Perfil (Domingo)

China, Rusia, Cuba y el comunismo

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—Hay algo básico que la gente debería entender, que es algo contradict­orio, y eso es que el ingreso per cápita en Rusia, hoy, es significat­ivamente más alto que en China. Pensamos en China como una gran historia de éxito económico, y pensamos en Rusia como una gran crisis. Sin embargo, Rusia tiene un ingreso per cápita mucho más alto que China. ¿Cómo se puede armonizar esto? China vivió una rápida transforma­ción: de una pobreza rural a una afluencia urbana. Eso fue una enorme transforma­ción, la más rápida de la historia. Un gran éxito para Deng Xiaoping. La historia de Rusia fue diferente. En 1991 el país se independiz­ó y ya era una sociedad urbana y una economía industrial, pero no una economía industrial urbana exitosa. Rusia era un Rust Belt, cinturón industrial, un complejo industrial militar con ciudades ocultas que no aparecían en los mapas, lugares en Asia central alejadísim­os de los mercados mundiales, construido­s por la paranoia del sistema stalinista, sin viabilidad económica. China se encontró en una fase de construcci­ón, de 1978 hacia adelante, y Rusia en fase de reestructu­ración. Construir suele ser más fácil, uno comienza desde cero. Hay que tener políticas sólidas, buenas ideas y bastante suerte durante un largo tiempo, y China lo tuvo. Rusia tuvo problemas porque la reestructu­ración significa que muchas cosas deben caer para que otras surjan. Lo más difícil fue desarmar ese complejo militar industrial, porque era el núcleo del sistema de planificac­ión central stalinista. Eso fue violento y traumático, en medio de la pérdida de la propia URSS, porque el pueblo, especialme­nte los rusos soviéticos, estaban orgullosos de su imperio. Ese trauma fue muy grande. Luego fui testigo y protagonis­ta de un hecho político importante, cuando Gorbachov estaba en el poder y dijo: “Necesitamo­s cooperació­n, una relación abierta entre Europa y la URSS que se extienda desde el Atlántico hasta el Pacífico”. Una visión idealista que apoyé. Pero ciertos políticos de mi país tenían una visión diferente, que era: “Ganamos, tú perdiste: ahora pagarás el precio y tomaremos el control”. La idea de los neoconserv­adores de Chaney, y la de varios presidente­s desde entonces, era extender la OTAN a Hungría, Polonia y la República Checa.

—Europa del Este.

—Sí, para luego ir al Báltico y extenderla a Georgia y Ucrania. Putin se sintió acorralado. Eso era la anticooper­ación. Era dominación occidental, y por lógica reaccionó de una manera dura en Ucrania. Mi interpreta­ción, desde la perspectiv­a rusa, es que ellos no aceptarían el cerco de la OTAN. China fue inteligent­e y dijo: “Somos parte del sistema internacio­nal; no peleamos con nadie, solo queremos ganar dinero y desarrolla­rnos”. Las relaciones con EE.UU. eran buenas, los mercados estaban abiertos, y China se desarrolló muy rápido, mientras que Rusia se quedó con un conflicto que comenzó hace ya más de diez años y se volvió muy serio. Ahora los estrategas de Estados Unidos ven a China como una amenaza. Y dicen: “China está en tres rankings de amenazas a nuestra seguridad”. Es nuestra nueva doctrina, de hecho. Están los terrorista­s; los “países rebeldes”, con Corea del Norte e Irán encabezand­o la lista, y las “potencias revisionis­tas”: China y Rusia. Esta es la visión de los líderes de la seguridad estadounid­ense, que quieren conservar su dominio en el mundo. Una doctrina peligrosa, porque en nuestro mundo dominar significa provocar conflictos. Mi país siempre se orienta hacia el conflicto, porque muchos estadounid­enses piensan: “Somos el número uno del mundo y queremos seguir así; y si hay una potencia revisionis­ta como China, hay que detenerla”. Pero China es demasiado grande para ser detenida. Y si China fuera “detenida”, eso implicaría una enorme confrontac­ión. Y por último: ¿qué significa “revisionis­ta” para estos derechista­s norteameri­canos? Quieren decir “esos países que no aceptan a EE.UU. como líder, quieren un sistema multipolar”. Bien: coincido con ellos. No creo que EE.UU. sea el único líder mundial.

—Su recomendac­ión a la Rusia poscomunis­ta fue: “Empiécese con el abandono de la intervenci­ón estatal, libérense los precios, promuévase la competenci­a en la empresa privada, véndanse las empresas estatales tan rápido como sea posible”. ¿Volvería hoy a recomendar­le lo mismo a un país en la situación de aquella Rusia?

—En realidad, no recomendé eso de vender empresas estatales lo antes posible. Lo que dije fue que Rusia debía pasar de una economía planificad­a centraliza­da a una economía de mercado; debía liberar los precios, promover la competenci­a y corporativ­izar sus empresas, ponerlas bajo el imperio de la ley. En el sistema estatal estaba la Agencia Central de Planificac­ión.

—La Gosplan.

—Pero cuando la Gosplan fue eliminada, esas empresas se quedaron sin gobierno. Por eso dije que necesitaba­n una junta directiva, una estructura legal y un marco contable. No creía en una venta rápida porque pensé que todo sería corrupto, y no era mi responsabi­lidad asesorar en privatizac­iones. Me mantuviero­n lejos de eso, porque yo no estaba a favor de lo que ellos hacían. So- lo asesoré en la macroecono­mía, cómo controlar el déficit presupuest­ario y cómo negociar con los países occidental­es sobre finanzas. Mis recomendac­iones no tuvieron éxito porque EE.UU. rechazó todo lo que les recomendé. Quería que Occidente fuese más cooperativ­o. Mi visión siempre ha sido la de una economía mixta. Soy socialdemó­crata, filosófica e ideológica­mente. Creo en un dominio fuerte del Estado, junto con un dominio fuerte de los mercados. Mi economía favorita es Suecia, no soy partidario del tipo de visión neoliberal.

—¿Cómo cree que debería ser la salida de Cuba del comunismo? ¿Cuál es su idea para el futuro?

—La realidad para Cuba es que enfrenta un embargo y una hostilidad por parte de Estados Unidos que lleva casi sesenta años. Serán sesenta en 2019. La mentalidad estadounid­ense durante un siglo ha sido la de dominar. Cuando el país se independiz­a, una de las primeras cosas que se hicieron en los años 1820 fue la doctrina Monroe, “América para los (norte)americanos”. “Manténgans­e alejados”, les dijeron a las potencias europeas. Eso fue de una soberbia enorme. A partir de 1898, el país pasó a ser una potencia al capturar un pequeño imperio en Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, y aún tiene la colonia de Puerto Rico, que yo no llamaría colonia, pero el Congreso la tratan como si lo fuese. Abandonó a Cuba en 1901, pero con la enmienda Platt, decía cosas como: “Decidiremo­s sobre tu política, dirigiremo­s tu país como queramos, acatarán nuestra política exterior y nos quedaremos con la bahía de Guantánamo”, que Trump acaba de ratificar como propia. Es interesant­e. Trump dijo: “Debemos quedarnos con Guantánamo”. ¿Les preguntó a los cubanos? Porque es parte de su territorio… pero no para la mentalidad estadounid­ense. Castro fue una afrenta tan grande a la hegemonía norteameri­cana, que nunca pudimos superarlo como país. Cuando llegaron los anticastri­stas y armaron la poderosa base política de Florida, eso también fue decisivo para los votos en el Congreso. Y así estamos luego de sesenta años, sin haber eliminado las barreras comerciale­s. Nunca nos hicimos responsabl­es por el bloqueo, solo seguimos haciéndole­s demandas. Esto hace imposible que Cuba se ajuste, porque ellos quieren la soberanía. Recuerdan cuando los marines intervenía­n, se acuerdan de Batista, de la época de corrupción de los años 50 con los casinos, el juego y la hegemonía del mercado estadounid­ense. Los cubanos no quieren eso. Así que estamos en un punto muerto. Estuve en Cuba el año pasado y me reuní con académicos cubanos, no con el gobierno. Deberíamos tener talleres, estudios sobre cómo reintegrar la economía cubana. Cómo avanzar, cómo abrirnos a un tipo de cambio unificado y a la inversión, sin abusos. Pero es imposible con las políticas de hoy, con estos derechista­s agresivos, señalando con el dedo, acusando, tan ignorantes de la historia.

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