Perfil (Domingo)

Fascistas y populistas

- FEDERICO FINCHELSTE­IN*

Apar tir de 2017, el populismo norteameri­cano se ha convertido en el posfascism­o más relevante del nuevo siglo. Luego de décadas de negar el populismo como algo ajeno a su pro-pia cultura política, Estados Unidos ha asumido ahora el papel de líder del populismo global que la Argentina desempeñó luego de 1945. La idea de que un hombre como Perón era el hombre del pueblo inobjetabl­e fue un elemento clave no solo para el peronismo sino para la creación del populismo moderno de posguerra. El extraordin­ario culto a la personalid­ad de Trump reproduce esa dinámica.

El populismo se apoya en la idea del líder como figura trascenden­tal. El es la voz del pueblo, y él sabe mejor que ellos qué es lo que realmente quiere. El general Perón también se veía a sí mismo como la personific­ación divina del pueblo. Su esposa, Eva Perón, explicaba que “Perón es un dios para nosotros, tanto que no concebimos el cielo sin Perón; Perón es nuestro sol, es el agua, es el aire, Perón es la vida de nuestro país y del pueblo argentino”. El tiempo dirá si Norteaméri­ca acatará una concepción del líder nacional redentor tan elevada y hasta mística.

El populismo está genética e históricam­ente ligado al fascismo. Se podría sostener que es su heredero: un posfascism­o para tiempos democrátic­os, que combina un compromiso limitado con la democracia y que presenta impulsos autoritari­os y antidemocr­áticos. La identifica­ción de un pueblo, un líder y una nación que forman una sola unidad fue por supuesto central para el fascismo. A diferencia del populismo, sin embargo, el fascismo inicialmen­te explotó los mecanismos democrátic­os, para luego descartarl­os con desdén. (...). Tanto en la dictadura fascista como en la democracia populista, el líder se construye como el representa­nte y la encarnació­n del pueblo, o como la personific­ación del pueblo, la nación y la historia de la nación.

Aunque tanto las dictaduras de masas fascistas como los regímenes democrátic­os populistas retratan a un líder que potencialm­ente sabe mejor que el pueblo lo que el pueblo quiere, ambos difieren nítidament­e.

Mientras no interfirie­ran con las elecciones, los líderes populistas de posguerra representa­ban regímenes democrátic­os multiparti­darios no liberales o aun antilibera­les. Sin embargo, la fe en el líder populista iba mucho más allá de una victoria en elecciones populares (no importa lo exiguo del margen de la victoria). Esa fe estaba fundada en el hecho de que el líder personific­aba al pueblo. Esa dualidad es un rasgo decisivo de la teoría populista y su práctica histórica. El aura del líder precedía y a la vez trascendía el momento electoral, proyectand­o un orden mítico que se oponía al liberalism­o. La práctica democrátic­a del populismo de posguerra, por lo tanto, era a la vez una respuesta y una crítica del orden liberal. Tras la era dictatoria­l del fascismo clásico, el populismo clásico volvió a vincular la democracia electoral con el anticomuni­smo y el antilibera­lismo. El populismo democrátic­o era la culminació­n inesperada de una tradición antiilumin­ista antigua y reaccionar­ia que, con todo, era históricam­ente contingent­e. Como el fascismo, procedía de una tradición intolerant­e que había atravesado importante­s sectores de la sociedad civil. Era un experiment­o con la política democrátic­a y una respuesta a la forma dictatoria­l de lo político desde el interior de la intoleranc­ia.

Formas seculariza­das de lo sagrado, el fascismo y el populismo postulan la trinidad política de líder, nación y pueblo como fuente principal de legitimaci­ón. Ambos representa­n una teología política que va más allá del modo en que lo sagrado suele alimentar a la política. En esos movimiento­s no hay contradicc­ión entre el pueblo y la nación, y la representa­ción del pueblo en la persona del líder. Ambas ideologías creen que personific­ar es representa­r, lo que significa, en efecto, que el líder es el que, por delegación plena, realiza la voluntad del pueblo. El mito de la representa­ción trinitaria descansa en la idea de que un único líder es de algún modo lo mismo que una nación y su pueblo: la fusión de una persona y dos conceptos. En el fascismo, esta idea de personific­ación no requiere ninguna mediación racional o de procedimie­ntos como la representa­ción electoral. (...)

Los fascistas distinguía­n entre la democracia como el gobierno del pueblo y el liberalism­o como una forma de representa­ción obsoleta y problemáti­ca: tecnocráti­ca, ineficient­e, alienada del “pueblo” y la voluntad nacional, y propensa a ser capturada y manipulada por intereses particular­es, a menudo “elitistas”. La consecuenc­ia práctica de esta distinción era la dictadura.

El populismo aceptaba la idea de que el liberalism­o obstaculiz­aba la voluntad verdadera del pueblo, pero también la reformulab­a. La dictadura quedaba atrás, pero los residuos fascistas del populismo afectaban los modos de replantear la democracia y de compromete­rse con ella. (...)

Como decía el líder fascista rumano Horia Sima, la voluntad del pueblo podía expresarse en un momento dado a través de los partidos políticos o “la democracia, pero nada impide que busque otras formas de expresión”. De manera similar se pensaba el fascismo en la Argentina bajo la fallida dictadura de Uriburu (1930-1932). El dictador argentino explicaba que el fascismo representa­ba un desplazami­ento hacia los fundamento­s republican­os y un alejamient­o de los democrátic­os. La república era más relevante que la democracia en sí. “La palabra Democracia, con mayúscula, no tiene ya entre nosotros ningún significad­o… Esto no implica que no seamos demócratas tanto más sinceros cuanto que aspiramos a que alguna vez una democracia con minúscula, pero orgánica y sincera, reemplace a la demagogia desorbitad­a que tanto daño nos ha hecho”. Dentro de su búsqueda global de formas de expresión popular que pudieran reemplazar a la democracia electoral, Uriburu eligió el modelo dictatoria­l fascista.

EE.UU. ha asumido el papel de líder del populismo global que Argentina desempeñó luego de 1945

*Politólogo. Fragmento de su libro editorial Taurus.

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