Un año que sigue vivo
La huella de 1968, cinco décadas después
De inmediato me di cuenta de que todo lo que vi y oí en ese trascendental 1968 me había formado para ese camino del despertar político (no partidista; nunca estuve afiliado a ningún partido). La radio había servido de informador. Los llamados a silencio de parte de los adultos se hicieron muy frecuentes. Recuerdo la angustia cuando anunciaron el asesinato de Bobby Kennedy. Mi papá hablando de que lo había matado la mafia que quería terminar con el clan que revolucionó la política estadounidense. Lo habría leído o escuchado en algún lado y lo repetía con actitud de analista. También me acuerdo de la transmisión radial, tres años antes, del entierro de su hermano John F. Kennedy. Me había impresionado el silencio que había y lo único que se escuchaba eran los cascos de los caballos sobre el asfalto.
El otro asesinato, el de Martin Luther
Ese año había comenzado en la Argentina tres meses antes, con la muerte del Che
King, me pasó desapercibido. No lo recuerdo. Creo que en Argentina poco se sabía de este héroe de los derechos humanos. Recién lo descubrí cuando dos o tres años después leí algo sobre Angela Davis y los Panteras Negras. En la radio no hablaban de estos temas aunque daban muchas más noticias internacionales que ahora. Y todo eso estaba envuelto por el relato de los partidos de fútbol en la voz del Gordo Muñoz, la gran pelea de Nicolino Locche en Japón y, por sobre todo, mis primeras experiencias de escuchar, tirado en la cama, Modart en la Noche, con toda la música de vanguardia.
Después, ya con las lecturas de la escuela de periodismo y las que venía teniendo desde los 15 años mientras viajaba en los colectivos, pude reconstruir lo que había sucedido en esos primeros tiempos de mi despertar político. Ese trascendental 68 había comenzado en la Argentina tres meses antes, cuando se conoció la noticia de la muerte del Che Guevara en Bolivia. La icónica figura del cuerpo del Che exhibido en la lavandería del hospital de Vallegrande con una expresión beatífica y los ojos
abiertos –que llevó a todos a compararla con la de Cristo– conmovió al mundo y, en particular, a nosotros, sus compatriotas. Desde ese momento, el Che desfiló con su figura impresa en banderas de las revueltas que comenzaron a gestarse en todo el mundo en esos meses, tanto en el sector capitalista como en el comunista. La acción antiautoritaria en los dos campos divididos por la Guerra Fría tuvieron en el revolucionario argentino-cubano un símbolo en común.
Y, por supuesto, también aquí en las protestas universitarias, en las instalaciones de la vanguardia artística porteña, en el Cordobazo y en todas las otras puebladas que lo sucedieron.
La efervescencia revolucionaria del 68 era global. El mundo estaba revuelto. Los jóvenes de las principales ciudades de Estados Unidos, Europa, América Latina y Japón querían un cambio del orden establecido. Ya no aceptaban las imposiciones de los adultos como lo habían hecho las generaciones anteriores. Querían ser protagonistas de sus propias vidas y para ello buscaban romper con todo lo que sus padres consideraban sagrado. Las protestas se fueron contagiando desde Berkeley hasta Tokio, desde Berlín hasta el DF de México, de París hasta Praga. Y salvo en los países de la órbita soviética, donde se buscó terminar con el régimen comunista, en el resto del mundo no se trató de grandes revoluciones sino de reformas dentro del mismo sistema. En esencia se trató de un enorme cambio en el ámbito de la vida privada.
Fue una “revolución social y cultural” de la educación y la familia. Los jóvenes de todo el planeta buscaban sacarse de encima el autoritarismo y el encorsetamiento social que se expresaba tanto en las dictaduras comunistas o de extrema derecha como en las democracias que aún permanecían muy retrasadas en la defensa de los derechos humanos y civiles. En todos los casos se trató de levantamientos populares, extendidos y efímeros. Incluso con dolorosos retrocesos como la represión brutal en Checoslovaquia y Polonia, la
En El 68, el periodista Gustavo Sierra recorre los hechos cruciales que se produjeron en el mundo y en la Argentina hace cincuenta años. Los movimientos guerrilleros guevaristas y peronistas, el levantamiento estudiantil y obrero en Francia, la Guerra de Vietnam, los asesinatos de Bobby Kennedy y Martin Luther King, el grupo de Sacerdotes del Tercer Mundo y la división de la CGT, son algunos de esos hechos, que mantienen aún su plena vigencia.
La efervescencia revolucionaria era global. Los jóvenes no aceptaban imposiciones
elección de Richard Nixon en Estados Unidos o el triunfo por amplio margen del general De Gaulle en Francia. Pero el espíritu del 68 prevaleció a pesar de esos supuestos fracasos. Sus efectos sociales, políticos y culturales continúan hasta cincuenta años más tarde.
El prestigioso historiador británico Eric Hobsbawm, lo definió así: “En 1968-1969, una ola de rebelión sacudió a los tres mundos o grandes partes de ellos, encabezada esencialmente por la nueva fuerza social de los estudiantes, cuyo número se contaba, ahora, por cientos de miles, incluso en los países occidentales de tamaño medio, y que pronto se convertirían en millones”. Hobsbawm utiliza precisamente la palabra rebelión y no la de revolución que prevalecía desde 1917 con la implantación del comunismo en Rusia. “Nadie esperaba ya una revolución social en el mundo occidental”, dice. Y agrega que “el futuro de la revolución estaba en las zonas campesinas del Tercer Mundo pero, incluso donde la revolución era una realidad o una posibilidad, ¿seguía siendo universal?”.
El historiador tiende a considerar que 1968 fue más “una página que se cierra, que como una que se abre”. Y lo define de esta manera: “La revuelta estudiantil de fines de los sesenta fue el último estertor de la revolución en el viejo mundo”.
La mayoría de las revueltas tuvieron su origen en los campus universitarios. El año anterior, en Berlín Occidental, los estudiantes se habían volcado a las calles pidiendo una reforma universitaria, el fin de la Guerra de Vietnam y reformas políticas. Como en muchos otros lugares, el asesinato de un estudiante encendió la mecha. Esta vez fue Benno Ohnesorg, muerto por la policía durante una manifestación, el 2 de junio de 1967. Y por primera vez, los medios de comunicación quedaban expuestos ante la manipulación de los hechos. Los estudiantes acusaban a los medios del grupo Springer de tratar de tapar el crimen. Un año más tarde, en abril de 1968, el líder más destacado del movimiento, Rudi Dutschke, fue atacado por el ultraderechista Josef Bachman, y sobrevivió de milagro. Todo esto sirvió de combustible para lo que ya se estaba gestando en toda Europa. En París fue la Universidad de Nanterre el epicentro de las primeras protestas contra la discriminación por sexos en las habitaciones de las residencias universitarias. La esencia de la revuelta era a favor de la liberalización de las costumbres. El 22 de marzo, la ocupación de la Universidad acabó con una acción disciplinaria contra algunos líderes estudiantiles. Fue cuando se hizo famoso Daniel “Dany el Rojo” Cohn-Bendit. De spué s, el mov imiento iría creciendo en otras facultades y los estudiantes ocuparon la sacrosanta Sorbona. Desde allí se volcaron a las calles del Barrio Latino y lograron el apoyo de algunos sindicatos. Esa inédita alianza con los trabajadores dio lugar a una huelga general, enormes manifestaciones y un clima de insurrección general que traía recuerdos de la Comuna de París de 1871.
En México, también fueron los estudiantes los que protagonizaron las movilizaciones que acabarían trágicamente el 2 de octubre del 68 con la matanza de la plaza de Tlatelolco, a pocos días del inicio de los Juegos Olímpicos que se desarrollarían en el Distrito Federal. Nunca se supo exactamente el número de jóvenes que murieron allí cuando un batallón del ejército empezó a disparar contra la multitud. En Estados Unidos fue en Berkeley, en la bahía de San Francisco, donde los estudiantes se plegaron a una movida contracultural que había comenzado poco antes con el surgimiento de los hippies y el rock. Y en la Universidad de Columbia, en Manhattan, donde todo estuvo envuelto en la discriminación racial.
En la esencia de la protesta estadounidense estaba el repudio a la Guerra de Vietnam y el apoyo a la lucha por los derechos civiles. Las revueltas en las grandes ciudades con predominante población negra se registraron inmediatamente después del asesinato del líder de ese movimiento y Premio Nobel de la Paz. El 4 de abril de 1968, Mar- tin Luther King fue baleado por James Earl Ray en un pequeño motel de Memphis. Su muerte no acalló de ninguna manera la lucha de los negros. En octubre, durante los Juegos Olímpicos mexicanos, los atletas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos, medallas de oro y bronce en doscientos metros llanos, demostraron este nuevo Black Power cuando, subidos al podio y mientras sonaba el himno de su país, saludaban con el puño en alto y enfundado en un guante negro. En junio, ocurrió otro asesinato en Estados Unidos que sacudió al mundo. Sirhan Sirhan, un muchacho inmigrante de origen palestino de 24 años, asesinó a Robert Kennedy, el candidato demócrata a la presidencia. Ocurrió en Los Angeles durante el festejo del triunfo en las elecciones primarias de California. De inmediato, comenzaron las teorías conspirativas que continúan hasta hoy. Fue enterrado muy cerca de su hermano John, el entonces presidente, asesinado cinco años antes cuando realizaba una visita a Dallas, Texas. Toda la rabia de los jóvenes estudiantes demócratas por lo sucedido y el servicio militar obligatorio para ir a Vietnam se expresó con grandes protestas en la convención demócrata que se realizó en Chicago en agosto. El partido terminó nominando al vicepresidente Hubert H. Humphrey –que luego perdió las elecciones con Richard Nixon– en medio de una dura represión.
También en Polonia las primeras manifestaciones fueron protagonizadas por los estudiantes. El hecho desencadenante fue la suspensión de la representación en el Teatro Nacional de Varsovia de una obra del reconocido autor Adam Mickiewicz. Comenzó una revuelta contra la dictadura comunista que fue muy efímera. Tres semanas más tarde era liquidada con una feroz represión. Aunque en esas barricadas estuvo el germen de lo que sería el sin-
El historiador Hobsbawm utiliza precisamente la palabra rebelión y no la de revolución
dicalismo de origen católico liderado por Lech Walesa y que doce años más tarde desafiaría al régimen comunista. En Checoslovaquia, el ascenso del nuevo primer ministro, Alexander Dubcek, liberalizó al país de la tutela soviética. Apareció la política del “socialismo con rostro humano” que lanzó la Primavera de Praga entre enero y agosto de 1968. El poder central del Kremlin, en plena Guerra Fría, vio en esta apertura un peligro para su seguridad e invadió Checoslovaquia con 200 mil soldados y 2.300 tanques del Pacto de Varsovia. De esta manera terminaba el intento más exitoso de liberalizar el dominio comunista por parte de alguno de los países de su órbita.
Durante los ocho meses de la “primavera” fueron los intelectuales y los estudiantes quienes lideraron los cambios y también los más reprimidos. En la Argentina también se vivía un momento de agitación sin precedentes. Varios grupos armados comenzaron a entrenarse y actuar. En Taco Ralo, Tucumán, el Ejército Argentino desbarató a un grupo guevarista. Durante todo el año hubo tomas de fábricas y enorme movilización sindical. La CGT se partió en dos, quedó dividida entre “colaboracionistas” y “revolucionarios”. Todo desembocó, un año más tarde que en París o en Berkeley, en el levantamiento popular más importante de la historia del país: el Cordobazo. Un estallido con mayor protagonismo de los trabajadores que en Europa o Estados Unidos. Más plebeyo pero siempre agitado y coordinado, como en el resto del mundo, por los estudiantes.
Y más allá de las características particulares de cada revuelta, estas tuvieron dos factores en común. Por un lado, la lucha contra el autoritarismo, que podía estar representada por las leyes que oprimían a las minorías, la moral ultraconservadora o la garra del oso soviético. Por el otro, el protagonismo de los jóvenes universitarios que querían terminar con una sociedad donde no contaban con su espacio. Muchachos y chicas de todo el planeta asumieron un papel de sujetos del cambio social. El bienestar que trajeron los años de la posguerra y el acceso a la educación superior que tuvieron por primera vez vastos sectores de la población hicieron que esos jóvenes se lanzaran a las calles en busca de una libertad que nunca habían soñado sus padres y abuelos.
Y es precisamente allí, dentro de la familia, donde se produce el quiebre más importante del 68. Es dentro de las casas donde se registra la gran revolución que viene de las calles. Las consignas y los adoquines que volaban hacia las filas policiales llegaron al living para oponerse a las costumbres conservadoras burguesas. Se vivía un momento de expansión económica y las restricciones de los años de guerra ya habían quedado atrás. Los que salieron a protestar nacieron, en su mayoría, durante o después de la Segunda Guerra Mundial. En su memoria no cabían las necesidades y angustias que habían vivido sus padres. Podían pensar en algo más que en la subsistencia. Una posición que chocaba contra las rígidas costumbres que se daban tanto en el mundo liberal americanoeuropeo como en el comunista.
El periodista polaco Adam Michnick, en una entrevista en Le Monde, lo explicaba de esta manera: “Los eslóganes que se gritaban en La Sorbona o en Berlín occidental estaban dirigidos contra el capitalismo, la sociedad de consumo, la democracia burguesa y también contra Estados Unidos y la Guerra de Vietnam. Para nosotros era una lucha por la libertad en la cultura, en las ciencias, en la memoria históri- ca, por la democracia parlamentaria y, en fin, especialmente visible en Checoslovaquia, contra el imperialismo soviético, no el americano. Nos unía el reclamo por la transformación de la sociedad, de nuestras familias y de nosotros mismos”.
Las protestas tuvieron un componente importante de la entonces denominada “izquierda extraparlamentaria”, que estaba compuesta por marxistas de diferentes corrientes, maoístas y trotskistas. Pero los partidos no fueron los principales movilizadores. Los estudiantes del Mayo Francés tenían filiación política pero en sus posturas también había mucho de sexo y psicología. Era una mezcla del pensamiento de Marx, Freud y Nietzsche con aditamentos de Mao o Trotsky. El otro gran referente fue el filósofo Herbert Marcuse. Se hablaba entonces de “las tres M” (Mao, Marx y Marcuse) como pilar de “la nueva izquierda”. Otro filósofo y relator de lo que sucedía en el 68, Raymond Aron, cuenta que entre los libros más leídos en ese momento por los líderes estudiantiles estaban Los
herederos, del sociólogo Pierre Bourdieu, Crítica de la razón dialéctica, de Jean-Paul Sartre, y Las palabras y
del historiador de las ideas Michel Foucault. En Estados Unidos todo se mezcló con la contracultura del movimiento hippie. Y en la Argentina, la extrema izquierda clasista luchaba junto con el peronismo populista. Fue un enorme movimiento heterogéneo cuya base era la lucha contra cualquier tipo de rígido poder establecido. Cuatro factores históricos terminaron fusionándose y mezclándose para hacer de este período algo extraordinario. El primero fue el ejemplo del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Una forma de lucha original basada en el pacifismo que rápidamente se difundió en todo el mundo. El segundo, una generación que se sentía tan diferente y tan alienada que rechazaba todas las formas de autoridad. Se rebelaban contra el padre. En tercer lugar, la Guerra de Vietnam, odiada universalmente. Se convirtió en la causa de todos los rebeldes del mundo.
Y la televisión, que estaba en pleno desarrollo en ese momento y que aún no tenía las restricciones que fue sumando posteriormente. Se trataba de un medio absolutamente novedoso para millones de personas que tenían suficiente poder adquisitivo para comprar un televisor y de esa manera accedían a una cantidad de información con la que no contaban antes. Con las transmisiones por satélite se podía ver por primera vez en la historia acontecimientos en forma simultánea en diferentes partes del planeta.
Los que salieron a protestar nacieron durante o después de la Segunda Guerra Mundial