A la captura del instante
El evento dura segundos: alguien, probablemente un hombre, se tira a una pileta inmensa de una casa en la soleada California. Desaparece de la superficie del agua y el rastro que queda del cuerpo es el hueco, el peso específico del volumen que aplasta el líquido, y hacia el lado contrario, hacia arriba, la zambullida que se desarma en chorros y gotas. Mucho se tarda en escribirlo y leerlo, mientras que la inmersión se desvanece a la velocidad del rayo. Si se quisiera fotografiar esta misma escena, se detendría para siempre esa acción que se evapora en el instante. Pintarlo, además, contradice la naturaleza efímera de un chapuzón. Todas estas disquisiciones sobre la captura del acontecimiento y tiempo están en A Bigger Splash, el famoso cuadro de David Hockney de 1967, que tardó semanas en componer esa mancha central y blanca, un primer plano refrescante e inolvidable. Lo hizo con la deliberada oposición a la acción que se escurre. También, ese pensamiento entre lo pasajero y perdurable, casi una pequeña teoría sobre el devenir de las cosas, el presente inasible, la representación realista como algo imposible para las artes plásticas, mitiga el imaginario reposado de esas piletas ociosas y lugares de películas de la costa oeste norteamericana que tanto sorprendieron a Hockney cuando las vio por primera vez, recién llegado de Inglaterra, en 1964. Los espacios enormes de Los Angeles, las piscinas en cada casa, el cielo azul y transparente, la arquitectura modernista, las palmeras. Todo eso vio. Pero para pintarlo, tuvo que detenerlo e inventarlo de nuevo.