Un inagotable debate
Periódicamente aparecen declaraciones que promueven una reconciliación entre los argentinos, gesto que, presumiblemente, garantizaría la paz y cerraría un capítulo nefasto que nos impide avanzar como sociedad. Esta vez fue el diputado Nicolás Massot el que retomó este pedido de reconciliación tantas veces escuchado. Vale entonces reiterar nuestra respuesta, tantas veces repetida. Porque no se trata de repudiar, sino de debatir su propuesta.
La reconciliación, sin castigo, fue formulada por todos los gobiernos civiles, incluyendo al del general Perón, quien a pesar de casi dos décadas de exilio, proscripción y represión perdonó a sus antiguos enemigos y propuso mirar al futuro sin rencores. El resultado fue catastrófico. Los sucesivos gobiernos militares se perdonaron a sí mismos desde 1930 en adelante; y los gobiernos civiles que pudieron acceder al poder durante los interregnos siempre perdonaron a los usurpadores mediante olvidos o amnistías. Ni la represión a la sociedad, ni los bombardeos sobre la población civil, ni las proscripciones políticas, ni los vejámenes y torturas que ejercieron los militares fueron castigados jamás hasta que se realizó el histórico e inédito Juicio a las Juntas en la década del 80. Una reconciliación implicaría aceptar que los autores del terrorismo de Estado, donde la violencia oficial llegó a límites jamás conocidos en la Argentina, han resuelto sus deudas con el pasado y con sus víctimas. Y eso todavía no ha ocurrido.
¿Cómo pedirles a las madres, a las abuelas y a los hijos de desaparecidos que perdonen y se reconcilien con los autores de los crímenes si estos todavía no dieron respuesta a los más elementales interrogantes que deben ser satisfechos?
Massot debe modificar su petición. Primero tiene que pedir a los represores que confiesen en qué sitio están los cuerpos de los miles de desaparecidos que todavía hoy deben ser buscados afanosamente en lugares recónditos, fosas comunes y cementerios de todo el país.
Y, lo más importante, debe convencerlos para que informen dónde están y cuáles son los nombres falsos de los aproximadamente 200 jóvenes que nacieron en cautiverio y que todavía viven engañados, ignorantes de su verdadera identidad.
Mientras no se respondan estas preguntas no puede siquiera pensarse en perdones o reconciliaciones. Porque lo que no contempla la propuesta del diputado es que, en la Argentina, el pasado no pasó. Está vigente en el presente y así seguirá por mucho tiempo.
Sugerirles a las Abuelas que perdonen a los secuestradores significaría aceptar que esos chicos, hoy adultos, vivan engañados para siempre. Mientras ignoren en qué sitio se encuentran los cuerpos de sus hijas, las que dieron a luz a sus nietos, y mientras se mantenga oculta la identidad de estos, no puede haber reconciliación alguna. Madres y niños continúan desaparecidos: los cuerpos de unos y las identidades de otros.
Vale la pena reiterarlo: en la Argentina el pasado está presente y continuará así hasta que estas elementales cuestiones humanitarias no sean dilucidadas. Desde el punto de vista jurídico, porque bajo el hermético silencio de los represores, los delitos siguen vigentes. Y desde el punto de vista humano, porque esa gente no tendrá perdón hasta que no reconozca sus crímenes y confiese dónde están unos y dónde están los otros.
La tragedia de toda esta historia es que se repetirá en el futuro, y por muchas décadas. Porque cuando por circunstancias azarosas alguien descubra, dentro de treinta o cuarenta años, que sus padres fueron asesinados y sus cuerpos ocultados; cuando descubra que quienes lo criaron fueron apropiadores ilegales que le negaron su verdadera identidad, el pasado estará allí, presente en el futuro. No es posible, entonces, estrechar la mano en signo de amistad a quien se obstina en ocultar cuerpos sin vida y vidas sin identidad. *Periodista y escritor.