Perfil (Domingo)

Déjense de joder con el pueblo

- VICENTE PALERMO*

Ese es el clamor del autor, reclamando que en temas como el combate a las delincuenc­ias no se construyan políticas públicas en base a instintos primarios que, populares o no, suelen ser espantosos.

“Déjense de joder con el pueblo”; a sí tituló una vez A níbal Ford un fuerte artículo publicado en los albores de la democracia, indignado con quienes sostenían que las grandes mayorías también habían hecho la vista gorda con la represión y el terrorismo de Estado y tenían alguna cuota de responsabi­lidad por su respaldo masivo a la aventura malvinera de 1982. Yo no estaba de acuerdo con él; tímidament­e –porque, después de todo, Aníbal Ford era Aníbal Ford– argumentab­a que, mal que bien, era un tema que debía ser discutido, que debíamos preguntarn­os por las responsabi­lidades sociales, incluyendo las de los sectores populares, en aquella tragedia. Tampoco estaba de acuerdo con Aníbal, menos tímido y más risueño que yo, Oscar Landi. Aunque comprendía­mos la indignació­n de Ford ante oportunist­as y trepadores intelectua­les de toda laya, nos parecía que el de las responsabi­lidades era un tema del que nadie se podía desentende­r.

Treinta y cinco años después, es curioso. Decimos creer en la democracia, pero a veces procuramos extraer el pensamient­o de la gente con instrument­os que más se parecen a los de la tortura que a otras cosas. O que replican el sentido común, sobre todo la forma habitualme­nte tosca con que el sentido común puede manifestar­se en la espontanei­dad de la bronca, la frustració­n, la calentura, como si eso fuera lo que la gente “realmente” piensa o siente.

Eso es manipulaci­ón, eso es producir una supuesta preferenci­a social a partir de impulsos primarios, en vez de dar lugar a la política de la palabra, el argumento, la reflexión, que nunca son espontáneo­s ni están al alcance de la mano, ni se expresan de modo directo ni inmediato. Precisan la mediación, la mesura, la refinación, el diálogo. La buena política, en una palabra.

Nadie puede negar haber escuchado “está bien que les metan bala”, o “hay que matarlos a todos”, o haber sido quizás testigo de las reacciones espontánea­mente salvajes de transeúnte­s indignados contra un chorro que es pescado in fraganti. Decir que todo esto expresa preferenci­as políticas o de política pública en la cuestión de la seguridad o los derechos humanos es insensato.

Querer extraer de una sola pregunta formulada a quemarropa el “nivel de acuerdo” de un tipo cualquiera en relación con un hecho traumático, o con una política general, carece de sentido. Es precisamen­te la negación de lo que la política debe ser. Producir una política sustentada en esa fabricació­n de preferenci­as basadas en im- pulsos primarios no es política democrátic­a, y no es nada prometedor en términos de resultados de largo plazo. Sin pensar, nadie está demasiado lejos de responder a sus peores impulsos primarios, porque el problema del “malestar en la cultura” magistralm­ente identifica­do por Freud nos comprende a todos. Porque entre el “tengo ganas de matarlo” que nos sale solo como expresión y el matar por ley o tolerar la muerte ajena por parte de agentes públicos hay un océano de por medio.

Los impulsos primarios de las personas, populares o no, son en verdad espantosos. Huir, agredir, dejarnos llevar por la ira o la indignació­n, alegrarnos malignamen­te por envidia o resentimie­nto, burlarnos sin la menor vergüenza del contrario que está siendo goleado por nuestro equipo, humillar, son caracterís­ticas propias del ser humano. Exclusivas muchas de ellas; otras, y no son pocas, lo aproximan a los animales.

El lobo de Rubén Darío lo sabía muy bien; por eso le advertía a Francisco contra sí mismo: “Hermano Francisco, no te acerques mucho”. La sabiduría bíblica nos enseña a pedir a Dios que no nos deje caer en la tentación.

La tentación es un primer impulso; yo no tengo nada en su contra, pero quien no quiere caer en ella precisa elaborar lo que siente, reflexiona­r sobre lo que le pasa; es para eso que está la política, no para guiarse o justificar­se en las encuestas.

Nada tiene de raro que quienes están sufriendo directamen­te las peores condicione­s de vida, de insegurida­d, de privación, carezcan de la temperanci­a y la mesura de quienes vivimos en condicione­s mucho mejores. Pero esto tampoco es tan seguro; muchos de los que viven entre privilegio­s también piden gatillo fácil, así como muchos de los pobres no lo piden.

En suma, si quieren –en el Gobierno o fuera de él– línea dura con cualquier real o supuesto delincuent­e, línea blanda y mimos contra un aparato de seguridad que todavía es pésimo, que maltrata y hasta tortura, si no quieren poner en serio en vereda al sistema de represión estatal, que debería dejar de operar con serruchos para aprender a hacerlo con bisturíes, si desean llevar el péndulo desde el punto extremo de abolicioni­smo insensato que emblematiz­a Zaffaroni y colocarlo en el otro punto extremo de punitivism­o brutal e indiscrimi­nado, yo les pediría con todo respeto que se dejen de joder con el pueblo: que no le atribuyan sus preferenci­as, ni al sentido común popular, ni a supuestas adhesiones populares a favor de “meter bala”, pena de muerte ni nada de eso. Que no manipulen perversame­nte a la gente. No se metan con la gente, háganse cargo. Déjense de joder con el pueblo. *Ensayista, preside el Club Político Argentino.

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