El amor por uno mismo
En “Las radicalidades existenciales”, Michel Onfray trabaja con tres autores pilares de su pensamiento: Henry David Thoreau, Arthur Schopenhauer y Max Stirner.
tismo, egoísmo y dandismo. Cada capítulo, de este modo, no sólo presenta la formación intelectual y artística de estos autores, sino su propio proyecto radical y experiencial. Thoreau, más conocido por su exilio en el lago de Walden y por su solitaria vida en los bosques, persigue un único y específico deseo: vivir y morir sólo y a través de la naturaleza. Lejos de la modernidad, de la civilización, “Thoreau no busca recluirse lejos del mundo (…), sino que quiere experimentar una vida filosófica, quiere que
Para Onfray, el siglo XIX no fue solo el tiempo de respuestas colectivas frente al capitalismo. su existencia concuerde con su pensamiento, que su teoría armonice con su práctica”. El conocimiento, para el autor, nunca puede darse sin las informaciones brindadas por los sentidos. Como buen libertario, Thoreau nunca pone nada por encima de su libertad. De esta forma desaparecen, rápidamente, el bien y el mal, los valores y las normas sociales. La única verdad o experiencia posible es el completo aislamiento, la fusión del hombre con la naturaleza.
La contemplación estética y sublime de Schopenhauer es muy próxima a la de Thoreau. Onfray rememora la fundacional experiencia del filósofo alemán en las montañas, ese consuelo frente a esa otra verdad, tan cara a los ojos de cualquiera de nosotros, y que implica el reconocimiento de la miseria en nuestro mundo. En su famoso trabajo El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer concluye que no existe ninguna objetividad, ya que existen tantos mundos como sujetos que los perciben y se los representan. Pero la voluntad, ese deseo de querer vivir, el deseo de reproducirse y de continuar la especie, no es otra cosa que la confirmación de falta, verdadera causa de sufrimiento y de dolor. La existencia, y por tanto reproducción (de especie, valores y normas, etc.), no es otra cosa que la perpetua oscilación entre el sufrimiento y el hastío. Sin embargo, Schopenhauer propone salidas epicúreas, hedonistas e independientes para sobrellevar la existencia, y de la misma forma que Thoreau, propone que el individuo se instale en el centro de sí mismo.
El insumo teórico de Stirner, último de los autores presentados por Onfray, se relaciona íntimamente con esta pedagogía antiautoritaria, libertaria, centrada en el yo. Para Stirner, la humanidad se divide en fuertes y débiles. El autor les declara la guerra a la religión, a la política, a la sociedad, a la moral burguesa, “existe un solo único y él dispone de una propiedad sin otro límite que el de otro único que haya manifestado una fuerza superior y se haya apropiado del objeto codiciado (…). Solo concibe al otro en la perspectiva de utilidad para aumentar sus fuerzas”. Todo lo que sucede, a fin de cuentas, se desarrolla más allá del bien y del mal. No existen la compasión, la otra mejilla cristiana. El goce del “único” despliega sus alas en toda su extensión. Estos autores compartieron la preferencia del amor a sí mismo antes que el amor al prójimo, así como el desprecio por el trabajo y las instituciones. Forjaron un giro que, según Onfray, convergerá en una fuerza que lleva el nombre de un tal Friedrich Nietzsche, admirador del trascendentalismo de Emerson, lector de Stirner, discípulo de Schopenhauer. A diferencia de las soluciones colectivas (eudemonismo social) y su propuesta de “cambiar el orden del mundo”, las radicalidades existenciales plantearon, mucho antes de alterar las cosas, “cambiarse a uno mismo”.
“En el siglo XIX ellos proponen soluciones, pero no colectivas, sino individuales.”