FRANCISCO
informe que usted demandó; duele a mi persona tener que expresar que aquí no ha quedado casi nada en pie”. Así comenzaba una de las maravillas musicales que Víctor Heredia supo regalarnos. En esa bella alegoría que es su letra, vinculaba los daños producidos por un “tipo de langosta” que arrasó con todo un territorio. Metáfora más, metáfora menos, podríamos asociarlo a lo sucedido con las instituciones en los últimos años, aunque no solo ellas fueron devastadas en la década ganada. Organizaciones sociales respetadas en el mundo, como Madres y Abuelas, fueron cooptadas, haciendo que traicionaran sus valores fundacionales, y muchos artistas e intelectuales fueron reclutados para enfrentar al enemigo, que acechaba, oculto, a “cualquiera que no fueran ellos”. Si algo faltaba para que no quepa la menor duda de que una plaga de langostas se apoderó de nuestra querida Argentina, es la negativa a investigar la denuncia por traición a la patria que había presentado el fiscal Nisman tan solo unas horas antes de aparecer muerto con un tiro en la cabeza en el departamento que habitaba en Puerto Madero. Merced a las maniobras dilatorias de los jueces Rafecas y el Felicito a PERFIL por sus páginas disponibles al correo de los lectores. Debo decir que me sorprende el tratamiento de algunos periodistas y también de algunos escritores que ubican al papa Francisco en una postura antimercado, antiempresa, antiglobalización. Me parece que no han profundizado y averiguado lo suficiente para sostener esa aseveración, que puede confundir a muchos. En realidad, es todo lo contrario. El Papa, asumiendo la Doctrina Social de la Iglesia, considera al mundo de la empresa, la economía y el trabajo como portador de desarrollo y bienestar en el interés del bien común. Entre los años 2014 y 2015, en Roma,