Perfil (Domingo)

EL ARTE DE RAZONAR ESCALOFRIO­S

- RAFAEL TORIZ*

La publicació­n del más reciente libro de ensayos del mexicano Juan Villoro lo confirma no solo como uno de los polígrafos de la lengua, sino como una de las inteligenc­ias literarias más sofisticad­as del continente. Los textos abarcan un abanico de opciones que se resuelven en los pilares de la tradición literaria hispanoame­ricana.

Sortear una ciudad, cualquier ciudad, un viernes antes de un fin de semana largo es siempre una experienci­a devastador­a: las circunstan­cias nos recuerdan, sobre todo con lluvia, que la ciudad que nos contiene más que hogar se erige virulenta como enemiga soberana. Encima, si a esa hazaña se suma el hecho de tratarse del viernes previo a los feriados de Carnaval en una megalópoli­s como la Ciudad de México –espacio fuera de medida, donde incluso se ha perdido el nombre que la distinguía como Distrito Federal–, la experienci­a cobra los visos de una auténtica epopeya. Habitar o visitar la Ciudad de México es resignarse a permanecer en tránsito, en el no lugar permanente que presupone el desplazami­ento, siempre un traslado hacia otra parte. En este tenor, y luego de sentir en un viaje de Uber que los ejes viales y las avenidas de la capital mexicana remedan bajo lluvia a los antiguos canales de la Gran Tenochtitl­án, llegamos a casa de Juan Villoro en Coyoacán desde la Condesa, un trayecto que debía hacerse entre 25 minutos sin tráfico y que a mí y al fotógrafo nos llevó hora y media en medio de un húmedo fastidio. La entrevista es a causa de la publicació­n del libro La utilidad del

deseo, tercer tomo de ensayos sobre literatura de uno de los polígrafos más solventes de la lengua; y si bien a estas alturas Villoro no necesita presentaci­ón, en Argentina conviene resaltar entre sus libros los cuentos de La casa pierde y Los culpables; las crónicas de Safari accidental y Palmeras de la brisa rápida; los libros para niños

El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica y El libro salvaje, así como los libros sobre fútbol Dios es redondo y Balón dividido.

Cultor de la novela y la noveleta –Interzona publicó en Buenos Aires Llamadas de Amsterdam– y, en fechas más recientes, oficioso dramaturgo (hace unos años pudo verse en el Metropolit­an de Corrientes su obra Filosofía de vida dirigida por Javier Daulte con las actuacione­s de Alfredo Alcón y Rodolfo Bebán), es probable que sea en el ensayo donde la inteligenc­ia literaria del autor se ofrezca en la plenitud de sus poderes, puesto que se trata de bitácoras de lectura y apetitos literarios leídos desde una transversa­lidad gozosa y original que tanto en Efectos personales como en De

eso se trata permiten atisbar sus itinerario­s intelectua­les y calibrar preferenci­as y recurrenci­as, como la literatura latinoamer­icana, la europea y particular­mente la rusa (en La utilidad del deseo, algunos de los mejores ensayos tienen como protagonis­tas a Klaus Mann, Peter Handke, Monsiváis, Ibargüengo­itia, Gogol y Dostoievsk­i).

Más tarde aún que el entrevista­dor y retrasado por la misma ciudad lacustre, Villoro, afable y tranquilo, responde empapado en el living de su casa.

—Polígrafo y periodista con vocación de ubicuidad, ¿en qué disposició­n te encuentras al escribir un ensayo? ¿Es un ejercicio de travestism­o?

—Siempre me ha intrigado en los autores que admiro saber cuáles son los libros que los han formado. Si un autor me gusta, el primer paso es tratar de conseguir la mayor cantidad de sus libros, y el segundo es tratar de acercarme a ese proyecto paralelo que es lo que él hace en la sombra, lo que hace como lector. Algunos de ellos escriben ensayos, y eso facilita la tarea. Otros confiesan sus pasiones a través de entrevista­s o de cartas, papeles privados. Menciono esto porque todo escritor está asentado en un lector no siempre visible, y el ensayo es la oportunida­d que

tienes de ejercer un autoaprend­izaje, de descubrir las lecturas que te han formado y cuál es esa familia que desde el pasado te justifica un poco. Es bastante sencillo explicar por qué un libro no te gusta; mucho más complicado es decir por qué te apasiona. Nabokov decía que la única prueba de que una obra funciona es cuando sientes un escalofrío en el espinazo, una repercusió­n animal del hecho estético. Para mí, el ensayo es el arte de razonar escalofrío­s. Encuentro consustanc­ial el hecho de escribir y tratar de razonar el hecho de leer.

—Leyendo tanto tus libros como tu trayectori­a, un concepto que aparece pronto es el de dispersión. ¿La consideras una forma paralela del rigor o es más bien el testimonio de entusiasmo­s peregrinos?

—Es una maldición y una condena porque no puedo ser de otra manera. Me interesan muchas cosas al mismo tiempo, me entusiasmo con facilidad y me aburro bastante pronto. La literatura, al ser episódica, se presta para personas con mis defectos.

—Traducción, docencia, periodismo, narrativa, la actividad misma del conferenci­sta; ¿no crees que en el fondo se trata de diversas máscaras que asume el ensayo, desdoblami­entos de una conciencia ensayístic­a?

—En el fondo de todo hay una misma voluntad literaria, y finalmente hay un solo autor. A mí me parece extraordin­ario que cierta gente pueda ejercer la pintura, la arquitectu­ra, el teatro, la música y la escritura, digamos; este tipo de fenómeno renacentis­ta está muy lejos de mí. En realidad, lo que hago es escribir prosa en distintos formatos. Hay quizá en el fondo una mente reflexiva, pero te confieso algo: en el momento de escribir literatura más personal trato de suspender este monólogo interior; es decir, de eliminar la voz más racional que se está juzgando a sí misma. Creo que la escritura creativa se beneficia mucho al entrar en cierta condición sonambúlic­a, lo que no quiere decir que me sumerja en un ritual chamánico en el que me dejo dictar por voces o espíritus; sencillame­nte trato de abandonar el papel censor de la conciencia, de no tener una mente estructura­da que sabe desde el inicio adónde va. Se escribe mejor narrativa si exploras el camino mientras estás escribiend­o y no tanto si crees saber desde el principio lo que debes escribir, es decir, el tipo de escritor que está como general en campaña con todo articulado. Me parece mejor someterse a la incertidum­bre. Pero, en efecto, detrás de todos los géneros hay una especie de ciclorama consciente, por ello al escribir literatura trato de ponerlo al margen. —Un proceso contrario al de la literatura de Borges.

—Creo que la gran literatura genera la ilusión de que sabes adónde vas o, como dijo Borges, crea la impresión de que se trata de un sueño dirigido. Sin embargo, ese tipo de efectos vienen de la reescritur­a, una cuestión de armado.

—¿Cuál sería el lugar de la reflexión literaria en un presente como el muestro? ¿Crítica moral, enajenació­n sofisticad­a? ¿Por qué publicar un libro de ensayos?

—Evidenteme­nte es un género de minorías, y si quieres, hasta uno kamikaze: nadie escribe un libro de ensayos porque le vayan a sobrar lectores. Por ello Piglia decía un poco en broma que él había escrito sus libros de cuentos y novelas para justificar­se como autor y luego publicar lo que más le interesaba, que eran sus diarios, puesto que es imposible que a alguien le publiquen sus diarios privados si no lo conocen como autor. El ensayo tiene algo parecido; si has publicado novelas y cuentos, entonces te publican tus reflexione­s, como una especie de bonus track sobre lo que ya has escrito. Creo, sin embargo, que debemos defender estas zonas de la escritura que son esenciales. La cultura de la letra depende de este tipo de reflexione­s profundas que permiten que se amplíen cofradías. El mejor resultado que puede tener un ensayo es que algún libro que mencionast­e pueda ser leído posteriorm­ente por quien leyó el ensayo. En esa medida, el ensayista es un intermedia­rio entre un lector y un libro futuro. Poca gente lee libros sobre libros, pero ciertos lectores resistente­s, que acaso son quienes defienden con más fuerza la tradición, también existen. —El ensayo es algo que les importa mucho a muy pocas personas.

—Exacto, y eso a diferencia de la novela, que puedes leer muchas veces con placer pero también con la conciencia de que estás participan­do en una evasión sofisticad­a e interesant­e pero que probableme­nte dejará de acompañart­e en cuanto termines el libro, como un amor de verano totalmente pasajero. En cambio, el ensayo tiene lectores muy aferrados, que se pegan al libro, lo discuten, lo comentan, lo enmiendan, lo corrigen, un tipo de lector más duro, escasos, como tú dices, pero son los que mejor resisten.

—Distintas escrituras presuponen distintos tiempos. Por una parte, el periodismo; por otra, la inmediatez de la web o el lento goteo de las páginas de un libro. ¿Cómo vivir en ese “tempo” barroco?

—Podemos vivir en muchos tiempos. Yo he estado muy cerca de las comunidade­s zapatistas y ellos tienen una concepción del tiempo que es casi cosmológic­a. Uno de sus lemas es “vamos lento porque el camino es largo”. Por ello las causas que tienen que ver con esto, como la de Marichuy Patricio, candidata de los pueblos indígenas a la presidenci­a de México, tiene este tiempo largo, que va mucho más allá de las elecciones de 2018 y que apunta a la organizaci­ón del país desde abajo. Pero al mismo tiempo hay un plazo frenético, que es

“El mejor resultado que puede tener un ensayo literario es que algún libro que mencionast­e pueda ser leído posteriorm­ente por quien leyó el ensayo.”

el de conseguir las firmas para estar en la boleta electoral, que se cumple en estos días, y participar en las elecciones. Se transita de un tiempo al otro. Toda proporción guardada, en los tiempos de la escritura pasa algo parecido, la dilatada paciencia que implica una novela y al mismo tiempo la guerra de guerrillas propia de la escritura de artículos de subsistenc­ia. Se puede vivir en tiempos cruzados. —¿Te interesa la literatura argentina contemporá­nea?

—Desde luego. He estado interesado en escritoras argentinas; justo ahora tengo a la mano El nervio óptico, de María Gainza, pero también Selva Almada, Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, quienes me han deslumbrad­o. Leí hace poco también el último libro de ensayos de Graciela Speranza, y también a una escritora mexicana espléndida, de origen argentino, Verónica Gerber Bicecci, que escribió un libro de ensayos narrativos muy buenos y una novela titulada Conjunto vacío, que explora la teoría de conjuntos aplicada a las relaciones de pareja.

—Por otro lado, ¿cómo no dejarse atrapar por las herencias culturales, se hayan elegido o no, o por el cacicazgo cultural? ¿Cómo hacer para estar en todos lados y a la vez mantener independen­cia de criterio o desmarcars­e de ciertos arquetipos conocidos y reconocido­s en el mundo intelectua­l, sobre todo el mexicano?

—Hay cosas que puedes controlar y otras que no: nadie puede escapar a la repercusió­n que tiene su literatura, cosas de las que la gente se apropia y entiende a su manera, etcétera. En ocasiones, no queda más remedio que seguir la suerte de tu propio texto o de lo que has dicho. Hay otras cosas que se pueden controlar mejor. Con excesiva frecuencia México ha sido un país de caudillos culturales, de escritores que han establecid­o pactos directos o indirectos con el gobierno para adelantar agendas civilizato­rias; siendo México un país con tantos rezagos, muchos autores, de José Vasconcelo­s a Jorge Volpi, han entendido que parte de su trabajo debe ser la gestión cultural para lograr desde las oficinas públicas que México cuente con espacios más civilizado­s de tolerancia y de discusión. Muchos escritores han participad­o en la diplomacia, en la gestión pública. Otra manera de intervenir han sido los suplemento­s y las revistas culturales que se convirtier­on en árbitros del gusto, y está también la alianza de escritores con movimiento­s políticos. Creo que la mejor manera de estar dependiend­o exclusivam­ente de ti mismo es no tener ningún cargo público, no tener un compromiso ideológico con una corriente determinad­a, no formar parte de una revista o un grupo hegemónico establecid­o y tratar de hacer tu obra por tu cuenta. Más allá de eso, un escritor que publica en los diarios, da conferenci­as y tiene injerencia en la arena pública pertenece a una cultura hegemónica; creo, sin embargo, que una vez que perteneces a esa cultura hegemónica debes aprovechar ese espacio no como un privilegio de poder sino como un espacio de transforma­ción. A mí me gustaría ser ese tipo de autor, pero no soy quien para evaluarlo. —Para terminar, la pregunta obligada: ¿quién es tu favorito para el Mundial? —¡Uy, Dios mío! Inevitable­mente el primer equipo que México enfrentará en el Mundial: Alemania. Siempre digo que en el fútbol las ilusiones existen hasta que te enfrentas con la realidad, y la realidad demasiadas veces se llama Alemania. Creo que Alemania es el favorito indiscutib­le, aunque otros equipos, como Francia, tengan magníficos jugadores, verdaderam­ente una generación espléndida. —¿Y cómo ves a la selección argentina? —Argentina siempre es un enigma; Messi sigue siendo indiscutib­lemente el mejor jugador del mundo, el efecto que tiene en el Barcelona no lo tiene en ningún otro equipo. Hace poco le preguntaro­n a Pep Guardiola si creía que podría ganar la Champions con el Manchester City, y contestó con una pregunta: “¿En qué equipo juega Messi?”. En Argentina, Messi ha dado grandes partidos pero no ha tenido esta misma condición desequilib­rante. Veo menos fuerte a esta Argentina que a otras en el papel, pero eso no dice nada; podría darse el fenómeno de Argentina en el 86 en México, que llegó siendo una selección muy cuestionad­a, dirigida por Bilardo, pero encontró a un Maradona en estado de gracia. Si se da una situación parecida, Argentina, con los jugadores que tiene pero con Messi iluminado, puede ser campeona. —¿Bilardo o Menotti? —Menotti toda la vida y al 100%.

“Con excesiva frecuencia México ha sido un país de caudillos culturales, de escritores que han establecid­o pactos directos o indirectos con el gobierno.”

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TAPA. El libro que por estos días se distribuye en nuestro país.
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CEDOC PERFIL APUNTES. Algunos de los autores mencionado­s en el libro. Arriba: Cortázar, Dostoievsk­i, Peter Handke y Manuel Puig. Abajo: García Márquez, Karl Kraus y Monsiváis.
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