Entre libros y vaginas
Conversaciones con Wshington Cucurto
Juego de chicos; Taller literario; Cómo se saludan los surfers Entre todas las taxonomías con las que se podría pensar a los escritores, hay una que los divide entre quienes se cuidan de que el personaje no se coma al autor, y quienes contribuyen a ello. Cucurto, que pertenece a este último grupo –y hasta disfruta del acto antropófago, dejándose devorar con la misma complacencia con que sus personajes reciben interminables fellatios– también pertenece, por añadidura, a otro: el de quienes deciden publicar lo bueno, pero también lo malo. El adverbio “por añadidura” tiene, por cierto, sus motivos: si se construye un personaje de sí mismo, y ese es el objetivo, o por lo menos uno de los objetivos, es natural que se pretenda también que el lector lo conozca en todas sus dimensiones.
Pero esa frontera, la de autor/personaje –a la que podría agregarse la de narrador/personaje de la que habla Sarlo– no es la única que lo atraviesa. En su obra tampoco quedan claros los límites en