“Mejor que decir es hacer”, Francesco
Ser papa ya no es “una papa”, como diríamos en el país de Bergoglio. Hasta hace unas décadas, algunos presidentes se inclinaban ante Su Santidad y le besaban la mano. Hubo alguno, el peruano Alan García, que incluso se arrodilló y le pidió perdón por sus pecados. Entonces había que contener a las inmensas multitudes que lo aclamaban y organizar a la corte de sacerdotes, prelados y dignatarios que lo escoltaban. Incluso a las monjas que, claro que algo más apartadas, se arrodillaban, rezaban, lagrimeaban y vaya uno a saber qué otra clase de sensaciones experimentaban al paso del representante de Dios en la Tierra.
Pero el mundo está cambiando a la velocidad de la luz. Sin metáfora, porque a la velocidad de la luz, es decir en tiempo real, el planeta entero se entera hoy de lo que dice y en realidad hace el Papa; por dónde va y cómo lo reciben. Los jóvenes y las jóvenes (para el caso, cabe aplicar lo políticamente correcto) ven por internet a una docena de tipos vestidos a la usanza de reyes o reinas medievales besando la mano de uno que, con la otra, hace la señal de la cruz en el aire y la sopla hacia la multitud. No es difícil imaginarse a un grupo de adolescentes de hoy riendo ante ese cuadro y a una joven preguntando, con total inocencia: ¿no hay mujeres en la Iglesia Católica?
Uno o una, quizá el o la mayor, quizá de familia católica, explicará entonces la historia de la virginidad de la Virgen María y que desde entonces las mujeres quedaron marginadas en la Iglesia; o algo así. La misma joven, quizá de familia agnóstica, o protestante, o judía, en fin, preguntará: ¿cómo, lo tuvo a Jesús y no…? Todos reirán y hasta es probable que alguno, el más informado, establezca una relación entre ese mito, el confinamiento eclesiástico y los asuntos de pedofilia que en todo el mundo envuelven a la Iglesia Católica. Hasta puede imaginarse que alguno o alguna, el o la de familia ultracatólica, se atreva entonces a contar que conoce el caso, vaya uno a saber si el suyo propio, de un chico o chica que está haciendo el catecismo para la primera comunión…
Seguramente hay también otro tipo de reacciones. Pero se puede afirmar que ese reflejo de desconcierto e incredulidad es lo que prima. Y no solo entre los jóvenes. La “crisis de vocaciones” que viene sufriendo la Iglesia Católica se agrava. Cada vez hay menos aspirantes a sacerdotes y monjas; también menos creyentes. “En este año, 2016, solo tres seminaristas se ordenarán sacerdotes y se- rán integrados en la Arquidiócesis de Buenos Aires. La cifra, en una jurisdicción eclesiástica que contiene más de tres millones de habitantes y que fue la casa de origen del actual papa, marca un declive sin precedentes del sacerdocio como elección para la vida consagrada” (https://www.clarin.com/ zona/Sacerdocio-crisis-vocacionesimpacta-Iglesia_0_V1C5pGVne.html).
Es solo un ejemplo local. Durante la visita de Francisco a Chile, en algunos sitios la multitud, aunque numerosa, fue la mitad de lo esperado. En cambio, varias iglesias católicas fueron incendiadas y se quemaron tres helicópteros. Esos reprobables hechos no opacaron los numerosos y legítimos reclamos y protestas sobre los casos de pedofilia, que el Papa condenó… en compañía del obispo Juan Barros, uno de los principales acusados (https:// elpais.com/internacional/2018/01/17/ actualidad/1516199101_562786.html).
Se podría seguir con asuntos como la pobreza mundial y el contraste con las riquezas y los negocios de la Iglesia; el divorcio; el sacerdocio femenino; la homosexualidad, el aborto… tantos para los que Francisco, en buen populista, tiene un “relato progre” pero no hace nada concreto; ya porque no quiere, ya porque no lo dejan y no se atreve.
En tiempos de internet, robots y crecientes desigualdades, pero también de liberación e igualdad sexual, de necesidades y reclamos sociales, ya no es cuestión de autocontrición, sino de reparación. * Periodista y escritor.