La fortaleza
El sitio donde está emplazada la Casa Rosada no fue elegido por los primeros presidentes constitucionales ni por aquellos que decidieron utilizarla como la residencia del poder político argentino. La Casa Rosada se instaló allí porque fue el principal espacio político desde los tiempos en los que Buenos Aires era una aldea custodiada por soldados españoles. El edificio se encuentra sobre la antigua Real Fortaleza de don Juan Baltasar de Austria, construida por el gobernador Fernando Ortiz de Zárate en 1594 en las entonces abarrancadas orillas del Río de la Plata. La fortaleza era la sede de los gobernadores y al mismo tiempo el fuerte que protegía la ciudad de los posibles invasores que llegaran a las costas del Río de la Plata. Durante 1713, la fortaleza se reconstruyó como Castillo de San Miguel, rodeado por un ancho foso con cuatro torreones rectangulares y un puente levadizo que lo comunicaba con la actual Plaza de Mayo. Del mismo modo que su antecesora, sirvió como sede de los gobernadores y virreyes del Virreinato del Río de la Plata y posteriormente de los gobiernos independientes desde 1810.
Durante la época rosista, la sede del gobierno se trasladó a Palermo y la fortaleza fue parcialmente demolida en 1850 para construir la Aduana Nueva, diseñada por el arquitecto inglés Edward Taylor. Al caer Juan Manuel de Rosas, el pequeño edificio que quedaba volvió a funcionar como residencia del poder. Es recién durante la gestión del presidente Domingo F. Sarmiento que se la pinta con el particular color rosa que sigue ostentando, con variaciones cromáticas, hasta el día de hoy.
Hay varias hipótesis para explicar la decisión de Sarmiento. Quizá la más popular es que el rosa representaba la unidad política entre los colores de los unitarios y los federales, los partidos que protagonizaron las guerras civiles de décadas anteriores. Otra, menos popular pero más pragmática, señala que el color no tenía otra intención que la de resistir las lluvias y el clima de Buenos Aires; así habría surgido la idea de mezclar sangre de vaca con cal. Sin embargo, el profesor Juan José Ganduglia, director del Museo Casa Rosada y experto en la historia de la sede de gobierno, considera que ambas hipótesis son poco probables. Si bien los federales se identificaban con el rojo, los unitarios no lo hacían con el blanco –color necesario para lograr el rosa– sino con el azul. Por otro lado, aunque son ciertas las propiedades hidrófugas de la combinación de cal con sangre, Ganduglia recuerda que previamente a su nombramiento como presidente, Sarmiento había sido embajador argentino en los Estados Unidos y había querido imitar a la vez que distinguirse del blanco de la Casa Blanca. Sin embargo, considera más probable que el rosa fuera elegido sencillamente porque era el color de moda de los edificios públicos de Europa. (...)
Apenas asumió, Menem hizo pintar el exterior de la Casa Rosada. Sin embargo, el color elegido –rosa pálido– fue criticado extensamente porque no se correspondía con el original.
A pesar de las críticas, la Casa Rosada continuó con ese color durante ocho años. Recién en 1997 se contrató a una arquitecta para realizar arreglos generales y repintar los muros externos. Decidida a no repetir el error en la elección del color, se asesoró con distintos especialistas que le recomendaron un procedimiento clásico para mantener la armonía cromática; se exploró un sector de la fachada externa de la Casa Rosada hasta llegar al color original. El trabajo fue largo y complicado: 15 capas de pinturas diferentes separaban a los especialistas del color original.
Finalmente, no solo descubrieron el color original sino también un cierto gusto por la armonía en los primeros diseñadores de la Casa: el tono original combinaba perfectamente con el de las columnas de mármol del balcón de la Casa.
Durante el proceso de pintura de la fachada principal, se la cubrió con una inmensa gigantografía tamaño real del edificio, tal como luciría luego de la restauración. Sin embargo, cuando asumió Fernando de la Rúa y se quitó la gigantografía, las críticas se reavivaron. Las otras tres fachadas no habían sido pintadas con el mismo tono y, por lo tanto, la Casa Rosada sumaba una nueva asimetría; esta vez no sólo en su forma, sino también en los colores de sus paredes. (...)
Durante el mandato del presidente Néstor Kirchner, la Casa Rosada volvió a ponerse en valor. Se pintaron tres fachadas que habían quedado sin restaurar y se armonizó el tono rosado de todo el edificio. Además, se recuperaron las molduras externas que habían sido invadidas por la vegetación y que amenazaban la estabilidad de uno de los muros. Por otra parte, el Parque Colón fue enrejado y transformado de facto en un jardín privado de la Casa Rosada, lo cual causó una polémica porque se trata de una plaza pública.
Sin embargo, quien mayor cantidad de reformas encaró fue su esposa, la presidenta Cristina Fernández. Ni un rincón de la Casa Rosada dejó de ser testigo de su paso y de su ansia de permanencia. Rescató y puso en valor varios de los patios internos; incluso restauró los arabescos originales del Patio de las Palmeras. Eliminó oficinas provisorias, restauró pisos de mosaico y pinturas murales y no sólo inauguró salones (como el Eva Perón y el de los Científicos Argentinos, entre otros) sino que también renombró otros: el Salón Colón fue rebautizado como Salón de los Pueblos Originarios, el Salón de las Artes, que debía funcionar como Sala de Conferencias, fue renombrado como el de los Pensadores y Escritores Argentinos del Bicentenario.
Fue durante la presidencia de Sarmiento que se la pintó con el particular color rosa
*Periodista. Autora de editorial Sudamericana.