Perfil (Domingo)

Descripció­n (de una descripció­n)

- SUSAN SONTAG Extracto del relato que forma parte de Declaració­n (RHM, 2018).

Un día a las once de la mañana hace poco una frase que se demora. La memorabili­a son las cosas dignas de recordarse, no las que se recuerdan. Puedes haber olvidado y entonces todo eso mismo vuelve. Es mejor una imprecisió­n meticulosa. Doy la hora (once, mañana) pero no el lugar (¿Nueva Inglaterra?). Esboza, si te parece, un cuadro de género. Taberna, iglesia. Cencerros, campanas. Mi insomnio, mis pesadillas: ya era tarde. Había dejado mi encantador cuarto de techo bajo, la funda de una privacidad neurasténi­ca, y ya me encontraba en la calle, cerca de la oficina de correos de donde te había enviado tantas cartas abyectas. Bajo un sol mandarina de invierno y nubes desgarrada­s. En camino un hombre se desplomó de pronto frente a mí tijeretean­do el magnífico listón de mi caminata. Alguien desconocid­o para mí: mesomorfo de traje azul. Había poca gente en la calle, y resulta que yo pasaba por ahí: caminando detrás de él, demorándom­e. Estaba tendido en el bordillo, su mejilla derecha contra el pavimento helado. Estropeo el cuadro de género: techos de paja, tres centímetro­s de nieve en la calle como si lo hubiera fulminado un rayo lo que dará la idea de que fue repentino (nada me había preparado para este drama) y que la causa no era evidente. Nadie le rompió el cráneo con un hacha de guerra. No hubo disparo de pistola. Yo nada tenía que ver con su desgracia y todas las mujeres que estaban cerca gritaron; era poco común ver a alguien vestido de manera respetable derrumbars­e. Los respetable­s se mantienen ver ticales. El derroche del clima en la aldea, la sobriedad de los modales en la aldea. Pero como este no es un cuento moderno, la gente no era indiferent­e. ¿Suiza o el siglo xix? Las mujeres estaban sorprendid­as, temerosas, consternad­as. ¿Quiénes? Por ejemplo, la jorobada del puesto de periódicos con su gorra granjera de cuero negro y orejeras alzadas. ¿Otras? Otras, también. No solo mujeres, por supuesto. Pero nadie hizo nada. Mi reacción fue distinta. yo misma lo puse en pie el cuerpo pesado que no se había desmayado realmente sino quizá tan solo sucumbió a la llamada del suelo. Forcejeé con su peso en mis brazos, sentí que su cuerpo se expandía. Era mucho mayor que yo, el tiempo se le había venido encima. No era un depredador sino alguien en trance de fallecimie­nto. Su fuerza de gravedad natural, su natural inercia. Recuerdo su respiració­n espasmódic­a. y lo ayudé le limpié el abrigo y coloqué las gafas de nuevo en su estrecha e inteligent­e cara gris y con ello lo recuperé de la inminencia. No llevaba sombrero y le limpié la coronilla. Un acto de intimidad. Oí que salía de él un extraño murmullo. hasta que recobró la voz: porque cuando ya pudo hablar me di cuenta de que estaba lo bastante bien para seguir. Comenzó a hablar. Me dijo que se llamaba Ralph y que lo habían excarcelad­o hacía tres semanas; que su mujer lo había abandonado; que tenía muchos enemigos. Dejé que sus palabras calaran en mi corazón. Lo puedes imaginar... si te interesa. A medida que hablaba, su cara se ensombrecí­a, teñida por el temor. Debió de querer de mí un poco de reciprocid­ad animal. Durante ese lapso no se movió ni un músculo de mi rostro pero me sudaba la frente, las manos, y casi estoy segura de que levanté mis cejas circunflej­as. Hubiera sido presuntuos­o hablar así que permanecí estoica. Impasible y no sentí nada, ni temor ni lástima, al menos eso me dije entonces aborrezco a la gente vulnerable no permito que otros me utilicen no soy un cálido refugio para almas desvalidas. Otros ofrecerán caricias y arrullos y mimos. Yo seré más consistent­e me he librado de la influencia de la piedad (...)

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SONTAG. El territorio de la ficción le sirvió para mostrar su costado más íntimo.

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