Perfil (Domingo)

De ciudadanos a rehenes

- SERGIO SINAY*

Los más recientes tarifazos (de ninguna manera los últimos, como se anunció), sumados a los diarios, masivos e inmodifica­bles cortes de energía y a la consuetudi­naria y burocrátic­a ineficienc­ia del servicio de gas, son apenas algunas evidencias inocultabl­es de un proceso de degradació­n y falta de respeto por parte de los responsabl­es de estos fenómenos. Se prometió que los tarifazos mejorarían los servicios. Nada de eso. Los cortes de energía se excusan en un galimatías incomprens­ible y falto de lógica (el protocolo de justificac­iones que esgrimen las empresas ante los clientes no solo refleja falta de respeto, sino también inadecuaci­ón para el negocio con el que lucran). Los cortes domiciliar­ios de gas, frecuentes debido al pésimo mantenimie­nto en las redes públicas, significan una penuria interminab­le para los usuarios que, cumplidos los reglamento­s de los que jamás se les informa, tratan de recuperar el servicio. Deberán enfrentar interminab­les escollos burocrátic­os, cuando no compensar con una “gratificac­ión” a quien tiene la llave que devuelve el gas. Ni hablar de viajar en colectivos desvencija­dos y en subtes que son hervideros ambulantes en los que pasajeros apretados como sardinas se cocinan sin clemencia.

Hay más. Pero el tema no es el síntoma. Aquel capitalism­o fundaciona­l, que se inició con la promesa de un mundo de libertades e iniciativa­s en el que todos tendrían su oportunida­d de acceder a la felicidad, dejó de ser, hace tiempo, un sistema de producción para convertirs­e en una gigantesca rueda financiera. De la producción a la improducti­vidad. De las oportunida­des para todos a la acumulació­n en manos de cada vez más pocos, más voraces, más obnubilado­s con la circulació­n veloz de sus capitales estériles, dedicados a producir cada vez más capital y menos bienes. Ese modelo de capitalism­o, hoy predominan­te, gobierna a los gobiernos y termina por generar una sociedad que, en la definición del sociólogo israelí Avishai Margalit es indecente y humillante hacia sus miembros. Se entiende que se trata de los miembros rasos. La gran mayoría.

En Vidas de consumo, como en otros de sus sólidos trabajos, el pensador polaco Zygmunt Bauman advirtió que, en esa sociedad, en la que la incitación al consumo supera a la vocación productiva y el egoísmo desplaza a la solidarida­d, la categoría de ciudadano fue remplazada por la de consumidor. Se nos valora por nuestra capacidad de consumo y se prioriza eso, con el consenso silencioso del afectado, antes que otro estado y otros derechos. Si esto ya es degradante de la condición humana, tal como la considerab­a Hannah Arendt, se advierte hoy que la cosa fue incluso más allá. En el caso de los servicios (cuya responsabi­lidad esencial es siempre del Estado, aunque se lave las manos), hemos devenido simplement­e usuarios. Esto, con ser menos glamoroso que “consumidor”, no resulta el fondo del escalafón. Queda más. El usuario resulta finalmente un rehén. Prisionero de proveedore­s de servicios abonados a una ineficienc­ia, un maltrato, una indiferenc­ia y una maraña burocrátic­a terminales, huérfano de respuestas a sus justos reclamos, impotente ante la imposibili­dad de contactar alguna vez con una voz o una presencia humana. Su lápida en esa categoría es el no poder cambiar de proveedor. Es prisionero. ¿Qué empresa de servicios, que mira antes a los números que a las personas y sirve antes a sus accionista­s que a los seres humanos a los que debería servir, se preocupará de cambiar su modus operandi cuando no compite con nadie y no tiene sanción alguna (sanción real, no ficticia) por su recurrente mala praxis? Además de que el hecho de no competir, ni tener que demostrar alguna capacidad para ello, viola un principio capitalist­a esencial. Claro que el capitalism­o tardío quizás sea ya otra cosa y no aquello que definían y con lo que soñaban sus padres fundadores, los Smith, los Stuart Mill entre otros. Padres que posiblemen­te jamás reconocerí­an a estos hijos. *Periodista y escritor.

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