DENTADURA
desconcierto. Nuestra vida actual es una obra que se fragmenta en una paleta signada por la virtualidad y también por la crueldad. Hemos pasado de seres humanos a ser recursos, claves fiscales y códigos de barra; ahora somos sujetos de crédito y titulares de tarjetas, somos huellas biométricas, chips, usuarios y contraseñas. Hace tiempo que las amistades no surgen, sino que se solicitan. Los diálogos no fluyen, se graban. El deseo por el otro no nace desde la piel, sino desde una tecla. Las relaciones no se interrumpen, se bloquean. Las cartas y postales perfumadas de papel y tinta ahora están en cajas de zapatos al fondo del placar. Transmitimos emociones con dibujos ideados por un programa. Nos reunimos en un bar y practicamos la presencia ausente. Estamos y no estamos con el otro frente a dos tazas de café que se enfrían de silencio. Los dispositivos son extensiones de nuestro cuerpo y alma que nos consuelan con la sensación de no estar solos nunca. Entiendo que no pasará mucho tiempo para que nosotros, los habitantes de esta esfera celeste flotando en medio de la nada, pasemos a ser la nueva aplicación de un teléfono. Pero acá estamos y aún preservamos instantes de placer e intimidad más allá de las decisiones tomadas por iluminados a la sombra de un club Resulta curioso y debe ser así la escasa repercusión del extenso reportaje brindado a Federico Sturzenegger en la edición del Correo de Lectores del domingo 4. Denso y por momentos encriptado, para (como en mi caso)