UN ‘DIVORCE’ SOFISTICADO
La primera temporada giró en torno a la decisión de divorciarse. Casi por casualidad, o rozando el capricho, Frances (Sarah Jessica Parker) arrancó planteándole a Robert (el excelente Thomas Haden Church) poner punto final al matrimonio. A partir de allí, con los recurrentes giros que exige la TV, la situación fue de un lado para el otro, incluyendo un muestrario de abogados. Con humor ácido y dinámico, sobre- volando algunos lugares comunes sobre todo de las tramas secundarias, y teniendo que hacer algún esfuerzo para creer que la sofisticación de ella encaja con lo rústico de él, Divorce se instaló en 2016 como una simpática serie americana. La semana pasada se estrenó para Latinoamérica la segunda temporada (ambas disponibles en HBO Go), durante la cual el divorcio se consuma. Y quizás ese era el lugar adonde había que llegar para que la comedia pudiera instalarse y sacar mayor provecho de sí misma. Frances y Robert se han separado. ¿Y ahora qué? Ahora deben reconstruir sus vidas, y eso no es para nada como lo imaginaban. Es como si la trama se tranquilizara; se les da más espacio a los personajes y permite acercarse los gestos. Además de las parejas de amigos íntimos, que funcionan como espejo o contraste, los hijos ganan terreno: Lila (Sterling Jerins) y Tom (Charlie Kilgo- re) van a jugar un rol más importante, que será, cómo no, complicarles más las cosas a sus padres separados. Divorce es una serie prolija cuya mayor crítica ha sido que Parker (también productora ejecutiva) no ha logrado despegarse del todo de su icónico trabajo en Sex and the City. Como si Frances fuera una continuidad de Carrie Bradshaw un poco más tierra adentro... Bueno, algo de eso hay.