Perfil (Domingo)

Arte degenerado

- LAURA ISOLA

El arte y lo monstruoso reducen su existencia al imperativo de cada época. Es decir, en cada tiempo se definen a sí mismos –¿qué es arte?, ¿cuáles son los monstruos?– y, de esta manera, trazan el límite. Nuevamente, la condición necesaria de existencia es dotar negativame­nte a lo que no forma parte de. Sin embargo, distinto de la psiquiatrí­a, el arte integra a los monstruos a sus filas: los escribe, los pinta, los hace actuar, los esculpe y los vuelve sagrados. La disciplina científica los clasifica de diferentes maneras, al menos eso aprendimos con Foucault en su libro Los anormales, de 1975. En Clases. Literatura y disidencia, Daniel Link explica: “El dominio de la anomalía durante el siglo XIX convoca y absorbe tres figuras previas: el monstruo humano, el incorregib­le y el pequeño mas- turbador”. Si el primero constituye el límite, “combina lo imposible y lo prohibido”, el segundo es el que requiere de la corrección permanente: en todo tiempo y lugar. Aquel que es el más difícil de asir. En cuanto a la tercera figura, exhibe las relaciones entre medicina y sexualidad y “el mal uso del cuerpo”. Egon Schiele (Austria 1890, 1918) se hartó de Viena y se fue al campo con su amante, una joven de 17 años, que fue su modelo. De esa época bucólica es el cuerpo de su obra considerad­a “pornográfi­ca”. Al señor Schiele, que murió a los 28 años, le gustaban las mujeres jóvenes. Las pintó de muchas maneras y, entre algunas de ellas, masturbánd­ose. El pueblo no aprobó a los nuevos vecinos y los denunció. Fue acusado de corrupción de menores y sentenciad­o a tres años de cárcel. Algunas de esas pinturas fueron quemadas.

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