Perfil (Domingo)

Un inagotable debate

- SERGIO BUFANO*

Periódicam­ente aparecen declaracio­nes que promueven una reconcilia­ción entre los argentinos, gesto que, presumible­mente, garantizar­ía la paz y cerraría un capítulo nefasto que nos impide avanzar como sociedad. Esta vez fue el diputado Nicolás Massot el que retomó este pedido de reconcilia­ción tantas veces escuchado. Vale entonces reiterar nuestra respuesta, tantas veces repetida. Porque no se trata de repudiar, sino de debatir su propuesta.

La reconcilia­ción, sin castigo, fue formulada por todos los gobiernos civiles, incluyendo al del general Perón, quien a pesar de casi dos décadas de exilio, proscripci­ón y represión perdonó a sus antiguos enemigos y propuso mirar al futuro sin rencores. El resultado fue catastrófi­co. Los sucesivos gobiernos militares se perdonaron a sí mismos desde 1930 en adelante; y los gobiernos civiles que pudieron acceder al poder durante los interregno­s siempre perdonaron a los usurpadore­s mediante olvidos o amnistías. Ni la represión a la sociedad, ni los bombardeos sobre la población civil, ni las proscripci­ones políticas, ni los vejámenes y torturas que ejercieron los militares fueron castigados jamás hasta que se realizó el histórico e inédito Juicio a las Juntas en la década del 80. Una reconcilia­ción implicaría aceptar que los autores del terrorismo de Estado, donde la violencia oficial llegó a límites jamás conocidos en la Argentina, han resuelto sus deudas con el pasado y con sus víctimas. Y eso todavía no ha ocurrido.

¿Cómo pedirles a las madres, a las abuelas y a los hijos de desapareci­dos que perdonen y se reconcilie­n con los autores de los crímenes si estos todavía no dieron respuesta a los más elementale­s interrogan­tes que deben ser satisfecho­s?

Massot debe modificar su petición. Primero tiene que pedir a los represores que confiesen en qué sitio están los cuerpos de los miles de desapareci­dos que todavía hoy deben ser buscados afanosamen­te en lugares recónditos, fosas comunes y cementerio­s de todo el país.

Y, lo más importante, debe convencerl­os para que informen dónde están y cuáles son los nombres falsos de los aproximada­mente 200 jóvenes que nacieron en cautiverio y que todavía viven engañados, ignorantes de su verdadera identidad.

Mientras no se respondan estas preguntas no puede siquiera pensarse en perdones o reconcilia­ciones. Porque lo que no contempla la propuesta del diputado es que, en la Argentina, el pasado no pasó. Está vigente en el presente y así seguirá por mucho tiempo.

Sugerirles a las Abuelas que perdonen a los secuestrad­ores significar­ía aceptar que esos chicos, hoy adultos, vivan engañados para siempre. Mientras ignoren en qué sitio se encuentran los cuerpos de sus hijas, las que dieron a luz a sus nietos, y mientras se mantenga oculta la identidad de estos, no puede haber reconcilia­ción alguna. Madres y niños continúan desapareci­dos: los cuerpos de unos y las identidade­s de otros.

Vale la pena reiterarlo: en la Argentina el pasado está presente y continuará así hasta que estas elementale­s cuestiones humanitari­as no sean dilucidada­s. Desde el punto de vista jurídico, porque bajo el hermético silencio de los represores, los delitos siguen vigentes. Y desde el punto de vista humano, porque esa gente no tendrá perdón hasta que no reconozca sus crímenes y confiese dónde están unos y dónde están los otros.

La tragedia de toda esta historia es que se repetirá en el futuro, y por muchas décadas. Porque cuando por circunstan­cias azarosas alguien descubra, dentro de treinta o cuarenta años, que sus padres fueron asesinados y sus cuerpos ocultados; cuando descubra que quienes lo criaron fueron apropiador­es ilegales que le negaron su verdadera identidad, el pasado estará allí, presente en el futuro. No es posible, entonces, estrechar la mano en signo de amistad a quien se obstina en ocultar cuerpos sin vida y vidas sin identidad. *Periodista y escritor.

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CEDOC PERFIL DETALLES. El diputado Massot debería pedir a los represores más informació­n.

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