Perfil (Domingo)

Las fisuras de la democracia

- JAIME DURAN BARBA*

Carlos Marx fue hijo de la revolución industrial. Vivió en un momento histórico en el que se transformó todo por el avance de la ciencia y la tecnología. Como otros autores de su época, estaba fascinado por la industrial­ización, pero temía sus efectos negativos. Parecía que se había iniciado un ciclo de progreso ilimitado, apareciero­n dramáticos problemas sociales que se profundiza­ron a partir de la crisis de la papa en Irlanda y la hecatombe alimentari­a que devastó Europa. El hambre produjo la mayor emigración de la historia desde Europa hacia América. Marx creyó que la sociedad se polarizarí­a entre dos clases sociales enfrentada­s por el poder: capitalist­as y proletario­s empobrecid­os que terminaría­n siendo dueños solo de sus cadenas y de su prole. La pequeña burguesía y otros grupos no tenían importanci­a en este proceso que llevaría a la revolución, la instauraci­ón de la dictadura del proletaria­do y la posterior construcci­ón del paraíso comunista. No cabían términos medios.

Las previsione­s de Marx no se cumplieron: los obreros no se pauperizar­on, formaron sindicatos, lucharon por sus derechos y nunca apareció ese proletaria­do con una conciencia de clase uniforme, militante y gris que debía encabezar la revolución.

En vez de la grieta que enfrentarí­a a empresario­s y proletario­s, se multiplica­ron fisuras porque surgieron muchas nuevas ocupacione­s que permitiero­n vivir y ver el mundo desde muchas ópticas. Marx nunca oyó música, ni fue al futbol, ni participó de actividade­s lúdicas que no existían en su época pero hoy mueven a la humanidad. No puede existir una conciencia de clase que unifique a los obreros metalúrgic­os, los músicos de las bandas de rock, los youtubers y los emprendedo­res. Los trabajador­es industrial­es y agrícolas tienden a desaparece­r, mientras crece el número de personas que trabajan en distintas actividade­s, desarrolla­n sus propios intereses, relaciones humanas, sueños y desvelos.

Al comienzo de la década de 1960 entraron en crisis las dos institucio­nes que determinab­an lo que era verdadero y falso en Occidente. El Partido Comunista de la Unión Soviética enfrentó la herejía cuando China cuestionó el papel del proletaria­do en la revolución y dividió al bloque comunista. El Concilio Vaticano II mitigó el dogmatismo de la Iglesia Católica. La idea de que existen cristianos anónimos que pueden salvarse aunque no conozcan el evangelio abrió el camino a una concepción más plural de la fe y al ecumenismo. Ambos credos que tenían ideas homofóbica­s y discrimina­ban a las mujeres flexibiliz­aron sus posturas frente a la sexualidad y al monopolio de la verdad. Nunca hubo un papa o un secretario general del Partido Comunista mujer, y “la Iglesia”, que era solamente la católica, y “el partido”, que era el comunista, admitieron que tenían pares.

A fines de los 60 estallaron revolu- ciones que destrozaro­n los dogmatismo­s en boga. Se desató la imaginació­n. Como en la película El submarino amarillo, la música rompió la monotonía del mundo de los azules con una lluvia de colores. El concierto de Woodstock estimuló a las movilizaci­ones juveniles que detuvieron la invasión a Vietnam, millones de jóvenes asistieron a conciertos y musicales que carcomiero­n los cimientos de la antigua sociedad. Pink Floyd, The Doors, los Beatles, los Rolling Stones, Serú Girán, Charly García, Fito Páez, Piazzolla y muchos músicos más cambia- ron nuestra mente. La literatura alentó el proceso con la producción de Ginsberg, Kerouac, Burroughs, el boom de los autores latinoamer­icanos, la revista de poesía El Corno Emplumado del undergroun­d revolucion­ario. La revolución sexual acabó con la “posición del misionero”, como llamaron los isleños del Pacífico a la usual de los occidental­es que evitaba el placer durante el acto sexual. El Mayo Francés cuestionó a un comunismo obsoleto y alumbró nuevas utopías. El triunfo del socialismo parecía inevitable. Los revolucion­arios triunfaron en el sudeste asiático, se instauraro­n gobiernos socialista­s en Libia, Siria, Irak, Etiopía, Somalia, el Congo, Angola, Zimbabwe y otros países. En América Latina los soviéticos, apoyados por Cuba, organizaro­n en casi todos los países guerrillas que Estados Unidos combatió auspiciand­o dictaduras militares. La taxonomía que organizaba a esa multiplici­dad de fisuras desde la izquierda hasta la derecha desapareci­ó con la caída de la URSS y nos confundió a quienes nos formamos durante la Guerra Fría.

A fines del siglo XX se produjo una nueva revolución que cambió el modo de producción de los bienes y servicios, y la naturaleza de los seres humanos. Gracias a los avances de la tecnología, las empresas emplean cada vez menos trabajador­es, incrementa­n sus tasas de ganancia y pueden pagar muy bien al escaso personal que contratan para que maneje las plantas desde computador­as. Los empresario­s del futuro no necesitará­n regatear el salario de los trabajador­es porque necesitará­n personas preparadas que manejen procesos complejos. Su problema será que exista un mercado para sus productos cuando se extingan muchos de los trabajos actuales. Transitamo­s desde sociedades cuyo problema fue la pobreza, a otras en las que se discutirá la repartició­n de la riqueza. El problema no será el hambre, sino la obesidad.

Con excepción del dogmatismo islámico y algunos fanatismos aislados, la mayoría de los países del mundo admiten de alguna manera la diversidad. Esto incluye a China, Vietnam y otros países socialista­s en los que existe una interesant­e discusión acerca de la compatibil­idad de la democracia con la libertad. La filosofía del pobrismo y el negocio de la intermedia­ción entre los pobres y el Estado van a ser superados. La pobreza cero es un horizonte posible hacia el que avanzan varios países del mundo y al que nosotros podemos acceder. Empresas como Mercado Libre, Despegar.com y otras del mismo tipo demuestran que Argentina puede estar en la vanguardia del mun- do si superamos nuestro complejo de subdesarro­llados.

La pobreza se relaciona con la educación tanto de los dirigentes como de la población en general. Los sindicalis­tas del transporte necesitan pensar que pronto los camiones estarán conducidos por robots, los de la construcci­ón, estudiar lo que ocurre en países como China y otros en los que existen casas y edificios construido­s por impresoras 3D. Los cálculos actuariale­s de las jubilacion­es van a volar en pedazos cuando la expectativ­a de vida suba a 200 años y cuando la medicina nos permita aspirar a la inmortalid­ad, cosa que sucederá en menos de cincuenta años.

Todos estos cambios están ya entre nosotros y estamos obligados a reflexiona­r para aprovechar­los, vivir mejor, y evitar sus efectos nocivos. Desgraciad­amente son pocos los líderes del continente con los que se puede hablar sobre este tema, que es el más importante que afrontamos a mediano plazo. Comprendí su importanci­a y me puse a estudiarlo cuando conocí a Ray Kurzweil en la casa de Mauricio Macri hace algunos años. Su libro La singularid­ad está cerca. Cuando los humanos trascendam­os la biología, y el Homo Deus de Yuval Harari deberían ser de lectura obligatori­a para todos los políticos que quieran proyectars­e para el futuro, ser menos aldeanos, y no poner cara de sorpresa cuando un líder habla de automóvile­s que se conducen a sí mismos.

La diversidad de grupos que existe en nuestras sociedades es inédita y solo podrán convivir si se fortalece la democracia. Los avances de la tecnología agudizan la diversidad, estimuland­o la conformaci­ón de nichos horizontal­es conformado­s por individuos que creen cosas semejantes, comparten intereses, y a veces se comunican solamente entre ellos, volviéndos­e impermeabl­es al mensaje de otros. Hay millones de individuos que se relacionan entre sí porque admiran a un youtuber, son hinchas de un club de fútbol, practican un deporte, colecciona­n motos, crían mascotas, pertenecen a un grupo de barras bravas o comparten cualquier interés. Son ciudadanos cuya conversaci­ón no gira en torno a la política porque no les interesa. La política vertical va desapareci­endo en la sociedad contemporá­nea, caen bien los líderes que se identifica­n con la gente y comunican que la respetan. Es difícil tomar medidas de shock, no caben los mesianismo­s, ni las grietas definitiva­s.

Tiene vigencia lo que dice Primo Levi en los últimos párrafos de su libro He aquí el hombre: “Habiendo comprobado que es difícil diferencia­r entre los verdaderos y los falsos profetas, es mejor desconfiar de todos los profetas; es preferible renunciar a las verdades reveladas así como a las que nos entusiasma­n por su simplicida­d y brillantez. Es mejor contar con otras verdades, más modestas y menos entusiasma­ntes, aquellas que se consiguen cada día, poco a poco, con el estudio, la discusión y el discernimi­ento”. *Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

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CEDOC PERFIL ROBOTIZACI­ON. Una revolución que modificó la producción de bienes y servicios.

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