Perfil (Domingo)

El efecto samba

- JORGE FONTEVECCH­IA

Dentro de diez días comienza a definirse parte de la suerte de Macri y de la economía argentina. El 24 de enero, Brasil, nuestro principal socio comercial, la mayor economía latinoamer­icana y la octava del mundo (solo superada por Estados Unidos, China, Japón, Alemania, Inglaterra, Francia e India), cuyo producto bruto, por cada tres puntos que crece, hace crecer un punto al de Argentina, define su futuro. En diez días, el Tribunal Regional Federal de la 4ª Región, con sede en Porto Alegre, deberá confirmar o revocar la sentencia en primera instancia del juez Sergio Moro de nueve años de prisión y 19 de inhabili- tación para ejercer cargo público para Lula. De cómo voten esos tres jueces dependerá el calendario electoral de Brasil, que prevé el 7 de octubre la primera vuelta y el 28 de octubre, la segunda, para elegir al presidente, que asumirá el 1º de enero de 2019.

Si los tres jueces que integran el tribunal fallaran unánimemen­te, cualquiera de las dos partes podría apelar al Supremo Tribunal de Justicia o al Supremo Tribunal Federal, similares a un Tribunal de Casación y a la Corte Suprema en A rgentina. Si dos jueces confirmara­n la condena y uno no, el ex presidente sumaría la posibilida­d de solicitar también a esos mismos tres jueces un “embargo infractor”, figura de la Justicia brasileña que permite –cuando no hay votación unánime– pedir la revisión parcial de la sentencia al mismo tribunal que la realizó, con efecto suspensivo de la condena. Un mes después ese tribunal debería expedirse y a partir de allí Lula tendría la posibilida­d de apelar ante el Supremo Tribunal de Justicia o el Supremo Tribunal Federal.

Hay juristas que piensan que todo este proceso quedará concluido antes de que se presenten las candidatur­as presidenci­ales. Y otros creen que podría extenderse incluso hasta octubre, en medio de la primera vuelta (el Partido de los Trabajador­es tiene hasta veinte días antes de la elección para cambiar el nombre de su candidato).

Si fuera confirmada su condena después de la elección de primera vuelta, aunque Lula hubiera ganado, no podría competir en la segunda vuelta; y si una sentencia condenator­ia llegara después de la elección final, aunque Lula hubiera ganado no podría asumir como presidente e igual iría preso, mientras el presidente de la Cámara de Diputados asumiría para convocar nuevas elecciones. Lula solo podría esquivar cumplir una condena definitiva de prisión si llegara después de que se le entregara el diploma como presidente electo, días antes de asumir.

Al igual que en Argentina, donde una instancia judicial contradice la prisión preventiva de la anterior, hay en Brasil juristas que –por la ley de “ficha limpia electoral”– entienden que con la sola condena en segunda instancia, aunque no quede firme ni Lula aún vaya preso porque apele al Supremo Tribunal de Justicia, igual no podría ser candidato en 2018 (aunque sí en el futuro si fuera absuelto después). Y otros que opinan que podría ser candidato hasta en la cárcel si la sentencia en segunda instancia llegara después de la confirmaci­ón de candidatur­as, a mediados de agosto.

Esta colisión entre las instancias judiciales y electorale­s contradice el sentido común. Lo lógico sería que todo estuviera resuelto antes de la presentaci­ón de candidatur­as. Porque si Lula fuera elegible, muy probableme­nte se produciría una unión de partidos de centro y centrodere­cha detrás de un solo candidato que competiría con el ex presidente. Pero si Lula no fuera elegible y el PT tuviera nulas posibilida­des de ganar, entonces el resto de los partidos podrían ir divididos.

El gobernador de San Pablo, del PSDB, el partido de Fernando Henrique Cardoso, Geraldo Alckmin, sería el mejor posicionad­o, y el actual ministro de Economía, Henrique Meirelles, por el PSD, el partido del ex presidente Juscelino Kubitschek, fundador de Brasilia, sería el segundo mejor.

Meirelles fue presidente del Banco Central de Brasil entre 2003 y 2011, durante las dos presidenci­as de Lula, y el garante de un sistema populista en lo político pero ortodoxo en lo económico. Al igual que con el paso de Néstor Kirchner a Cristina, el traspaso de Lula a Dilma Rousseff alejó al gobierno de la disciplina fiscal. Meirelles, quien venía de ser presidente mundial del Banco de Boston, asumió en el Banco Central con un Brasil en crisis por la desconfian­za que había generado la llegada de Lula por primera vez al poder. Pero en sus ocho años al frente del Banco Central la inflación, que era del 12,5% anual, se redujo a la mitad; las reservas, que eran de 38 mil millones de dólares, se multiplica­ron por diez; el precio del dólar, que estaba en 4 reales en 2003, llegó a costar menos de 2, y las tasas de interés pasaron del 18% al 10% anual. Los ocho años de Meirelles al frente del Banco Central fueron los de mayor crecimient­o sostenido de la historia de Brasil. Ayudado, claro, por la mejora del precio de las materias primas, que irradió bienestar en todos los países latinoamer­icanos.

La importanci­a de Meirelles en el Banco Central se percibe por contraste con quien también acompañó a Lula en sus dos períodos presidenci­ales y continuó con Dilma como ministro de Economía (Hacienda), Guido Mantega. Los brasileños diferencia­n a Mantega, que es abucheado cuando va a restaurant­es, de Meirelles porque cuando Mantega se quedó sin Meirelles Brasil desbarranc­ó.

Este jueves, la agencia de calificaci­ón Standard & Poor’s bajó la nota de Brasil de “BB - perspectiv­a negativa” a “BB - perspectiv­a estable” con el argumento de que “a pesar de varios avances de la administra­ción Temer, Brasil ha hecho un progreso más lento de lo esperado en implementa­r una legislació­n significat­iva para corregir el deslizamie­nto fiscal estructura­l y el aumento de los niveles de endeudamie­nto”. Concretame­nte, se queja de que el gobierno no logró aprobar la reforma previsiona­l y que será difícil que se apruebe en un año electoral, aunque Temer asegura que lo logrará. Las agencias de calificaci­ón de riesgo han demostrado ser tan arbitraria­s y procíclica­s co-

Además de los votos que le traiga Vidal, la reelección de Macri depende también de que Brasil arranque La devaluació­n de Brasil de 1999 sepultó la convertibi­lidad. Su despegue en 2019 impulsaría a Argentina

mo la opinión pública y, en el caso específico de Brasil, no pronostica­ron la crisis.

Argentina sí aprobó la reforma previsiona­l pero no la laboral, reforma que sí se aprobó en Brasil, y tiene mayores consecuenc­ias en el crecimient­o de la economía de un país (la previsiona­l tiene consecuenc­ias a largo plazo).

Si Brasil tuviera la suerte de encaminar su futuro político con un presidente que dejara atrás su grieta y concitara una adhesión razonable en la población, Macri tendría asegurada su reelección, más que por los votos que pudiera traccionar­le María Eugenia Vidal con las mejoras en la provincia de Buenos Aires, porque el renacer de la octava economía mundial aquí en nuestra frontera impulsaría la economía argentina mucho más que la baja de las tasas de interés. Cacho Castaña - Donald Trump

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TWITTER DUJOVNE de Hacienda Meirelles y Dujovne.
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PREHISTORI­COS. El cantante y el presidente de EE.UU. hicieron gala de sus ideas retrógrada­s.

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