Perfil (Domingo)

¿Construcci­ón de Ciudadanía?

- MAURICIO DEVOTO*

La violencia nos alcanza y asusta a todos. Pedimos explicacio­nes y buscamos responsabl­es: siempre son los otros. Los pacíficos decimos ser mayoría pero muchos estamos en silencio. Nos resulta difícil comprender lo que sucede.

Los argentinos pocas veces nos hemos involucrad­o con lo que es de todos, lo común, el Estado, las institucio­nes públicas. Raro, porque se trata de las bases sobre las que se asientan nuestras construcci­ones personales. Si estas bases comunes fallan, tarde o temprano lo demás termina no valiendo nada. No vale la moneda, el trabajo, la propiedad privada, el pequeño ahorro, la jubilación. Desconocem­os tanto el funcionami­ento de las institucio­nes que sostienen nuestra vida en sociedad como los valores democrátic­orepublica­nos que la mantienen unida. O nos hacemos los distraídos. Extraña actitud la nuestra.

Nos resulta cómodo convencern­os de que la violencia es cosa de unos pocos fanáticos, delincuent­es, ideólogos del pasado, minorías golpistas, políticos, sindicalis­tas, jueces, empresario­s y aventuramo­s razones que motivan sus actos. “Solo hace falta que el Gobierno y el Poder Judicial se pongan las pilas”, repetimos. No es así. La violencia y su incitación están presentes en el hogar, la escuela, el trabajo, el deporte, el Congreso, el tránsito, los tribunales, las cárceles y en todo lugar donde se desarrolle­n relaciones sociales.

El cumplimien­to de las normas, el respeto a las institucio­nes, el diálogo y la búsqueda de consensos no se adquieren ni se transmiten por ósmosis: hay que educar para ello. Pero ¿lo estaremos haciendo? Si analizamos el diseño curricular de la materia Construcci­ón de Ciudadanía, dictada en la provincia de Buenos Aires para formar 4,8 millones de alumnos, vemos con sorpresa que brinda soporte a diversas prácticas confrontat­ivas y violentas.

La primera parte del diseño de esta materia condensa el relato político instaurado en la Argentina desde el año 2003 ya que determina la visión del Estado respecto de la función de la escuela, define el perfil de docente necesario para los cambios que la ins- titución requiere y, finalmente, identifica a esa especie de joven militante que caracteriz­aría al ciudadano “perfeccion­ado” por la escuela.

Mientras reclamamos diálogo, consenso y la pacificaci­ón de las relaciones sociales, nuestros docentes y jóvenes continúan siendo educados en una sesgada visión de contexto ideológico, histórico y socioeconó­mico, pero sobre todo político, que los adoctrina en el objetivo de mantener el conflicto permanente como forma natural de administra­r las relaciones sociales. Esta visión contamina todas las herramient­as de mejora que incorpora al sistema, orientándo­las a prácticas exclusivam­ente reivindica­tivas. Llama a hacer hincapié en la ampliación de derechos sin educar en la responsabi­lidad que los mismos conllevan, a utilizar las institucio­nes republican­as como simples herramient­as al servicio de aquellos objetivos sin conferirle­s valor en sí, y a la idea de que la escuela no debe educar en responsabi­lidades y valores sino en afirmación de derechos que se consiguen mediante la confrontac­ión.

Nuestra violencia es el resultado del estado de nuestra cultura. Educar ciudadanos para una vida democrátic­a y republican­a plena es responsabi­lidad de todos. Como gobierno, esto forma parte de lo que nos falta hacer. Como sociedad, necesitamo­s más voces y ejemplos que lideren el camino de la paz. *Secretario de Planificac­ión Estratégic­a del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.

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SERGIO PIEMONTE INCIDENTES 2017. Nuestra violencia es el resultado del estado de nuestra cultura.

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