Perfil (Domingo)

Laberinto con salida

- RUBEN REVELLO*

Como estudiante de Medicina, varias veces mis maestros me repetían: “Cuando estén tratando a una paciente embarazada, recuerden siempre que no están cuidando la vida de una paciente, sino de dos: la madre y el niño”. Esta verdad evidente aún hoy se aplica, dos pacientes, dos personas, dos seres humanos que el médico se comprometi­ó a cuidar y curar, según su buen saber y entender.

Esto no es una moda circunstan­cial o la influencia del pensamient­o religioso, como algunos pretenden señalar a fin de evitar la respuesta que aniquila el argumento en favor del aborto; esa postura surge del ámbito de la medicina, propuesta por los primeros médicos modernos en el s. V antes de Cristo. Hipócrates, el padre de la medicina, al formular su juramento, código fundamenta­l del arte médico, específica­mente, señala ese compromiso, “No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco proporcion­aré a mujer alguna un pesario abortivo”.

El juramento hipocrátic­o actuali- zado en la Convención de Ginebra conserva esa visión: “Mantendré el máximo respeto por la vida humana desde el momento de la concepción; no usaré mis conocimien­tos médicos en contra de las leyes de humanidad, incluso bajo amenaza”.

Los argumentos en favor del aborto irrestrict­o hasta la semana 14 solo consideran los deseos de una parte e ignoran los derechos fundamenta­les de la otra. Cuando “deseo” tiene el mismo rango argumentat­ivo que “derechos fundamenta­les” todo el edificio de los derechos humanos tiembla.

El falso argumento en favor del llamado “derecho a decidir” nada dice del derecho a decidir de la mujer/varón que está siendo gestado y le niegan la continuida­d de su existencia. La ideología favorable al aborto podrá tratar de instalar la idea de que solo existe una persona –la que pide el aborto– pero el dato científico duro, la biología, la embriologí­a, la praxis médica milenaria, la deontologí­a médica, así como las ciencias humanas como el derecho, la filosofía y la antropolog­ía, demuestra n que esa postura es falsa.

Nadie puede decidir quién vive y quién no tiene derecho a seguir viviendo, este es el derecho humano fundamenta­l a partir del cual todo el resto de la estructura de DD.HH. toma forma.

Estos argumentos nada tienen de religiosos, son hechos que cualquier persona puede corroborar y, por lo tanto, tienen la fuerza de la realidad. En este debate, ignorar la realidad no parece ser un camino propio de la dignidad humana, sobre todo en temas que afectan la vida y la muerte de las personas.

Al comienzo señalé: “Estamos ante dos pacientes”, a esa situación quiero referirme ahora: la madre-paciente. Todos coincidimo­s en que el índice de muertes perinatale­s debe descender drásticame­nte, no puede haber más riesgo de muertes por maternidad.

Pero los números que se argumentan ocultan que la mayor parte de esas lamentable­s muertes son causadas por la pobreza y la marginació­n social, la falta de acceso a controles de embarazo, la falta de alimentaci­ón, de medicament­os e instrucció­n adecuada y el abandono de la mujer embarazada a su propia suerte.

Quien aborta tiene que tener otras opciones, porque a quien es abortado se le niega cualquier opción. Exploremos las condicione­s favorables a la vida de ambas.

Quien aborta tiene otras opciones, porque a quien es abortado se le niega la opción

*Sacerdote. Director del Instituto de Bioética, Facultad de Ciencias Médicas de la Universida­d Católica Argentina (UCA).

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