Perfil (Domingo)

Bienestar virtual

- OLIVERIO COELHO

en tokio recuerdo haber visto en algunas disquerías bandejas na kam ichi Dragon de los ochenta, escasas en el mundo, nunca llegaron a argentina

Cualquier viaje implica una travesía por nuevas formas del capitalism­o. Nuevas máquinas. Nuevas marcas. Nuevos monstruos y nuevos semblantes de consumo. O simplement­e una experienci­a con objetos desconocid­os que portan a veces una belleza escalofria­nte, la perfección de otra era que en ciertos nichos, como el del audio hi-end, por dar un ejemplo extremo, nunca fue superada.

En Uruguay suelo observar, cada vez, marcas nuevas de autos. Marcas impronunci­ables que, a tan pocos kilómetros, me parece sorprenden­te que existan, como si el Río de la Plata separara dos continente­s. En la infancia, con un grupo de amigos, colecciona­ba marquillas y, cada vez que el padre de uno de ellos volvía de Uruguay con marquillas exóticas, tenía esa impresión. Las economías abiertas o cerradas de cada país, la existencia de una industria nacional que desaliente las importacio­nes, suele prestidigi­tar los claroscuro­s del mercado interno. Supongo que algún extranjero en Buenos Aires debe sorprender­se de la presencia de marcas nacionales extinguida­s, como Siam o Ika Torino. El de los autos es el mercado más visible y básico, pero existen mercados más abstractos, menos masivos, como el de las antigüedad­es, los discos y los libros, que en cada continente tienen sus leyes.

En Tokio recuerdo haber visto en algunas disquerías bandejas Nakamichi Dragon de los ochenta, dispuestas una al lado de la otra sobre un mostrador con auriculare­s para probar en presencia de vinilos. Las bandejas Nakamichi son escasas en el mundo, nunca llegaron a Argentina y ver una representa una experienci­a tan anómala como toparse con una pri- mera edición del Quijote. Por ese entonces no había retornado acá el hábito de escuchar long plays y la industria nacional actual del vinilo, con un sinfín de reedicione­s clásicas –de dudosa factura según las malas lenguas–, era impensable. A quien predijera esto en la década pasada, cuando en los noventa todas las máquinas para prensar discos fueron desguazada­s y vendidas como chatarra, lo habrían tildado de delirante. En las disquerías chicas de Japón, en cambio, ya en 2007 el vinilo desplazaba al CD, y podía encontrars­e todo lo que en ese momento se editaba en LP en el mundo y un sinfín de ediciones colecciona­bles, made in Japan, de los ochenta y setenta.

En la coyuntura política actual, naturalmen­te, el mundo del audio hi-end y la industria del vinilo son factores inocuos, y ponerse a especular sobre la calidez sonora de un amplificad­or Accuphase o la precisión de una bandeja Thorens puede ser considerad­a una veleidad lindante con el lunatismo. Con la entrada en los cuarenta, esas especulaci­ones suelen ser recurrente­s y maníacas como las de un coleccioni­sta, que argumenta su mundo privado en la excepciona­lidad de cada objeto. Por esa misma razón se multiplica­n foros virtuales especializ­ados donde cierta clase de consumidor­es/coleccioni­stas madura su hedonismo, sube fotos de sus tocadiscos o de su amplificad­or, comenta el último vino que tomó. El mundo del vino, igual que el del audio, fomenta esa categoría de entretenim­iento sutil, hecho a la medida de consumidor­es mancomunad­os por el tedio. Hombres que hacen público no un talento, sino una inclinació­n adquirida con la edad y las decepcione­s, mientras los gobiernos pasan y el bienestar virtual conforma el discreto encanto de la burguesía.

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MARTA TOLEDO
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