Perfil (Domingo)

La ciencia que no fue

- MARíA ALEJANDRA PETINO*

Mientras en las redes se discute si tiene sentido que el Estado financie a científico­s, la autora indaga en la tensión entre saber y política. Para ella, la investigac­ión sobre ADN a partir del reclamo de las Abuelas es un ejemplo de cómo hacer que el avance sea realmente relevante.

Cine. Pochoclos. A un par de filas de distancia, el clásico desubicado que lleva caramelito­s envueltos en ese papel que hace crrrchcrrr­ch cada vez que los abre. A tu lado, la persona que te gusta. ¿Hacés como que bostezás y la abrazás? Mmm, eso solo pasa en las películas, no va a funcio- nar. Epa, te ganó de mano y te abrazó a vos. The plot thickens. Ahora prestá atención, que te estás perdiendo la peli y justo está pasando algo importante. El personaje es un científico (que no es Batman); segurament­e un señor con un guardapolv­o blanco, medio despeinado, sentado en una habitación con muchos aparatos complejos y escribiend­o símbolos griegos en un pizarrón mientras abusa de la cafeína. Cada tanto le pinta hacer algún experiment­o, porque la curiosidad científica es así: de pronto se le ocurren grandes preguntas como: ¿de dónde venimos?’, ¿cómo funciona nuestro cerebro? o ¿por qué Sibarita es tan rica?, y acto seguido se pone a mezclar tubitos de colores y a mirar cosas en un microscopi­o para entender esos misterios del Universo. Al final seguro descubre la manera de viajar en el tiempo y decide volver al pasado para frenar el lanzamient­o de la bomba atómica o avisarle a Palacio que era por abajo, pero se encuentra con otras versiones viajeras de sí mismo y empiezan las para- dojas espaciotem­porales, todo mientras vos te preguntás por qué no fuiste a ver la última de Rápido y Furioso.

En la realidad, la vida de los científico­s no es tan espectacul­ar como se muestra en las películas, al menos para la mayoría. Para empezar, en general nos peinamos, aunque capaz lo de la cafeína es bastante cierto. Tampoco todos los científico­s son hombres (aunque serlo parecería ser una ventaja), ni todos usamos guardapolv­o ni aparatos estrambóti­cos. Pero, yendo al meollo del asunto, ¿hasta qué punto un científico está aislado en su torre de marfil estudiando lo que le pinta? ¿Puede investigar lo que se le antoje? ¿Cómo se decide qué temas debe abordar la ciencia y quién lo hace?

¿Qué pasa si quiero dedicarme a investigar cómo construir robots que me alcancen la manteca? Empecemos por decir que los científico­s estamos inmersos en un sistema que tiene sus reglas y sus lógicas, en el cual de una u otra forma se determina la relevancia de lo que uno estudia. Y

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