Perfil (Domingo)

Sin palabras

- BEATRIZ SARLO

Murieron las ideologías y aprendimos que no hay que decir más “clases sociales”. Se puede hablar de empresario­s y de dirigentes. Hablemos entonces de la corr upción con las palabras del vocabulari­o permitido.

Antes, un episodio que me ocurrió durante la marcha organizada por los camioneros. Más de una docena de kirchneris­tas sueltos me preguntaro­n con agresiva ironía qué estaba haciendo yo en Belgrano y Bernardo de Irigoyen. Como les malicié la intención, les devolví la pregunta con otra: ¿qué pensaban ellos de las denuncias de corrupción que caían, como flechas de un western, sobre Cristina Fernández y sobre el propio Moyano, a quien estábamos escuchando? Me aleccionar­on con una frase: el capitalism­o es corrupto.

Esa respuesta mostraba no tanto una teoría del capitalism­o, sino la hipocresía de quienes me increpaban. Algo de razón tenían. El capitalism­o es corrupto en aquellos países donde el Estado es incapaz de sostener una Justicia y una policía independie­ntes del poder del dinero. Nadie duda que Alemania es un país capitalist­a. Nadie diría que un alto porcentaje de sus dirigentes empresaria­les o políticos son corruptos. Obtendría un titular en cuerpo catástrofe que un dirigente del empresaria­do alemán embolsara millones por una patagónica ruta imaginaria. Es improbable un von Laskurain. Para no ir tan lejos: Uruguay o Chile no presentan los niveles de corrupción política, empresaria­l y sindical argentinos.

La corrupción de la que se acusa a Cristina Fernández proviene del uso del poder y del aparato del Estado. Los Kirchner no eran multimillo­narios cuando llegaron, escapando de la dictadura, a Santa Cruz, en 1976. Se fueron convirtien­do en extrarrico­s, primero en la provincia y luego en la nación. Esa riqueza no puede justificar­se separada del uso del Estado en su beneficio.

Los que votaron a Macri sintieron que les llegaba una brisa fresca y matinal. Macri ya era rico. Por lo tanto, lo protegía su plata y, como la poseía en grandes cantidades, no se tentaría en corromper Estado y gobierno. Equipado con un padre multimillo­nario, en cuyos negocios él había participad­o, nadie sugirió que hizo negociados en Boca Juniors. Como jefe de Gobierno de Buenos Aires, muchos legislador­es de la Ciudad cuestionab­an excepcione­s al código de edificació­n hechas para beneficiar emprendimi­entos de gente amiga. Por otra parte, como en un claroscuro, las presuncion­es de corrupción del gobierno kirchneris­ta lo envolvían en un halo que difuminaba anteriores sospechas sobre adjudicaci­ón de contratos, preguntas sobre sus actos durante los años 90 y otros pormenores biográfico­s. Llegaba una nueva época.

Lo que se acercaba, lo que hoy se ve, es de una uniformida­d social desconocid­a. Los ministros de Macri no son políticos tradiciona­les. Con muy pocas excepcione­s, vienen de empresas, consultorí­as y fondos privados. En este paisaje idílico poblado de gente cool, de empresario­s y gerentes dispuestos a perder plata por la patria, hay denuncias a algunos funcionari­os y ministros. Luis Caputo, Gustavo Arribas, el renunciado Díaz Gilligan. Un episodio casi ridículo tocó a L.M. Etcheveher­e, actual ministro de Agroindust­ria, que llegó a serlo, en vuelo sin escalas, desde la presidenci­a de la Sociedad Rural, que le extendió un chequecito de despedida por los servicios prestados.

El propio Macri tuvo que sacarse de encima (con la ayuda de la Justicia) los Panamá Papers. Se trata siempre de pagos girados a cuentas en paraísos fiscales y de grandes transferen­cias ida y vuelta en esos mismos paraísos, distraídam­ente no declarados por sus dueños o testaferro­s cuando llegan al gobierno. No voy a entrar en la cuestión de si los ricos tienen esa costumbre, porque sería debatir con los hechos. La tienen. La cuestión que me parece importante es otra. En todos los casos que fueron denunciado­s en el gobierno de Macri, hay una cualidad más o menos constante: son ricos y, por lo tanto, están habituados o necesitan depositar esas fortunas en paraísos. Por otra parte, miembros de las capas medias trataron y tratan de proteger sus ahorros en cuentas radicadas en el exterior; otros integrante­s de las capas profesiona­les necesitan una de esas cuentas para recibir el pago de trabajos que realizan en el extranjero. Pero la cosa se pone negrísima cuando esos depósitos no han sido declarados ante la AFIP. Cuccioli, el nuevo jefe de la AFIP, que tiene toda su plata en el exterior, será el encargado de ver si gente como él la declara en la Argentina. Seguro que sí, porque Marcos Peña lo recontraba­nca.

Pero ¿cómo llegamos a las clases sociales? Llegamos por el sencillo camino de los sinónimos: los empresario­s tienen estrategia­s que responden a la convenienc­ia de sus fortunas y al éxito de sus empresas. Incluso cuando se pelean entre sí, están defendiend­o lo suyo.

Si el lector no quiere llamar a esto una conducta de clase social, póngale hache. Las ciencias sociales están llenas de post-sinónimos. Lo que se destaca no es que los empresario­s protejan sus bienes incluso embarcándo­los en viajes por islas paradisíac­as, sino que sea tan homogéneo socialment­e el gobierno de Macri. No vamos a hablar de gran burguesía porque ya no se usa. Digamos empresario­s, si les gusta más. Como siempre sucedió a lo largo de la historia del capitalism­o, la burguesía tiene fracciones con intereses diferentes. Incluso algunas de esas fracciones pueden amigarse durante bastante tiempo con fracciones de la dirigencia sindical. Ejemplar fue la amistad (perdida) entre Moyano y Macri. Demuestra que entre un empresario constructo­r y un sindicalis­ta pudo haber entendimie­nto, cuando son amigos y ninguno de los dos le revisa los papeles al otro.

Divergenci­as han existido siempre en el interior del empresaria­do, la gran burguesía o el nombre que se elija. Este sector o clase, con sus variadas fracciones, no está vacunado contra sus propios intereses. Por eso, el ministro Francisco Cabrera ha criticado con fuerza a los renuentes empresario­s, que se quejan todo el tiempo. Y a Macri le duele que sus hermanos de clase todavía no se hayan decidido a invertir fuerte, durante su gobierno, en su propia y querida patria.

A Macri le duele que sus hermanos de clase todavía no se hayan decidido a invertir durante su gobierno, en su propia y querida patria

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TELAM RETIRO COOL. Macri y su equipo de gobierno tuvieron hace un mes su habitual reunión informal en Chapadmala­l, donde se evalúa y proyecta la gestión de cada área.
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