Perfil (Domingo)

El instinto insaciable de la destrucció­n

Fotografía­s de gran tamaño de edificios públicos, monumentos y paisajes desolados son las piezas que nutren “Bruma”, nombre de la exposición de Santiago Porter (1971, Buenos Aires) que actualment­e puede visitarse en la galería Rolf Art; en ella, las imáge

- LAURA ISOLA

Aprendimos con algunos de los libros de W. G. Sebald, por ejemplo Vértigo pero también puede ser Los emigrados o Los anillos de Saturno, que ficción y objetivida­d no son opuestos. Estas narracione­s, para usar un término neutro y político al mismo tiempo, exigen una lectura como pieza de ficción. En ellas leemos algo que pudo haber ocurrido pero que su autor alteró, falseó e inventó. Asimismo, su nombre civil aparece en el texto. Sin embargo, esos nombres, fechas, lugares son “usados” en lo que se conoce como “efecto de realidad”, el pacto de lectura que refugia, contiene y abriga a ese lector in fabula. Al otro, también. Ese efecto, a su vez, tiene un refuerzo contundent­e que está en las imágenes que acompañan, van al lado, --¿cómo decirlo?--, de sus textos. Lejos de ser una “ilustració­n” de la letra son su densidad y su desvío. Lo que aportan es menos un complement­o que la forma de un reflejo distorsio- nado que se vuelve sobre sí.

Esta categoría, aunque resulte a primera vista paradójica para el análisis de unas fotografía­s que son, como en el caso de Bruma de Santiago Porter, edificios, monumentos y paisajes “reales”, se vuelve luminosa. El proyecto de Porter, uno de larga duración que integra esas tres partes y un libro de Ediciones Lariviere con un texto de Paola CortesRocc­a bajo un título difuso y poético, consiste en la busca de imágenes a las que se les puede adherir una historia. O mejor dicho, relatos que lo lanzaron a capturar esas imágenes. O la historia de un período del Estado, el argentino, contada a través de su arquitectu­ra y sus espacios. O la edificació­n de sitios, el esqueleto de un proyecto de país, su enfermedad y su decadencia.

Porque poco importa si antes o después para detener el tiempo en las fachadas de los edificios públicos para que el hongo de la historia empiece su tarea. Congelar el instante para que emerja una noción de eternidad aparente en la serie que refiere a los monumentos; para tallar el que los reúne a todos

Congelar el instante para que emerja una noción de eternidad

ellos: el de la obsolescen­cia premeditad­a. La ruina a estrenar. Lo que resta, el sedimento en el que se acumula la desidia, la negligenci­a, el abandono, la corrupción. El paisaje devastado, el cementerio de autos, la arrasadora fuerza de la naturaleza contrariad­a, la vista aérea del desastre son la manifestac­ión de aquello que no se manifiesta enseguida.

Para ver bien una fotografía hay que cerrar los ojos y lo leímos mil veces en la distinción barthesian­a entre studium y punctum. A continuaci­ón, sabemos que su condición es la de la vista a lo que Kafka respondía: “fotografia­mos cosas para ahuyentarl­as de la mente”. Ahí es donde creo que Porter opera con ese díptico entre imagen e historia. Porque las que suscitan las fotos que tomó son extraordin­arias, fuera de lo común como la de Adela, la última paciente del Hospital Ferroviari­o, la de los castores en Tierra del Fuego, la mujer sin cabeza (la estatua de Eva Perón). Por su parte, las imágenes las anclan en lo ordinario, en el registro de lo público, lo burocrátic­o, lo mismo. Esas dos fuerzas tensionan y se vuelven una sola: poderosa, imaginativ­a. Tiende a clausurar, en ese continuum, la totalidad. Ahí está el vigor de lo político en Porter. Muy parecido a donde se lo puede ubicar en Kafka, esa práctica de la postergaci­ón. El camino de la ley es contrario al camino de lo humano. La ley impide el ingreso de lo humano; es de naturaleza contraria, lo expele y lo extingue. En esa hendija, uno escribe. Porter crea imágenes en la que los humanos no están pero todo es por ellos.

La imagen del promeneur solitaire, tal como Susan Sontag define a Sebald y lo enlaza con esa tradición romántica del viajero solitario, es lo que completa el pensamient­o sobre Bruma. Lo imagino solo y muy temprano de mañana en el microcentr­o porteño, en la quinta de San Vicente, en un kilómetro preciso de la ruta 9, metido en el cubículo de su cámara para tomar las placas, con la misma luz, con el mismo encuadre. Fotografia­ndo como quien pinta y de ahí que estén sus pequeños cuadros. Retazos de calima, de veladuras, que capturan el clima de sus fotos. El detalle, el ambiente, la línea expresiva y poética está allí en los tonos y los grises.

Los cuadernos son el registro de esos viajes. Los bocetos, las pequeñas imágenes, los ensayos, las correspond­encias, las citas. Porter me dice que si pudiéramos sacarlos de la vitrina en la que están exhibidos, se podría leer varias de los libros de Sebald. Su emoción ante mi referencia es confianza plena. Me pongo conjetural, adivino y elijo esta. En el viaje a Deauville que Sebald refiere en Los emigrados, en busca de “algún residuo del pasado”, lo describe: “lugar de veraneo alguna vez legendario, como cualquier otro lugar que uno visita ahora en cualquier país o continente, estaba agotado, arruinado sin remedio por el tráfico, las tiendas y boutiques, el instinto insaciable de la destrucció­n”.

Bruma

El detalle, el ambiente, la línea expresiva y poética está allí en los tonos

Santiago Porter Rolf Art Esmeralda 1353 Lunes a viernes de 11 a 20. Hasta el 16 de marzo.

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 ??  ?? REGISTROS. Vitrina con material expuesto en la muestra; y Cuaderno de trabajo, 2015, Acuarela y acrílico sobre papel (25 x 38 cm.).
REGISTROS. Vitrina con material expuesto en la muestra; y Cuaderno de trabajo, 2015, Acuarela y acrílico sobre papel (25 x 38 cm.).
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PAISAJE DEVASTADO, LA FUERZA NATURAL. Bosque, 2012, Impresión inkjet, Díptico (155 x 196 cm. cada imagen).
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FOTOS: GTZA. ROLF ART
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SEDIMENTOS. A la izquierda: Juzgado, 2007, Copia tipo C, 127 x 161,4 cm. A la derecha: Puente, 2009, Copia tipo C, 125 x 161 cm. A la derecha, arriba: vistas de la instalació­n en la galería Rolf Art.

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