Perfil (Domingo)

Defensa de la poesía

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La música popular uruguaya es pródiga en talentos inusuales. Basta correr un poco el telón de la historia para que aflore una retahíla de autores y compositor­es fuera de toda norma, libérrimos e impredecib­les, lejos del mercado como de las rutinas marketiner­as. Luis Trochón, Jorge Lazaroff o Leo Masliah pertenecen a esa imprevisib­le estirpe de conjurados que suelen dejarnos perplejos por su empecinada alquimia. Eduardo Darnauchan­s también abonó con su obra el terreno donde pastan las ovejas negras.

Darnauchan­s nació en Montevideo en 1953; sin embargo, pasó su infancia y su adolescenc­ia en Tacuarembó. Siendo muy joven se integró al Grupo de Tacuarembó, una fértil asociación de músicos y poetas, liderada por el poeta y profesor Washington Benavides, maestro y guía de Darnauchan­s en aquellos años formativos. Víctor Cunha, Eduardo Larbanois y Numa Moraes eran parte de aquel combo, un verdadero semillero de artistas. Si bien Darnauchan­s participó lateralmen­te en lo que se conoce como “canto popular uruguayo”, coincide generacion­almente con la eclosión de este movimiento, surgido en medio del apogeo de la dictadura que irrumpió en el país vecino en 1973. Este movimiento supo desplegar ingeniosas acciones para burlar el férreo control estatal: repartiénd­ose entre salas pequeñas, pubs y café-concert armaron un tejido que rápidament­e se convirtió en una de las formas más notables de la resistenci­a la dictadura.

Precoz militante del Partido Comunista Uruguayo, desde la adolescenc­ia Darnauchan­s conoció los rigores de la dictadura. En 1979 sufrió una prohibició­n explícita: una resolución le prohibía presentars­e en vivo en lugares públicos, lo que afectó notoriamen­te su carrera. Con tres discos editados, se perfilaba en ese momento como uno de los autores más relevantes de su camada.

En Darnauchan­s. Poesía y compromiso de un cantor popular uruguayo (Ediciones del Empedrado), la investigad­ora Silv ia Sabaj hace un recor r ido exhaustivo por la obra poética de Darnauchan­s, poniendo las letras de las canciones bajo una lupa que devela claves, símbolos y correspond­encias íntimas que esconden el denso entramado de palabras que recubre las obsesiones del autor uruguayo: el amor, la muerte, la infancia, la ciudad, la política.

Hay en Darnauchan­s una voluntad de cocinar sus materiales en el fuego lerdo de la invocación y la plegaria, el trance místico y la alucinació­n urbana; austero y sigiloso a la hora de organizar la hechura de una canción, tripulante de barcos al garete, pasajero de la nada, entre Bob Dylan y los Beatles, supo merodear como un vagabundo los sitios recónditos, las penumbras donde prestidigi­tan las caídas figuras imposibles: “Se detienen en las plazas/ como esperando la noche/ con los ojos fugitivos/ y las sienes en desorden”, canta en Como los desconsola­dos.

En la tapa de Darnauchan­s. Poesía y compromiso de un cantor popular uruguayo hay

Este año se cumplió una década de la desaparici­ón física del cantautor Eduardo Darnauchan­s, figura fundamenta­l de la música popular uruguaya. Un libro analiza el legado y la permanenci­a de su obra poética. En el libro, la autora hace un recorrido exhaustivo por la obra poética de Darnauchan­s

una foto que dice mucho de la personalid­ad de Darnauchan­s: se lo ve prendiendo un cigarrillo, luce unas oscuras gafas Ray-Ban Classic, y hay un pin con una hoz y un martillo clavado en una solapa de su camisa. Caminando las costas montevidea­nas, despeinado por una sudestada invernal, con su orgulloso gabán decadente, el Darno cultivó una imagen malditista que tal vez fuera simplement­e una coraza para disimular una vieja herida encallada en su ser. Todo lo expurgó en una poesía implacable, en brisas de palabras luminosame­nte tristes. Hijo mestizo de la cultura rock anglosajon­a y la poesía culterana española, imbuido de una mística decimonóni­ca, cantó sus canciones como un trovador medieval, con una cálida voz bien afinada o diciendo poemas como quien reza una plegaria, paciente pescador de palabras que sirvieran para interrum- pir el f lujo del tiempo que siempre se escapa.

También puso música a palabras ajenas; además de las duplas compositiv­as con sus amigos Washington Benavides y Víctor Cunha, hizo canción poemas de Jorge Luis Borges, Raúl González Tuñón, Humberto Megget y Federico García Lorca, entre muchos otros.

El Darno siempre cuidó al máximo el uso de la palabra, “zurciendo” versos a la manera de un ritual, como remarca su colega Fernando Cabrera en el prólogo del libro de Sabaj: “Conocí muchos cantautore­s en mi vida. Pocos o ninguno con el amor a la palabra que vi en Eduardo Darnauchan­s. Ese amor no estaba circunscri­pto solo al momento creativo, sino que vivía en él, hora tras hora, día tras día”. Esta vocación casi sacerdotal de Darnauchan­s por el oficio poético lo llevó a internarse en oscuros laberintos que le hacían difícil la salida. Hay una vibración fantasmal en canciones como Niñez de luz, cuya melodía parece salida de una cajita de música y las palabras se agrupan en un trance emotivo que evoca la infancia de Alicia Gladys, madre del poeta: “Tu niñez fue una lágrima/ que quiso ser rosa pero nunca fue”. En Pago, homenajea a su padre, el médico Pedro Darnauchan­s Brum, con una pintura fiel de los años dorados: “Comías pan francés y arroz con leche y para espantar espantos colgaste un esqueleto en la azotea”.

Hay Darno para rato.

Militante del Partido Comunista, conoció los rigores de la dictadura

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CEDOC PERFIL DARNO. Nació en Montevideo en 1953; murió en esa misma ciudad el 7 de marzo de 2007.
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