La ciencia que no fue
Mientras en las redes se discute si tiene sentido que el Estado financie a científicos, la autora indaga en la tensión entre saber y política. Para ella, la investigación sobre ADN a partir del reclamo de las Abuelas es un ejemplo de cómo hacer que el avance sea realmente relevante.
Cine. Pochoclos. A un par de filas de distancia, el clásico desubicado que lleva caramelitos envueltos en ese papel que hace crrrchcrrrch cada vez que los abre. A tu lado, la persona que te gusta. ¿Hacés como que bostezás y la abrazás? Mmm, eso solo pasa en las películas, no va a funcio- nar. Epa, te ganó de mano y te abrazó a vos. The plot thickens. Ahora prestá atención, que te estás perdiendo la peli y justo está pasando algo importante. El personaje es un científico (que no es Batman); seguramente un señor con un guardapolvo blanco, medio despeinado, sentado en una habitación con muchos aparatos complejos y escribiendo símbolos griegos en un pizarrón mientras abusa de la cafeína. Cada tanto le pinta hacer algún experimento, porque la curiosidad científica es así: de pronto se le ocurren grandes preguntas como: ¿de dónde venimos?’, ¿cómo funciona nuestro cerebro? o ¿por qué Sibarita es tan rica?, y acto seguido se pone a mezclar tubitos de colores y a mirar cosas en un microscopio para entender esos misterios del Universo. Al final seguro descubre la manera de viajar en el tiempo y decide volver al pasado para frenar el lanzamiento de la bomba atómica o avisarle a Palacio que era por abajo, pero se encuentra con otras versiones viajeras de sí mismo y empiezan las para- dojas espaciotemporales, todo mientras vos te preguntás por qué no fuiste a ver la última de Rápido y Furioso.
En la realidad, la vida de los científicos no es tan espectacular como se muestra en las películas, al menos para la mayoría. Para empezar, en general nos peinamos, aunque capaz lo de la cafeína es bastante cierto. Tampoco todos los científicos son hombres (aunque serlo parecería ser una ventaja), ni todos usamos guardapolvo ni aparatos estrambóticos. Pero, yendo al meollo del asunto, ¿hasta qué punto un científico está aislado en su torre de marfil estudiando lo que le pinta? ¿Puede investigar lo que se le antoje? ¿Cómo se decide qué temas debe abordar la ciencia y quién lo hace?
¿Qué pasa si quiero dedicarme a investigar cómo construir robots que me alcancen la manteca? Empecemos por decir que los científicos estamos inmersos en un sistema que tiene sus reglas y sus lógicas, en el cual de una u otra forma se determina la relevancia de lo que uno estudia. Y