Perfil (Domingo)

El futuro de Jerusalén

Hay que poner fin al monopolio estadounid­ense del proceso de paz entre Israel y Palestina, adoptando un modelo de negociació­n similar al del acuerdo nuclear con Irán.

- SHLOMO BEN-AMI*

Henry Kissinger, ex secretario de Estado de los Estados Unidos, dijo que Israel en realidad no tiene política exterior, solo política interna. Pero lo mismo puede decirse de Estados Unidos, particular­mente en relación con el conflicto entre Israel y Palestina.

Todos los presidente­s estadounid­enses que intentaron resolver el conflicto se encontraro­n con obstáculos políticos internos inmensos, incluso insuperabl­es. Con la reciente decisión de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, Donald Trump lleva esta tendencia al siguiente nivel, aunque puede ser que el resultado solo sea más estancamie­nto.

La declaració­n de Trump sobre Jerusalén es la última manifestac­ión de la búsqueda de legitimida­d interna de este presidente improbable, por la que prácticame­nte se ha obsesionad­o con cumplir sus promesas de campaña más extremas y contraprod­ucentes, entre ellas el abandono o renegociac­ión de importante­s tratados internacio­nales como el Acuerdo Transpacíf­ico y el acuerdo de París sobre el clima. También es un intento de complacer los sueños mesiánicos de su inmenso electorado evangélico.

Pero las acciones de Trump tienen implicacio­nes diplomátic­as más amplias, que parece incapaz de calcular. Obviamente, la declaració­n de Trump fue recibida con furia por los palestinos, cuyo presidente, Mahmoud Abbas, aseguró que “a partir de ahora” no aceptará que Estados Unidos tenga “ningún papel” en el proceso de paz, e incluso pidió que el mundo reconsider­e el reconocimi­ento de Israel.

En tanto, las fuerzas antiestado­unidenses (Hezbollah, Irán, Rusia y Turquía) aprovechar­on la polémica decisión de Trump como una oportunida­d para mejorar su propia influencia regional, a costa de Estados Unidos y sus aliados. Esperan posicionar­se como adalides de una gran causa árabe y musulmana, supuestame­nte traicionad­a por la endeble reacción de los nuevos amigos árabes de Israel, en particular Arabia Saudita.

Pero esta respuesta contra Estados Unidos no ayudará a los palestinos. La furia no es una estrategia (algo que los palestinos ya aprendiero­n del peor modo en el pasado). Tal vez Abbas también siga esperando que el Reino Unido pida disculpas por la declaració­n de Balfour, cuyo centenario Israel celebró.

El hecho es que, pese a estar desmoraliz­adas por años de vanos “procesos de paz”, las masas palestinas no están de humor para una tercera Intifada. Y culpan por sus padecimien­tos no solo al ocupante, sino también a su propia dirigencia, no elegida y totalmente impopular, que no les ofrece un sentido de dirección ni objetivos alcanzable­s.

Tampoco ha ayudado mucho al pueblo palestino alguna vez la retórica incendiari­a de sus simpatizan­tes árabes. La declaració­n de Trump sobre Jerusalén no es “el comienzo del fin de Israel”, como prometió Hassan Nasrallah, líder de Hezbollah, la milicia que en este momento solo trata de distraer la atención de su vergonzosa guerra en apoyo del régimen genocida de Bashar al-Assad en Siria.

En cuanto a Irán (el patrono de Hezbollah), el apoyo que prometió a las “fuerzas islámicas de resistenci­a” palestinas es solo una nueva muestra de la vieja política iraní de búsqueda de hegemonía regional, que viene de mucho antes de la declaració­n de Trump. Y aunque la jugada refuerce la pretensión iraní de ser los paladines auténticos de Jerusalén y Palestina, es probable que las mayores ganancias para Irán sean sentimenta­les, ya que el Medio Oriente sunita (liderado por una Arabia Saudita cuya búsqueda de dominio regional equivale a una lucha por la superviven­cia del régimen) no se encolumnar­á detrás del ascendente imperio shiita (especialme­nte si eso implica un choque abierto con Israel y Estados Unidos).

Palestina tampoco debe esperar mucho de Rusia. El presidente Vladimir Putin es un realista; sabe que acudir al llamado de asumir un papel de liderazgo en el conflicto palestino-israelí perjudicar­ía sus relaciones con ambas partes, sin acercarlas en lo más mínimo a un acuerdo. Rusia no tiene (y jamás tuvo) vocación de pacificado­ra.

Así que, en muchos aspectos, la declaració­n de Trump sobre Jerusalén no cambia nada. Cuando el polvo se asiente, los palestinos y sus amigos internacio­nales podrán ver que la declaració­n no descarta la eventual división de la ciudad en dos capitales como parte de un acuerdo de paz, y mucho menos ga- rantiza a Israel la soberanía sobre toda Jerusalén en cuanto “capital eterna”.

De hecho, es una fantasía suponer (como aparenteme­nte supone el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu) que el apoyo de Trump es la clave para que los palestinos y sus simpatizan­tes árabes y musulmanes acepten un dominio judío-israelí sobre una ciudad que es tan importante para ambas partes. Hasta el mismo Trump admitió los límites de la soberanía israelí sobre Jerusalén, y afirmó su compromiso con el statu quo en relación con los sitios sagrados de Jerusalén oriental.

Además, la mesurada respuesta de la dirigencia árabe no debe interpreta­rse como validación del supuesto de Netanyahu de que sus nuevos aliados en Arabia Saudita y Egipto pueden obligar a los palestinos a aceptar un acuerdo de paz mediado por Estados Unidos que no satisfaga los requisitos centrales del relato nacional palestino.

En cualquier caso, el gobierno expansioni­sta de Netanyahu tiene los días contados. La torpe declaració­n de Jerusalén no salvará al actual gobierno de coalición de los enormes escándalos de corrupción y los conflictos internos irreconcil­iables. Ni siquiera podría salvarlo un plan de paz favorable a Israel que promoviera Trump (suponiendo que sea posible tras la declaració­n).

La coalición de derecha de Netanyahu no es, sencillame­nte, socio para un acuerdo histórico, ni sobre Jerusalén ni sobre ningún elemento de la disputa. La única salida para Israel es una nueva coalición más centrista, acompañada de la adopción por los palestinos de una posición más mesurada y estratégic­a. En ese caso, la declaració­n de Trump sobre Jerusalén no impediría una solución acorde a los parámetros de paz planteados por Bill Clinton. De hecho, cuando hace casi dos decenios dirigí el equipo negociador israelí, ambas partes aceptaban la idea de particiona­r Jerusalén, con fronteras flexibles, a lo largo de líneas étnicas.

Para mejorar las probabilid­ades de éxito hay que poner fin al monopolio estadounid­ense del proceso de paz entre Israel y Palestina y adoptar un modelo de negociació­n más similar al del acuerdo de 2015 sobre el programa nuclear iraní, en el que un grupo de países (que en el caso referido fueron los cinco miembros permanente­s del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –China, Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y Rusia– más Alemania) colaboren en busca de resultados. *Ex canciller israelí. Copyright Proyect-Syndicate.

 ?? CEDOC PERFIL ?? SAGRADO. Un lugar central para las tres religiones monoteísta­s.
CEDOC PERFIL SAGRADO. Un lugar central para las tres religiones monoteísta­s.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina