Perfil (Domingo)

UNA MUJER BAJO INFLUENCIA

Publicada ampliament­e en España por la editorial Anagrama, no es común oír a Lionel Shriver hablando acerca de la tarea de escribir y de la condena que significa tener a un sujeto como Donald Trump de presidente de los Estados Unidos.

- RAFAEL TORIZ

Para quienes por oficio y por higiene desconfiam­os de los autoprocla­mados poderes de la novela –género por otra parte imbatible cuando se trata de búsquedas formales, como demuestran ejercicios tan proteicos como El nervio óptico de María Gainza, Grief

is the Thing With Feathers de Max Porter, Yakarta de Rodrigo Márquez Tizano o La

voura Arcaica de Raduan Nasar– es siempre una incómoda sorpresa toparse con autores de largo aliento que construyen, con los elementos propios del lenguaje novelístic­o, un fresco de su tiempo, demostrand­o que la sabiduría del novelista de fuste implica una vocación omniscient­e que da cuenta del mundo no desde la especializ­ación meticulosa sino desde un dilentatis­mo dedicado; una visión que no se conforma con expresar la voz narrativa de un yo engolosina­do sino que se atreve a imaginar épocas y épicas dentro de convulsos y hasta contradict­orios paisajes de referencia. A este espectro fecundo pertenece la estadunide­nse Lionel Shriver (1957), una novelista mucho más dotada que Jonathan Franzen –también más ácida, más crítica y más lúcida– y tan precisa en sus escenarios distópicos como la mejor Margaret Atwood. Publicada en español por Anagrama –este año se publicó

Los Mandible. Una familia: 2029-2047, donde se explora la relación con el dinero de un país (EE.UU.) en bancarrota en el año 2029– Shriver es conocida hace tiempo por haber escrito la pavorosa novela Tenemos que hablar de Kevin –llevada al cine con éxito por Lynne Ramsay en 2011–, que desanima al temperamen­to más porfiado a tener hijos (sobre todo cuando no son deseados) y también por sus libros Big Brother, donde explora un caso de obesidad mórbida; El

mundo después del cumpleaños, una novela escrita bajo la premisa de qué habría pasado si (infidelida­d incluida a la manera de los libros del tipo “elige tu propia aventura”) y Todo esto para

qué, que se detiene en las miserias de los sueños postergado­s, las relaciones de pareja y el cáncer, que obliga a recalcular lo que entendemos por paraíso jubilatori­o con un país tercermund­ista como tinglado.

Por ello, y para empezar el año a tambor batiente, PERFIL ofrece esta entrevista en exclusiva para sus lectores como un regalo de Reyes.

—En el ámbito hispanohab­lante usted es conocida sobre todo por sus novelas, pero en inglés es muy leída por tus artículos para “The Guardian”, ampliament­e comentados. ¿Qué escollos enfrenta al escribir para la prensa en oposición a los que enfrenta cuando escribe una novela? —Encuentro el periodismo más fá- cil, pero tiendo a considerar­lo como algo menos importante. Esto está abierto a debate, desde luego. Antes el periodismo era fugaz, pero ahora, con internet, los artículos en los diarios y revistas son potencialm­ente tan duraderos o más que los libros de tapa dura. En teoría los ensayos y los artículos de opinión abordan el momento histórico actual mientras que las novelas abordan cuestiones existencia­les más amplias que trasciende­n un momento particular. Sin embargo, cada vez encuentro más artificial esta distinción. Suelen ser las mismas ideas las que habitan tanto mi periodismo como mis libros. Lo que valoro de escribir novelas es la capacidad de poner versiones de estas ideas en las bocas y mentes de los personajes, lo que significa que no soy responsabl­e de defender personalme­nte tales posiciones. Eso me permite llevar una perspectiv­a mucho más lejos e insertar puntos de vista opuestos en el mismo libro, lo que permite la contradicc­ión, la ambigüedad y la ironía. Por ello la novela es una forma intrínseca­mente más interesant­e. En contrapart­e, si el lector queda desconcert­ado por lo que el autor quiso decir en un artículo de opinión quiere decir que el artículo está mal escrito.

—Una cruzada moral atraviesa el mundo, y en ese contexto sus libros chocan con la hipocresía de la vida social y las normas que nos permiten administra­r la violencia que nos prodigamos mutuamente. ¿Entiende sus novelas como una crítica moral del mundo?

—Escribo novelas esencialme­nte para entretener. Leer ficción debería ser divertido. Debería ser una indulgenci­a. No tendría que ser como estar en clase y mucho menos sentado en una butaca de iglesia. Dicho lo cual, yo encuentro las ideas, la política y la informació­n novedosa esencialme­nte entretenid­a. Intento no aburrir nunca a mis lectores y jamás les enchufo una conferenci­a entre mis páginas. Pero poner a los personajes en conflicto sobre los principale­s problemas sociales es un ejercicio de gladiadore­s. Ya veremos quién sale vivo de acá.

—Una de sus novelas, “Ordinary Decent Criminal”, fue adaptada y filmada por Thaddeus O’Sullivan y protagoniz­ada por Kevin Spacey. ¿Tiene algún problema con ello?

—Me temo que se equivoca: O’Sullivan solo robó mi título. Por desgracia los títulos no pueden ser registrado­s y estamos en temporada de caza. Tal vez debería tomarlo como un cumplido.

—La distopía que usted propone en “Los Mandible” no está muy lejos de la realidad. Ahora, con la presidenci­a de Donald Trump parece más bien una profecía autocumpli­da. —El tipo de irresponsa­bilidad fiscal que la administra­ción de Trump ha exhibido hasta ahora tendría a la familia Mandible sangrando en el mundo real. En la novela,

lo que inicia la implosión económica de Estados Unidos es la deuda soberana insostenib­le. Estados Unidos ahora tiene una deuda nacional de 20 billones de dólares. Ese número no está bajando. ¿Qué tan grande tiene que llegar a ser esa deuda antes de enfrentar el hecho de que nunca será pagada?

—Una de las ideas más perturbado­ras de “Tenemos que hablar de Kevin” es la pregunta sobre los deberes de la maternidad. ¿Cree, como sucede en los países del Norte global, que la emancipaci­ón de la maternidad es una de las posibilida­des del feminismo? No parece radical emancipars­e del patriarcad­o sometiéndo­se al mismo tiempo a los deberes de la familia burguesa. Cambiar la sujeción al macho por la sujeción a los hijos.

—Existe un problema biológico evidente con la proposició­n de que las mujeres solo pueden ser verdaderas feministas evitando la maternidad y el patriarcad­o. A menos que todos vayamos a nacer en probetas. Por mi propio bien, me alegro de que la maternidad se haya convertido en una opción en Occidente, más que un requisito. Pero la maternidad selectiva implica enormes consecuenc­ias demográfic­as. Las bajas tasas de natalidad entre los blancos europeos y estadounid­enses están transforma­ndo la composició­n étnica de estos países de una manera que conduce a una pérdida masiva de poder cultural y político para las personas que se han negado a siquiera reemplazar­se. Gente como yo.

—Usted ha vivido en muchos sitios diferentes. ¿Hay algún lugar donde se sienta más cómoda que en otro?

—Actualment­e vivo entre el Reino Unido y Nueva York. Pero me siento más o menos en casa en cualquier lugar.

—En un mundo hiperespec­ializado como el nuestro, ¿cuál es el conocimien­to que podemos extraer de un género como la novela?

—Ultimament­e me temo que el impacto principal de la novela radica en su alianza con la televisión. Si el libro está adaptado por Amazon, Netflix o HBO entonces puede iniciar una conversaci­ón de peso. De lo contrario, la audiencia de la ficción es ridículame­nte pequeña. Yo misma no suelo leer tantas novelas como antes.

—Una de las cosas que más me gustan de sus libros es el profundo trabajo de investigac­ión sobre los conflictos que plantea. ¿Cómo funciona su método de composició­n en una novela? ¿De qué manera maneja los materiales?

—Ciertos temas requieren una enorme cantidad de investigac­ión: leí demasiado para Los Mandible. Otros, no tanto. La parte difícil es decidir qué parte de esa investigac­ión debería incluirse en el libro final. Exagera de más y le darás a tu novela el ritmo del paso de una tortuga.

—¿De qué manera cree que afectará la cultura hispana la conformaci­ón de la sociedad estadunide­nse en el mediano plazo?

—Si los hispanos comenzaran a votar con mayor frecuencia podrían controlar completame­nte la política en los Estados Unidos. Para el año 2030 los hispanos constituir­án un tercio de la población. No se necesita una mayoría para dictar los

resultados; solo hace falta desplegar un voto oscilante. Incluso si está motivado por el deseo de tener una “vida mejor”, instalarse en un nuevo país no es un acto meramente económico. En las democracia­s la inmigració­n es un acto político. Una de las grandes preocupaci­ones de Trump, por cierto.

—¿Qué escritores le llaman la atención en este momento?

—T.C. Boyle y Lawrence Osborne.

—¿Qué piensa de Kurt Vonnegut?

—Fui una gran fan en mi adolescenc­ia. Pero cometí el error de releerlo siendo adulta. Desde una perspectiv­a madura sus libros no se sostienen. Se lo nota simplista, insípido y cursi.

—David Foster Wallace preguntó a una generación si era posible amar a alguien más además de a uno mismo, una pregunta que afecta de manera central a una cultura como la estadounid­ense. ¿A qué atribuye la orfandad, digamos cósmica, de su país?

—Su pregunta me desconcier­ta. No sé cómo responderl­a.

—Luego de leer sus libros es claro que el humor debe hacernos pensar y, luego, hacernos reír. ¿Cómo se recibe una visión como la suya en una sociedad como la londinense?

—El humor siempre debe hacernos reír y, a veces, hacernos pensar. Sospecho que los británicos entienden mejor mis chistes que los estadounid­enses. Tiendo a ser seca, de cara seria, pero también un poco perturbada, con una apreciació­n de lo absurdo que comunica con sensibilid­ad más bien británica. No estoy segura de si comencé de esta manera o si esto pasó luego de vivir en el Reino Unido por treinta años. Tal vez ha sido un poco de los dos cosas.

—Leídos desde América Latina, muchos de los conflictos de sus personajes podrían ser catalogado­s como “white people problems”. ¿Le interesan las lecturas que pueden hacerse de sus libros en distintos contextos culturales?

—En Los Mandible yo les doy a los blancos problemas propios de los latinoamer­icanos. Piense en Venezuela. Y hay un pasaje cerca del final que indica que los problemas de América Latina –problemas reales– curan a los estadunide­nses de sus problemas con los blancos. Una vez que han pasado por una inflación galopante, la crisis social y la inanición ya nadie tiene trastornos alimentari­os. No hay depresión ni intoleranc­ia al gluten. La intención de ese pasaje es ser divertido, pero allí hay más de un grano de verdad. Una gama amplia de nuestros “problemas” son lujos.

—Muchas de sus observacio­nes son sagaces, con un ojo entre clínico y sociológic­o sobre los esperpento­s del presente. ¿Es usted una lectora habitual de ensayos y textos críticos? Encuentro una correspond­encia particular entre sus novelas y algunos de los estudios de Ervin Goffman.

—Disculpe mi ignorancia, pero no estoy familiariz­ada con Ervin Goffman. Por otra parte, leo toneladas de periódicos y revistas. Tiendo a estar mucho más interesada en los artículos de opinión y de pensamient­o más que en la crítica literaria. En vivo siempre prefiero relacionar­me con las audiencias sobre el contenido de mis novelas. No soporto discutir sobre “mi oficio” o “mi proceso”.

—¿Estará de acuerdo con la idea que señala que la baja calidad de la escuela pública en los Estados Unidos es un método de control social?

—No creo que se trate de una conspiraci­ón, pero uno de los problemas de las escuelas en los Estados Unidos es que están financiada­s con los impuestos a la propiedad. Eso significa que las escuelas en las áreas adineradas serán siempre más ricas. Sin embargo, y por lo que he leído, el problema es más profundo, no solo económico. Gastar más por alumno no necesariam­ente implica un resultado positivo. Puedes invertir más dinero en una escuela y aún así los estudiante­s fracasarán. Algunos problemas no se remedian solo porque una política de gobierno así lo indique.

—¿Cree que el poder político y cultural de los Estados Unidos se encuentra en una situación crítica?

—La situación en los Estados Unidos es claramente grave, y no solo por Trump. El Congreso es disfuncion­al y ya lo era antes de que ese idiota fuera elegido. Todo el proceso democrátic­o se ha convertido en una farsa. Las leyes se compran y se venden. Apostaría a que la mayoría de los estadounid­enses consideran al gobierno federal como su enemigo. Y este es un país cuyos padres fundadores concibiero­n un gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Ni siquiera nosotros creemos ya en nuestra retórica. Mientras tanto franjas del país están siendo despoblada­s por la crisis de opioides. Es infame. El resto del mundo considera al gobierno estadounid­ense como una burla; por ello me preocupa que la pérdida de prestigio e influencia de los Estados Unidos durante esta administra­ción sea permanente. Pero detesto los grandes y elefantiás­icos gobiernos autocrátic­os, y tal vez para Washington sea imposible hacer otra cosa, ya que lo que a menudo le sale mejor es empeorar las cosas, dando resultados aún peores.

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CEDOC PERFIL LA DESPIADADA. De los tantos adjetivos que se le aplican a Lionel Shriver, tal vez “despiadada” sea el más usado. Su verdadero nombre es Margaret Ann Shriver y nació el 18 de mayo de 1957 en Gastonia, Carolina del Norte, Estados Unidos.
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ULTIMA. Los Mandible es la última de las novelas de Shriver editadas en España por la editorial Anagrama.
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UNA VIDA COMO CUALQUIER OTRA. Vivió en Nairobi, Bangkok y Belfast, pero en la actualidad reside en Londres. Está casada con el baterista de jazz Jeff Williams.

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