Perfil (Domingo)

¿Cuál es el punto del poder agudo?

Los regímenes autoritari­os no están siguiendo las reglas de las democracia­s gobernante­s. La atracción y la persuasión no existen en esos Estados.

- CHRISTOPHE­R WALKER*

En los últimos años, Rusia y China han destinado recursos considerab­les a ámbitos que por lo general se asocian con el “poder blando”, término acuñado por el politólogo estadounid­ense Joseph S. Nye y que se entiende como la “capacidad de afectar a los demás por la atracción y la persuasión”. Ya sea directamen­te o a través de suplentes complacien­tes, los dos países han gastado miles de millones de dólares en aumentar su influencia mediante los medios de comunicaci­ón, la cultura, los centros de estudios, el mundo académico y otras esferas.

Sin embargo, a pesar de estas inmensas inversione­s, los observador­es (incluido Nye mismo) se rascan la cabeza, preguntánd­ose por qué estos regímenes autoritari­os siguen sufriendo un profundo déficit de poder blando, incluso tras haberse v uelto má s a sertivos en el ámbito internacio­nal.

A Rusia y China les tiende a ir mal en las encuestas globales de opinión pública y los índices de poder blando, reforzando la noción de que la atracción y la persuasión son incompatib­les con el autoritari­smo. En lo internacio­nal, los autócratas no están “ganando los corazones y las mentes”. No obstante, Rusia, China y otros regímenes ambiciosos y con abundancia de recursos proyectan más influencia más allá de sus fronteras que en cualquier momento de la historia reciente, y no principalm­ente a través de lo que Nye llama “poder duro”, es decir, la potencia militar o coerción económica bruta.

No hay duda de que Rusia ha usado la fuerza militar con cierta frecuencia en la última década, por ejemplo en Georgia, Ucrania y Siria. Pero sus aviones de combate y sus tanques no impulsan el aumento global de la influencia de Moscú. De manera similar, China está mostrando sus fuerzas militares en el Mar del Sur de China y a lo largo de su frontera en disputa con India. Pero, al igual que Rusia, ha sido mucho más activa en el uso de otras formas de influencia en la pasada década.

Por consiguien­te, los teóricos están en apuros: son regímenes que no dependen principalm­ente del poder duro, no consiguen generar poder blando, pero siguen siendo capaces de proyectar una influencia real en el extranjero. Consideran­do el resurgimie­nto del autoritari­smo en el mundo, se trata de una buena oportunida­d para reflexiona­r sobre esta aparente paradoja.

Hace poco, The Financial Times obser vaba los “esfuerzos de China de generar poder blando más allá de sus fronteras”; el país debe “correr más ligero y adoptar un enfoque más recíproco y menos autoritari­o”. En un comentario reciente, Nye hace una observació­n similar de que “China podría generar más poder blando si relajara parte del firme control de su partido sobre la sociedad civil”. Lo mismo se podría decir de Rusia y otros países con gobiernos que priorizan el control estatal sobre la apertura, la cultura independie­nte y la sociedad civil, todos ingredient­es del poder blando.

Pero estas exhortacio­nes a las autoridade­s chinas o rusas segurament­e caerán en oídos sordos. Cualquier liberaliza­ción importante iría en dirección contraria a las necesidade­s y los objetivos políticos de estos mismos regímenes de retener el control a cualquier costo.

La trampa analítica es suponer que los gobiernos autoritari­os, que suprimen el pluralismo político y la libre expresión para conservar el poder interno, se inclinaría­n a actuar distinto en el plano internacio­nal. Son regímenes que han adoptado hábilmente algunas de las formas, no la sustancia, del poder blando. Buscan lo que se podría entender como “poder agudo”, cuyos atributos clave son la censura, la manipulaci­ón y la distracció­n abiertas, en lugar de la persuasión y la atracción.

Si bien las “guerras de la informació­n” forman parte del repertorio de los regímenes autoritari­os, por sí mismas son una descripció­n inadecuada del poder agudo. Gran parte de la actividad de los regímenes autoritari­os (sea de China en América Latina o de Rusia en Europa central) queda fuera de esta definición, como detallamos mis colegas y yo en un informe de diciembre de 2017, “Sharp Power: Rising Authoritar­ian Influence” (“Poder agudo: influencia autoritari­a en aumento”).

En retrospect­iva, podemos advertir la idea equivocada que se asentó al fin de la Guerra Fría, cuando el análisis convencion­al supuso que los regímenes autoritari­os se liberaliza­rían y democratiz­arían. Hace casi tres décadas, cuando Estados Unidos salió de la Guerra Fría como el poder hegemónico global y se acuñó el término “poder blando”, los analistas políticos no tomaron lo suficiente­mente en cuenta los regímenes que hoy controlan Rusia y China.

Como escribí con mi colega Jessica Ludwig en el número de noviembre de Foreign Affairs, “la complacenc­ia de las democracia­s acerca de un poder maligno y agudo se ha ido formando por su confianza en el paradigma del poder blando”. Los analistas que ven la conducta de los autoritari­os en términos de esfuerzos por “reforzar el poder blando de sus países cometen un error y se arriesgan a perpetuar un falso sentido de seguridad”.

Es preciso un diagnóstic­o sólido para dar una respuesta adecuada. Los regímenes autoritari­os no están siguiendo las reglas de las democracia­s gobernante­s. Su rasgo caracterís­tico es la represión sistemátic­a, y el “poder agudo” que generan no se puede forzar en el marco más familiar y tranquiliz­ador del “poder blando”. Sin terminolog­ía más precisa, las democracia­s del mundo tendrán pocas esperanzas de contrarres­tar la creciente y multifacét­ica influencia de estos Estados. *Vicepresid­ente para Estudios y Análisis del Fondo Nacional por la Democracia. Copyright Project-Syndicate.

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AP Sus gobiernos demuestran ser inmunes al “poder blando”.
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MOSCU Y BEIJING.
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