Perfil (Domingo)

“Me sumé al proyecto de Macri gracias a mi mujer”

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—Significa la igualdad de oportunida­des, el país que uno sueña. Cuando llegamos, fui al N° 38, Joaquín B. González de Gonnet. Ese colegio, el Nacional y la Universida­d en La Plata me formaron para la vida.

—En la UNLP su padre Adolfo fue profesor por más de cincuenta años. ¿Le tocó tenerlo?

—Claro, en el último año él daba Desarrollo Económico. Además tuve a históricos como Elías Salama o Alberto Porto. También a Remes Lenicov y a López Murphy.

—Usted se recibió en solo tres años y medio. Luego hizo un doctorado en el Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts, y fue profesor en Harvard, donde estudió tu padre. ¿Por qué prefirió el MIT?

—En realidad, apliqué a cuatro, a IEL, a Minnesota, Chicago y el MIT.

—¿No Harvard?

—Es que, ¡no llegaron los papeles, por el correo! Pero entré al MIT, que era lo que quería. Hay un chiste famoso en Cambridge: un chico va al supermerca­do y está en la caja que acepta diez productos máximo. El chico tiene 15, y la cajera dice: “O eres de Harvard y no sabes contar, o de MIT y no sabes leer”. Eso marca las diferencia­s.

—En MIT estudió con premios Nobel como Samuelson, Solow, Krugman, McFadden, Diamond, y la tesis doctoral la hizo con Dornbusch y Krugman. ¿Quién influyó más en su pensamient­o económico?

—Todos tuvieron un enorme impacto en mí. Por ejemplo, Solow, cuando dice: “Mire la micro (...) la marea es compleja de asir, aun con las herramient­as que tenemos”. Pero el que más influyó fue el señor que tengo en esa foto: Rudi Dornbusch, mi asesor de tesis, un tipo brillante. Antes, fui ayudante del curso de Paul Krugman. A Dornbusch, todas las semanas doce alumnos le teníamos que presentar nuestros avances. El venía de Beijing y el jueves debía estar en Frankfurt, pero el martes a la mañana estaba con nosotros. Compromiso total. Uno tenía la pulsión automática de ir al pizarrón y mostrar ecuaciones. Y él: “Tsh, tsh, ecuaciones no: primero explíqueme qué quiere contar, como para que lo entienda mi mamá”, a ver si lo que uno contaba tenía sustancia o no.

—¿Qué intelectua­les no economista­s influyeron en su pensamient­o?

—Muchísimos. Pero destaco tres ideas que son muy importante­s para la política pública. John Rawls, con su Teoría de la justicia, que ayuda a definir lo que es justo y lo que no. Amartya Sen y su concepto en El desarrollo es libertad, donde explica que el desarrollo es mucho más amplio que lo económico. Y el más influyente en mí, Mancur Olson, con su La lógica de la acción colectiva, donde enseña que en la acción colectiva hay intereses concentrad­os e intereses más diluidos, una problemáti­ca mundial.

—Después del doctorado, usted ejerció en la Universida­d de California cuatro años y regresó al país. Estuvo aquí 11 años y volvió a trabajar como profesor en Harvard. ¿Por qué?

—Por Dornbusch. Cuando me gradué me dijo: “Sé que quieres irte, pero es necesario que te quedes unos años para madurar intelectua­lmente haciendo vida académica aquí”.

—Eso hizo cuatro años en la UCLA.

—Sí. Y en 2002 trabajé mucho con un colega y amigo, Eduardo Levy-Yeyati, en el tema de los regímenes cambiarios. Nos preguntába­mos: ¿cambio fijo o flotante? Revisamos casos de todo el mundo y cuando intentábam­os un resultado empírico, no teníamos nada. Porque las clasificac­iones estaban mal. Los que decían tener un cambio fijo lo movían; y los que decían tener un cambio flotante lo intervenía­n. Identifica­mos los regímenes por lo que hacían, lo llevamos a datos, ¡y ahí apa- —Llegué y Estenssoro me plantea un problema. Trabajé veinte días para darle una respuesta. Se la llevé y dijo: “Eso lo decidí al día siguiente que lo consulté”. Los tiempos de la Academia no eran los del mundo real. Primera lección.

—En 1998 tuvo a su cargo la Escuela de Negocios de la Universida­d Di Tella, y continuó allí hasta irse a Harvard en 2005. La pregunta es: ¿qué diferencia hay en cómo se enseña negocios en la Argentina y en Harvard?

—Hay dos grandes maneras de enseñar negocios. Lo que se llama el modelo de Harvard, y el modelo más teórico, Modelo Chicago MIT. Acá conviven las dos visiones. Harvard tiene una impronta fuerte de casos. MIT va más a la teoría.

—En esos años de Di Tella, durante ocho meses fue secretario de Políticas Económicas del gobierno de la Alianza. ¿Cómo fue eso?

—Fue duro. Hablando con mis colegas de los demás países, veo que es una lección aprendida en el mundo. El cambio fijo es complicado y costoso para un país, porque elimina un elemento de protección significat­ivo. Yo cambié. Hoy soy un adalid del tipo de cambio flotante.

—En 1997 Cavallo convocó a su padre Adolfo como candidato a diputado de

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