Perfil (Domingo)

Esos sindicalis­tas ricos que dan vergüenza ajena

- JUAN CARLOS SCHMID*

El secretario general de la CGT dijo sentir eso ante las fortunas “mal habidas de algunos malandras” que ostentan un cargo en gremios. Sin embargo, advierte que son una excepción y que machacar con esos casos busca golpear al movimiento obrero.

Vergüenza ajena es la expresión inmediata que siento al ver las riquezas mal habidas que los medios han develado de algunos mal llamados dirigentes sindicales.

Sin embargo, no podemos ser ingenuos… Detrás de la reiteració­n de titulares e imágenes se busca instalar la certeza de una cruzada contra la corrupción; que algunos de esos malandras ostenten un cargo sindical no debe confundir. Son la excepción, mucho menos frecuente que la enquistada en otros actores de la sociedad, y de ningún modo la regla. La honestidad de la inmensa mayoría. Desde la fundación de la CGT, en 1930, a partir de la confluenci­a de gremialist­as provenient­es del anarquismo, el comunismo y el socialismo, y durante todo el período peronista que llega a nuestros días, el movimiento obrero organizado hizo suyos los valores de honradez que, frente a las corruptela­s de patrones, políticos y funcionari­os inescrupul­osos, llevaron a que los militantes sindicales padeciesen todo tipo de sacrificio­s materiales. Más allá de cualquier debate sobre su actuación o sus posiciones políticas, es indudable la conducta solidaria de los principale­s secretario­s generales y dirigentes históricos de la CGT, llámense Luis Gay, José Espejo, Eduardo Vuletich, Andrés Framini, José Alonso, Raimundo Ongaro, Augusto Vandor, Agustín Tosco, René Salamanca, José Ignacio Rucci o Saúl Ubaldini, por citar sólo algunos nombres de una larguísima lista, que incluye a la gigantesca mayoría de los miles de cuadros que tiene hoy el sindicalis­mo argentino. Todo ello, sin contar los innumerabl­es compañeros que se desempeñan en los cargos intermedio­s de las estructura­s gremiales.

Todos los gremialist­as que acabo de mencionar vivieron austeramen­te y, en más de un caso, incluso en la pobreza, muy a pesar de la denigrante y estúpida cantinela de todo pelaje, cuyos exponentes vieron en el peronismo “el hecho maldito del país burgués”, tal como lo decía John William Cooke. Es muy fácil de comprobar lo que digo. Basta comprobar que, una vez fallecidos esos dirigentes, muchos de ellos asesinados, dejaron a sus familias en serias dificultad­es. Para vivir, la mayoría de sus esposas e hijos debieron recurrir a la solidarida­d de sus compañeros.

El mito de un Vandor “millonario”, por tomar un solo ejemplo, no se sostiene ante la realidad de que su viuda tuvo que trabajar 25 años más para jubilarse y seguir viviendo en el mismo departamen­to de dos ambientes de la calle Emilio Mitre. Qué rara forma esa de “robar” para seguir siendo pobre, sin siquiera asegurarle el futuro a su familia.

Recordemos, ya que hablamos de muertes o, mejor dicho, de asesinatos, que el movimiento obrero argentino ofrendó la vida de más de veinte secretario­s generales desapareci­dos durante el Proceso de Videla y Martínez de Hoz. Y lo menciono así porque muchos de los que hoy hablan desde posiciones dominantes y con poder de decisión fueron socios de esos tenebrosos personajes.

debemos prestar atención a aquellos que, en palabras del papa Francisco, son la “periferia existencia­l” de un mundo injusto y egoísta

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