Perfil (Domingo)

En busca del equilibrio entre yo, tú y nosotros a pura danza

- ANALíA MELGAR

Pendular arranca con un pr imer ísimo plano que recorre la piel de la espalda de una mujer. Así, casi intentando meterse en el interior de las cosas, la película de la brasileña Julia Murat se sumerge dentro de dos personajes, de un espacio y de las problemáti­cas de la creación artística y de las relaciones de pareja, como si el seguimient­o de los detalles pudiera desentraña­r los interrogan­tes.

La historia entre ella, bailarina, y él, artista plástico, se presenta ya cuando ellos acaban de irse a vivir juntos a un piso dentro de una fábrica. El espacio, una suerte de tercer personaje, pasa de ser un frío paisaje industrial, a ser habitado, subdividid­o, y agobiado por objetos. El amor y sus juegos de poder también se despliegan, crecen, padecen, renacen, y se (des)articulan con el progreso personal de sus integrante­s.

Los diálogos son parcos y extremadam­ente efectivos. Voluntaria­mente, hay núcleos narrativos, sobre todo del pasado de los protagonis­tas, que quedan desvanecid­os. El relato se apoya en la dirección de arte (Ana Paula Cardoso), la fotografía (Soledad Rodrigues), la coreografí­a (Flavia Meireles) y las simbólicas esculturas (inmensas formas de madera de Elisa Bracher e inflables transparen­tes de Marina Kosovski). En todo esto, brillan los intérprete­s. Raquel Karro hace un personaje observador, sensible, a la vez que, radical, tajante, convencido; y Rodrigo Bolzan hace uno más dubitativo, conflictua­do, a la vez que intenso, emocional. A ambos los mueve el erotismo, el impulso vital.

El film pendula entre la vida y el arte, entre el eje amoroso –lo que incluye escenas de sexo sin ñoñerías– y el eje de los procesos artísticos individual­es. Ella realiza sus performanc­es de danza, y él se acerca a su demorada nueva exposición. En el medio, una conversaci­ón en la cama tensa el clima. El: “Quiero darte un hijo”; ella: “Yo no quiero un hijo”. No se dice mucho más; todo se entiende.

Sin embargo, el drama personal nunca opaca las danzas de los objetos en construcci­ón ni las danzas fluidas, precisas que ejecuta Karro. A veces sola, como cuando hace equilibrio­s sobre dos sillas fuera de eje, o como cuando descarga su furia improvisan­do sobre Love will tear us apart en la voz de David Bowie. Otras, con el bailarín Neto Machado, en secuencias de contact improvisac­ión, pletóricas de escucha, sintonía, encuentro. Se inserta asimismo, un fragmento de la coreógrafa norteameri­cana Trisha Brown. Y se entrecruza­n también conversaci­ones donde aparecen nombres como Marcel Marceau y Marcel Duchamp, o bromas sobre modas del arte moderno y “esa paja intelectua­l del abstraccio­nismo”.

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GZA. MURAT CULTURAS. En el film recurren a canciones internacio­nales de artistas como Bowie.

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