Diferencias irreconciliables
El libro de los mártires americanos
Dos familias, dos historias muy diferentes pero con un punto extremo en común: los padres (el abortista Augustus Voorhees y el evangelista Luther Dunphy, de la Iglesia de San Pablo Misionero) están llenos de grandeza de espíritu y magnanimidad. Uno defiende a las mujeres y su derecho a elegir sobre sus vidas (“una mujer debe tener control sobre su cuerpo, se trata de un derecho humano fundamental”), y el otro está decidido a defender a los llamados santos inocentes (“una mujer no sabe lo que quiere en realidad. Sobre todo una mujer embarazada, cuyo estado mental se ha visto perturbado por eso que llaman hormonas”). Y aunque está claro que esta grandeza y esta magnanimidad sólo pue- den acarrear una especie de ceguera, ambos sienten que tienen una misión. Un destino señalado, impuesto, por el cual cada uno está dispuesto a todo, incluso a morir. Como en una guerra. Porque esto no es otra cosa. Porque son mártires. Las que pagan el pato, como siempre, son las víctimas colaterales; las únicas, por otra parte, que acaso tengan derecho a redimirlos con sus propias vidas y algo mejor que hacer con ellas.
Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) plantea en esta novela (que tal vez cuando usted lea esta reseña no será ya la última, puesto que la prolífica autora, siempre señalada como candidata al Nobel, publica un promedio de dos por año) una de las tantas guerras que se desatan en Estados Unidos. Quienes han visto en este poderoso libro –que renueva en sus seguidores la adicción por su prosa profunda y a la vez limpia y ágil– un acercamiento al Faulkner gótico de El ruido y la furia se remiten al tema de la muerte (en el sentido también muy polémico de la pena de muerte) y la condena moral, pero el entramado cronológico de los hechos no ofrece aquí ninguna dificultad. Al cabo de más de doscientos libros publicados, ni que decir que Oates maneja con soltura personajes y situaciones, en muchas ocasiones implacables. La “dificultad”, en todo caso, se traslada al lector, que se ve obligado a preguntarse, una y otra vez, a lo largo de sus más de ochocientas páginas, cuánto de razón o de locura o de las dos cosas hay en cada uno de los planteos que se formulan a través de las atormentadas vidas de las viudas e hijos de ambos mártires. Porque la pregunta, además de poder objetar que a la palabra “anticonceptivos” se alude apenas en un par de oportunidades, es: ¿se puede humanizar las ideologías extremas? Y también: ¿es lícito matar para defender la vida? Tal vez el problema radique justamente en que son extremas, y esto, sumado a la falta de una política de educación sexual, determina que no sea posible encontrar un equilibrio. Así le va al mundo.
Consumado el asesinato que se narra de manera demoledora en el primer capítulo, esta gran novela americana, que compite con los mejores Updike, Roth, Wolf y Mailer (aunque no parezca haber sido la intención de la autora; ella es simplemente una gran escritora), deja paso a los dobles lazos emocionales de los deudos involucrados en el conflicto. El hecho, aunque no el único, de estar contada de manera coral libera a Oates de cualquier sospecha acerca
Las que pagan el pato, como siempre, son las víctimas colaterales; las únicas que acaso tengan derecho a redimirlos con sus propias vidas y algo mejor que hacer con ellas