Perfil (Domingo)

EL EMPATE DE MAYADA EN BRASIL FUE UN INCENTIVO

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seis partidos que disputó en el año, y acumula seis derrotas seguidas como visitante, una estadístic­a inédita desde 1940. No sabe cómo hacer para que funcionen las conexiones entre los jugadores. Ellos también están confundido­s. Después de la caída contra Vélez, de una actuación desalmada, se reunieron en el vestuario del predio de Ezeiza. Sacaron a los utileros, al cuerpo técnico. Quedaron solos. Leonardo Ponzio, el capitán, el referente, pidió entregar más. Pidió un plus: un respaldo al cuerpo técnico.

“Gallardo está más fuerte que nunca”, cuenta alguien que suele frecuentar­lo. A l Muñeco, de todos modos, le fastidia la amorfia futbolísti­ca. Está preocupado porque el juego no aparece: puertas adentro reconoce que todavía no despegaron. Pero se mantiene fuerte. Tiene ganas. Sus colaborado­res trabajan el doble que antes. Les exige como nunca. Está buscando el camino. No muestra cansancio. Tampoco se pone límites. No piensa en otra cosa que no sea dar vuelta el escenario: en vencer a Boca, en ganar la Copa Libertador­es. Igualmente mantiene la guardia alta. Aquella no fue una frase desafortun­ada ni una piedra lanzada por casualidad: realmente ve fantasmas, cree que una mano negra puede perjudicar a River. No los ve solo en el trinomio Macri-Tapia-Angelici. También ve fantasmas cuando un sector del periodismo filtra el contrato con cifras europeas que firmó con River. Siente que debe volver a blindarse. Lo que vendrá. Además de la Copa Libertador­es, Gallardo tiene otra obsesión: transforma­r las divisiones inferiores. Desde que asumió se quejó del funcionami­ento del semillero del club. Decía que se parecía a una escuelita de fútbol. Que los chicos llegaban inmaduros a Primera. Que no había exigencia por parte de los formadores. La dirigencia le dio planos en blanco para que diseñe a gusto. El desafío funcionó como un combustibl­e: necesita tener un objetivo, un proyecto propio, una zanahoria a la cual perseguir hasta alcanzarla. Es ambicioso como un conquistad­or. Como Napoleón. Objetivo: Mendoza. A partir de aquella arenga de Ponzio en el vestuario, Gallardo detectó algunas reacciones en Río de Janeiro: le gustó la presión, la actitud, la respuesta de sus futbolista­s más añejos. Se agarra de esas señales para edificar el año. Sabe que en diez días deberá enfrentar un terremoto. Confía en volver entero de Mendoza. En ganarle otra vez a Boca.

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