DOCENTES
house. Las pantallas nos muestran lluvias de dólares, armas, mansiones y autos lujosos, y también niños desnutridos, ancianos pidiendo bolsos de comida, hospitales destartalados y gente comiendo basura o deambulando como zombis. Esa realidad no tiene nada de virtual. El hambre no es un índice. La salud no es un powerpoint. Nos han llevado a un nivel de hartazgo infinito. Desde mi insignificante lugar trato de hacer lo que puedo para modificar algo entre tanta locura. Pero claro, también necesito resguardarme y es entonces cuando apelo a mis antídotos: literatura, cine y música. Razón por la cual en la edición del sábado 3 de PERFIL pude disfrutar de la columna de Daniel Guebel. Y volví a celebrar en la intimidad de mi mundo –más allá o más acá de esta realidad infame– que la fina escritura y la sensibilidad que dispara un texto tan breve como extraordinario sigan vivas y me disparen una sonrisa de placer. Carlos Parodi carlosparodi64@yahoo.com.ar Una jornada simple para el maestro es un salario de hambre según el Indec, que señala que una familia, con dos niños, debe tener ingresos de 16.700 pesos para no ser pobre. Trabajar en dos colegios, tiempo de corrección en casa, reuniones extrahorario, estudio y preparación de clases significa sobreempleo, estrés, depresión, síndrome del quemado, hipoacusia, disfonías, ausentismo y suplentes que en caso de enfermarse o embarazos serán reemplazados por otros. En tanto los alumnos ven que el sistema multiplica las inequidades socioeconómicas y que a la vez que se les exige adquirir conocimientos, los encargados de guiarlos no son reconocidos. Entonces preguntan, ¿para qué voy a estudiar? Es momento de elevar la vara y no hablar de porcentajes, sino de un salario digno que permita