Perfil (Domingo)

MINUTOS EN CANCHA PROMEDIA GINOBILI EN ESTA TEMPORADA

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carrera, de su vida y de su cuerpo.

Desde hace varios años, Ginóbili hace la dieta paleolític­a, un plan nutriciona­l que bá sic a mente el i m i na azúcares refinados, harinas y aceites procesados, y prioriza las verduras, las frutas y los distintos tipos de carnes. Su familia, con el tiempo, se sumó a él y también modificó sus hábitos alimentari­os. Manu no toma jugos ni gaseosas. Solo agua. Y antes de hacer algún cambio en su dieta, pregunta e investiga. “Una tr isteza impor ta nte, pero es lo que le permite estar como está”, se ríe su hermano Leandro en una Bahía Blanca que quema: mientras habla con PERFIL, el termómetro en esa ciudad marca 39 grados.

Leandro dice que no sabe –nadie sabe– cuál es la clave para que su hermano juegue así a los 40. Pero asegura que uno de los factores que podrían ser determinan­tes es su fortaleza menta l. “L o que le funciona como a los 20 años es la cabeza. Sin esa cabeza, sin esa entereza anímica y psicológic­a, y lo claro que tiene su rol en el equipo, no podría seguir en ese nivel”, cuenta Leandro. Cuidar el físico. Hay un hombre que también es responsabl­e de este gran momento de Manu en la NBA. Se llama Paulo Maccari. Es su primo, pero también el kinesiólog­o de la selección argentina de bá squet. Macc a r i v ive en España, pero varias veces al año cruza el Atlántico para darle a Manu sesiones y ayudar a recuperarl­o físicament­e. Los dolores, a los 40, se sienten más que a los 25. “Tiene una cabeza muy fuerte. Es muy minucioso y evalúa cada cosa que hace todo el tiempo. Eso lo llevó a lograr los objetivos que se propuso”, había comentado a PERFIL antes de los Juegos Olímpicos de Londres.

El entrenador de la selección, Sergio Hernández, contó este año que una de las debilidade­s de Ginóbili son los helados, pero que nunca, en todas las competenci­as en las que lo dirigió, se permitió tomar. Ni siquiera una cucharadit­a. Hernández asegura que esa conducta, ese nivel de profesiona­lismo, más las ventajas que pueden generar algunos avances tecnológic­os a la hora de prevenir le- siones o dolores –zapatillas con cámara de aire, el piso estandariz­ado en todas las canchas de la NBA, etc.–, hacen que ya no sea una rareza que jugadores como Ginóbili puedan jugar hasta esta edad.

Más allá de eso, hay una cuestión que excede los cuidados físicos y deportivos, y tiene que ver con algo intangible pero determinan­te: el placer por el juego. Los que rodean a Manu cuentan que ese placer se intensific­ó desde el nacimiento de sus hijos, hace ya siete años. “Antes de eso, perdía y se amargaba. No podía dormir porque en la cabeza le rondaban las imágenes de lo que había hecho mal y lo que había hecho bien”, explica su hermano. Y agrega: “Los hijos esperan a su papá, no a la estrella de San Antonio Spurs”. Esa situación, que se repetía luego de cada partido, le cambió la ecuación. Y una derrota se convirtió en eso: una derrota. Nada más.

La responsabi­lidad de Manu en los Spurs no es la misma que tenía hace cinco o diez años, cuando con Tim Duncan eran los pilares de la franquicia que dirigía y dirige Gregg Popovich. Ahora, el equipo está liderado por Kawhi Leonard y Tony Parker. Sin embargo, las lesiones que sufrieron estos dos jugadores –ambos con tendinitis en el cuádriceps– fueron las que generaron que Manu estuviera de vuelta en lo más alto de la NBA, a tal punto que se inició una campaña para que participe en el Juego de las Estrellas (ver aparte). Por el azar y por el destino, Manu está teniendo más minutos de los que imaginaba cuando confirmó su continuida­d por un año más en los Spurs.

Y lo curioso es que cada partido es una despedida. Se lo hacen sentir sus rivales, sus compañeros y también el público. “Se sabe lo especial que es alguien que juega con tanto corazón y por tantos años. Los fanáticos lo aman, y no importa en qué estadio juguemos. La gente aprecia la forma en que juega y la forma en que lucha”, dijo Popovich el otro día, tras el triunfo ante Miami Heat, en un estadio que lo ovacionó como si Manu hubiera estado en Bahía Blanca. Ahí, en esa felicidad que logra cada noche, está también la explicació­n de su vigencia.

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