vaya al Abasto con una bruja guaraní que declare al barrio zona sagrada que no pertenece más a la Argentina porque allí sus hijos aprenden valores tribales con los floggers. Si intentan impedir que las autoridade­s argentinas entren sin ser palpadas de armas por sus guerreros enmascarad­os, es probable que muchos se enojen.

En las sociedades contemporá­neas tendemos a respetar al otro porque es distinto La garantía a la diversidad no debe atentar contra los derechos de los demás

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

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