“el Papa teme venir a la argentina”
Con su última novela ha vendido 70 mil ejemplares en 14 semanas; así, se per fila como el autor argentino más vendido en el país. El papa Francisco sobrevuela este libro, aunque tienen una presencia más concreta los ser vicios de inteligencia y el sistema político. Fernández Díaz cree que la ficción le ofrece la posibilidad de decir cosas en las que el periodismo no puede avanzar.
sentado en la librería El Ateneo-Splendid, Jorge Fernández Díaz recuerda que cuando a los 15 años le dijo a su padre que quería ser escritor, este interpretó que quería ser vago, cosa que los alejó por diez años, hasta cuando el aún joven Fernández Díaz escribía una novela policial por entregas y el padre lo llamó por teléfono para preguntarle cómo seguía la peripecia, no porque a él le interesara sino porque sus amigos estaban pendientes de ella. Lo que los alejó volvió a unirlos: la literatura. Pese a ello, siempre ha tenido en la mente esa frase de su padre, e incluso ha soñado con que participa de una marcha de desocupados y su padre le toca el hombro y le recuerda esas palabras. En la realidad, Jorge Fernández Díaz es un periodista exitoso y un escritor superventas.
Su última novela, La herida, que es la continuación de El puñal en la saga del agente de inteligencia Remil (un antihéroe torpe, y que quizá por esa torpeza termina siendo querible), lleva 70 mil ejemplares vendidos, y puede que sea el primer libro argentino en llegar a los 100 mil en un año, desde la crisis que vive la industria editorial. En esta novela, la presencia del papa Francisco es fantasmal pero definitiva, ya que los servicios de inteligencia, para los cuales trabaja Remil, llegan al Vaticano para reunirse con alguien cercano al Papa, quien les pide que investiguen la desaparición de una monja en una villa donde el narcotráfico está enquistado con dos mafias.
—Remil, que es este agente de inteligencia que se dedica a la parte de los negocios turbios de la política, trata de ubicar a esta monja y esta monja se convierte en una obsesión para él. En general me gusta mucho construir la típica novela de espías o policial, pero sin los clichés del género. Para empezar, un espía aquí, en la Argentina, no espía a las grandes potencias extranjeras sino que espía a los sindicalistas, a los periodistas, a los empresarios, pero también ayuda a construir hegemonías y a pincharles los teléfonos a los jueces. Por otra parte, tuve ojo con esa vieja idea del policial que está muy en vigencia: muere alguien, ponen las cintas amarillas, llega la Científica, empieza un investigador que tiene una vida privada y qué sé yo, me parece un cliché inaguantable, porque es más viejo de lo que la gente cree. Así que trato de que sea una novela popular noble, al estilo de cómo John Ford, Howard Hawks o George Stevens concebían el arte dentro de sus películas.
“Me gusta mucho construir la típica novela de espías o policial, pero sin los clichés del género.”
—Es una novela muy argentina; de partida se menciona no solo al Papa, también a Perón, a Maradona…
—Sí, y todos esos personajes del sindicalismo, de la Justicia, de la política, de los servicios de inteligencia, todo eso es propio e inevitable: yo desde hace 35 años hago periodismo, de muy joven hice periodismo y literatura, siempre vi una oportunidad en esa frontera cuando el