Perfil (Domingo)

Límites del pragmatism­o

- RAUL FERRO*

La operación del presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, para abortar su inminente destitució­n por parte del Congreso en diciembre pasado ha puesto de relieve los límites políticos del pragmatism­o. Para impedir la aprobación de la declaració­n de vacancia de la Presidenci­a de la República por incapacida­d moral en el Congreso –una acusación, por lo demás, que por su parte poco tenía de moral ya que se trató de una burda maniobra urdida por la bancada mayoritari­a fujimorist­a, con la anuencia del Apra– Kuczynski logró que un grupo de congresist­as liderados por el hijo predilecto del dictador Alberto Fujimori se abstuviera en la votación, dejando la acusación sin el número de votos necesarios para aprobar su destitució­n.

El precio que pagó por el favor, sin embargo, fue muy alto: indultar a Fujimori el día de Navidad, traicionan­do las promesas que formuló para captar los votos que le dieron el triunfo por muy estrecho margen en las presidenci­ales de 2016 frente a la hija de Fujimori, Keiko.

Kuczynski actuó más como el banquero de inversión que es que como el hombre de Estado que tanta falta hace en América Latina, negociando una salida pragmática para solucionar un problema de vida o muerte política. Fue una negociació­n por lo bajo, abusando de las áreas grises de la legislació­n que regula los indultos. Como estrategia, sería cuestionab­le incluso si se hubiera tratado de un asunto de negocios y no de política.

De todas formas, la operación de Kuczynski fue un fracaso. Salvó la presidenci­a, pero perdió el poder político y –ahora sí– todo resto de autoridad moral.

Cuando Kuczynski fue elegido, en 2016, comentamos las debilidade­s del nuevo presidente. Precisamen­te, su perfil de banquero insinuaba que como presidente podría ser un buen administra­dor, pero no tenía ni el carácter personal ni la densidad política para proponer un proyecto de Estado que pudiera sacar al Perú de su endémica debilidad institucio­nal y encarrilar hacia el futuro el notable éxito económico que ha vivido el país en los últimos 25 años. Desafortun­adamente, el tiempo ha dado la razón a nuestro análisis: los acontecimi­entos de diciembre confirmaro­n que Kuczynski no estaba a la altura de lo que el país requería. El presidente no era un novato en política –fue ministro en varias ocasiones, con un primer cargo como ministro de Minería a principios de los 80–, pero es más un hombre de negocios que un líder político transforma­dor.

Si bien el caso peruano es extremo, el contraprod­ucente pragmatism­o negociador de Kuczynski es un llamado de atención para la región, donde los hombres de negocios se han converti- do en líderes políticos. Mauricio Macri en Argentina y Sebastián Piñera en Chile son buenos ejemplos de ello. La mirada tecnocráti­ca y el pragmatism­o que aportan al combinar ambos mundos –el de la gestión y el de la política– es saludable para las democracia­s latinoamer­icanas. Pero, como demostró Kuczynski, ese pragmatism­o debe tener límites.

Tanto Macri como Piñera enfrentan situacione­s políticas muy difíciles, con demandas ciudadanas complejas, marcos institucio­nales débiles o inadecuado­s –especialme­nte en Argentina– y amplios sectores de la sociedad fácilmente manipulabl­es desde las redes sociales y el discurso facilista. Esto, en un marco de transforma­ción profunda de los sistemas económicos y sociales, que son igualmente inciertos tanto para los ciudadanos como para los políticos.

El pragmatism­o y la capacidad de negociació­n son bienvenido­s. Con sus avances y retrocesos, Macri ha demostrado habilidad en ese sentido para ganar gobernabil­idad y llevar adelante, en la medida de lo posible, su agenda transforma­dora. Piñera, en Chile, ha prometido rescatar la política del consenso abandonada durante la segunda presidenci­a de Michelle Bachelet. Pero deben mantener en mente el fiasco de Kuczynski. El pragmatism­o tiene límites. *Miembro del Consejo Consultivo del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal).

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AFP DESTITUCIO­N. Kuczynski actuó más como banquero que como hombre de Estado.

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