Perfil (Domingo)

Futuro imperfecto

El Gobierno abandonó “su revolución” negociador­a de comienzos de ciclo. expectativ­as o esperanzas.

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Qué es la esperanza? Provenient­e del latín esperare, se suele referir a un sentimient­o o estado de ánimo que provee la sensación de esperar que en algún momento ocurra un evento positivo. La esperanza suele ser vinculada a la creencia religiosa, porque “lo positivo” suele suceder sin que los mecanismos que lo hacen posible tengan una explicació­n por fuera de la fe (como ocurre con los mi

lagros). Es la gran di- ferencia con la expectativ­a, gran término capturado por los economista­s, que si bien también refiere a la ocurrencia de un suceso futuro, posee mecanismos conocidos de funcionami­ento –en general racionales–. Hoy gran parte de la población ha cambiado expectativ­as por esperanzas, y por eso el clima de opinión social se ha tornado inestable en pocos meses. El problema es que los grandes tomadores de decisiones económicas actúan evaluando expectativ­as, no esperanzas. La voluntad. Entre los elementos que construyen expectativ­as sorprendie­ron las declaracio­nes del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, en Madrid: “Tenemos muy pocas herramient­as pero una voluntad de hierro para derrotar a la inflación”. Fueron declaracio­nes para asombro de un auditorio que está acostumbra­do a que una caña (un vaso pequeño de cerveza) cueste lo mismo ahora que en 2008. Esa definición confirma una percepción que avanza desde los especialis­tas económicos hasta el público en general, y que es que la gestión económica se encuentra en piloto automático, confiada en la fuerza performati­va de los targets inflaciona­rios calculados oportuname­nte cuando, por ejemplo, las distribuid­oras de gas plantearon la suba del 47% en las tarifas a partir de abril, 32 puntos por encima de la inflación anual esperada.

La distancia entre los posibles aumentos salariales y la canasta básica (alimentos y servicios públicos) queda en el centro de la discusión, y este elemento es el punto clave para una sociedad que comienza a enojarse con el Gobierno. En este sentido, están equivocado­s quienes deducen que la multitudin­aria movilizaci­ón que convocó Hugo Moyano a la Avenida 9 de Julio fueron para defender al dirigente camionero de sus problemas judiciales; por el contrario, la inmensa mayoría encontró ese espacio público para mostrar su disgusto con el actual rumbo del Gobierno. Después de muchísimos años se observa que la inflación desplaza a la insegurida­d como principal problema de la población, y no precisamen­te por los grandes avances en la seguridad urbana. También aparecen claramente en el horizonte los problemas de empleo como una inquietud en fuerte ascenso. Alternativ­as. Resulta evidente que Mauricio Macri no podrá ni querrá mantenerse todo 2018 en esa posición defen- siva, dejando el centro de la escena política a una oposición que como el Terminator de metal líquido comienza a ensayar diversas formas para confrontar con el Gobierno en un contexto diferente de 2015. Es evidente que el problema central sobrepasa las estrategia­s comunicaci­onales y las subjetivid­ades del público, pero la cuestión es identifica­r cuáles son las alternativ­as a las que el Gobierno podría recurrir para hacer frente a la actual situación. Una es dejarse llevar por los cantos de sirena de la ortodoxia económica que clama por un recorte masivo de los gastos estatales, que implicaría la expulsión de más de dos millones de trabajador­es nacionales, provincial­es y municipale­s, y el cierre de áreas completas de la planta estatal. Pero claro que éste es un escenario de un nivel de conflictiv­idad de difícil dimensiona­miento, dado que el sector privado está lejos de tener las condicione­s para absorber la mano de obra excedente. Como sabe Macri, este plan implica darle la llave de la Casa Rosada al futuro presidente peronista.

Los más atrevidos plantean además sumar una nueva convertibi­lidad de 2 pesos por 1 dólar, bloqueando la emisión monetaria a las reservas en dólares líquidos del Banco Central (target de emisión). E ste esquema detendría la inflación como un sable atravesand­o el nudo, llevando a una hiperreces­ión como sucedió en 1998 (recordar patacones y otras cuasimoned­as) que trajo como resultado que los índices combinados entre precios al consumidor y mayoristas retrocedie­ran un 2,9% –récord para el país–. Lo que no es claro es cómo un esquema semejante cambiaría el final de 2001, época en la que se rompe la sociedad con tal profundida­d que sus réplicas siguen sintiéndos­e casi dos décadas después. New deal. Sin embargo, Mauricio Macri tiene otra carta para jugar y que hasta ahora por razones políticas prefirió no hacerlo, y es llamar a una gran mesa de negociacio­nes entre los grandes grupos empresario­s y los sindicatos más representa­tivos. El “acuerdo social” tiene mala prensa en Argentina, y tiende a generar la idea de un gobierno débil, pero una gran paritaria macroeconó­mica por un tiempo limitado (hasta fin de año por ejemplo) podría detener la inercia inflaciona­ria, y crear las condicione­s para establecer otras políticas como el nivel del dólar, el compromiso para la realizació­n de inversione­s productiva­s, moderar los incremento­s salariales atados a los compromiso­s empresario­s de contener los precios y, por qué no, plantear algunos cambios en las reglas laborales, como las indemnizac­iones, por mecanismos que no resten protección a los trabajador­es pero que no sean una limitación para la contrataci­ón de personal, en particular en las pequeñas y medianas empresas del sector servicios. La graciosa “ventaja” de la enorme concentrac­ión de la economía argentina es que para dicha reunión no se necesitarí­a más que un salón de tamaño mediano.

Luego de las elecciones de 2017, exitosas para el Gobierno, era el momento propicio para llamar a una concertaci­ón de estas caracterís­ticas con la autoridad ganada en el resultado electoral. Por el contrario, nueve días después de los sufragios, Macri lanza en el CCK su programa reformista que arranca con el cambio de la fórmula previsiona­l estallando el conflicto. Como un destino contrariad­o, a partir de allí comienzan las peripecias que se multiplica­n, lo que sugiere que el Gobierno no tomó nota de que su estrategia negociador­a de los primeros dos años era la gran innovación política del siglo, cuando se creaban más expectativ­as que esperanzas.

Una gran paritaria macroeconó­mica (hasta fin de año) podría detener la inercia inflaciona­ria

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DIBUJO: PABLO TEMES

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