Perfil (Domingo)

Segundas oportunida­des

- OLIVERIO COELHO

en la historia del arte y la literatura, siempre hay segundas chances. Italo Svevo, después de publicar dos novelas breves, permaneció décadas en el anonimato, dedicado a los negocios. La conciencia de Zeno, en 1923, habría corrido con la misma suerte que Una vida y Senilidad si no fuera por el apoyo de Joyce para que esta novela se tradujera al francés. A partir de esa traducción, el prestigio literario de este hombre de negocios triestino no dejó de crecer en Europa, al punto de que La conciencia de Zeno hoy es considerad­a una de las obras maestras de la modernidad.

En la vida cotidiana las chances raramente se repiten, especialme­nte en el amor. En territorio­s más triviales, como la compra de discos o libros, existen golpes de suerte que se repiten. Desde hace años intento dar con vinilos del pianista canadiense Paul Bley, aunque cada vez que entro a una disquería y revuelvo bateas, esa búsqueda no es prepondera­nte sino parte de una misión a largo plazo que incluye otras obsesiones o desvíos sentimenta­les eclécticos, como David Bowie, Invisible, Anthony Braxton, Brian Eno. En bateas de jazz repletas de discos nacionales de Dixieland, Louis Armstrong, Duke Ellington y big bands del año cincuenta, dar con un disco de Paul Bley es un milagro, salvo que uno visite Bonus Track, la clásica disquería de la Galería Optica en la calle Corrientes. Ahí, años atrás, adquirí mi primer LP de Bley, Paul Bley with Gary Peacock, editado por ECM en el año 1970. Desde entonces, esperé infructuos­amente a que cayera en mis manos otro disco de esa especie.

En 2013, visitando a un amigo en Amsterdam, supuse que tendría oportunida­d de dar con todo tipo de joyas de jazz a precio de ganga. En alguna de las tan- tas disquerías de Amsterdam me topé con la edición de Ballads, y me sorprendió notar que esas ediciones originales del sello ECM valían el doble en Europa que en Argentina, exactament­e al revés de lo que sucedía con cualquier otro disco que buscara –y cualquier objeto en general.

De modo que dejé pasar la oportunida­d, a riesgo de no encontrar nunca más ese disco. Tiempo después una reseña de un tal Eugene Chadbourne en el sitio All Music revivió mi curiosidad por ese disco. La reseña se caracteriz­aba por un caudal de negativida­d e ironía que solo inspira el genio ajeno y, más que una crítica, era una obra maestra del resentimie­nto. La falta de objetivida­d para aprehender y abstraer el estilo de Paul Bley y separarlo de asuntos o gustos personales era evidente. Ese tipo de reseña arbitraria –muy valiosa como pieza literaria– era el modelo de lo que un crítico no debe hacer si quiere pensar un disco o un libro por fuera de la vocación evangeliza­dora o justiciera.

Días atrás, en una disquería semiquebra­da de la calle Callao, mi teoría de que ciertas joyas de jazz son más baratas en Argentina que en Europa se confirmó.

Apareció Ballads y no dejé pasar la oportunida­d. Le pregunté al vendedor si el disco estaba hace mucho. Pareció sorprendid­o por la pregunta, como si estar hace mucho fuera el destino de cualquier vinilo de jazz. “Un año por lo menos”, me contestó. Cuando volví a casa, además de escuchar el disco, contrastar­lo con la reseña de Chadbourne, buceé en internet. Ni Ballads ni otros discos de Bley se ofrecían en formato vinilo, pero sí en CD, a precios descomunal­es. Llegué a la conclusión de que el melómano de jazz local nunca dejó el formato CD y que el retorno del vinilo en este único caso representa una oportunida­d.

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MARTA TOLEDO
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