Parricidio
El libro Las infernales es un acto de desobediencia. De desobediencia a mi padre, un teórico de la noción del “ser nacional” en América Latina que no inventó, pero acuñó, el término “cipayo” para señalar a los argentinos que intentaban asimilar los gestos políticos y culturales del Imperio. Nadie más cipayo que una argentina que escribe una biografía de tres mujeres inglesas del siglo XIX. Y es un acto de desobediencia a mi madre feminista, porque en esta biografía traté de eludir las lecturas contemporáneas y la crítica feminista sobre las Brontë para escribir una biografía “a la manera sentimentalista”, un procedimiento prohibido en mi familia marxista, feminista y modernista a ultranza. Decidí, con los zapatos llenos de barro y nieve, poseída, eludir las que tanto interesaban a mi madre para oponerles a mi única interlocutora, la primera biógrafa, la amiga de Charlotte, la sentimentalista: la señora Gaskell. Si los estudios del siglo XX se dedicaron a indagar la relación entre el yo y la obra, entre lo biográfico y el yo personal, entre gótico y romántico, yo abriría un paquete prohibido: el sentimentalismo. Me apropiaría de todas las investigaciones hechas hasta el momento, haría la ruta Brontë británica, la irlandesa y la belga, pero también abrevaría en las fuentes desacreditadas: chismes, videntes, farmacéuticos, borrachos, fantasmas, la cuñada del guardia. Si ya había desobedecido, era el turno de desobedecer las lecturas feministas de mi madre con una biografía “a la manera sentimental”. Branwell fue sacrificial al romanticismo; yo sería sacrificial al sentimentalismo, porque el mío era un caso de posesión. Decidí que la aventura en el internado de monjas sería mi mito de origen. Y este libro, un parricidio. ¿Y acaso el crimen doméstico no es combustible del drama en la vida y la obra de los hermanos Brontë? Sí, sería una parricida. un personaje