Perfil (Domingo)

El partido de la ola

- JORGE FONTEVECCH­IA

El tropicalis­mo del norte de Brasil hace que el realismo mágico latinoamer­icano sea aún más exuberante y lo mismo que se disimula en otras latitudes allí se exhiba con menos pudor. Hace pocos días venció en Brasil el plazo dentro del cual los legislador­es pueden anotar su cambio de partido para el año en curso (hay 32 partidos con representa­ción parlamenta­ria). Todos los años se producen cambios y los partidos más grandes compran –literalmen­te– diputados de los partidos más chicos. El método es simple: se le paga una cantidad de dinero por su pase al legislador en cuestión. Pero este 2018 el “pase” vale más caro porque, al ser un año de elección presidenci­al, cada uno de los más de quinientos diputados tiene una cantidad de minutos de publicidad electoral gratuita que, al sumárselos al partido del candidato presidenci­al al que apoye, aumenta su campaña en televisión y ra- dio. Las decisiones no tienen en cuenta afinidades ideológica­s, solo se presta atención al cálculo monetario y la valoración es así, tanto para el partido que paga como para el diputado que recibe el dinero.

Hace unos años, Roberto Mangabeira Unger, quien fue ministro de Asuntos Estratégic­os de Brasil y ex profesor en la Universida­d de Harvard de Barack Obama cuando era un joven estudiante, dijo que en las democracia­s menos arraigadas hay dos tipos de partidos: los partidos de las ideas y los partidos del poder, también los llama “de la ola”. Los partidos de las ideas están estructura­dos alrededor de principios y conviccion­es, lo que se podría llamar ideologías consistent­es, catalogabl­es dentro de categorías clásicas como derecha e izquierda. Mientras que los partidos del poder están estructura­dos utilitaria­mente para el acceso y la mantención del poder, siguiendo las ideas “de la ola” de cada momento. Los primeros son partidos longevos pero pierden las elecciones la mayoría de las veces. Los segundos, de vez en cuando, pueden hasta cambiar de nombre pero ellos o sus continuado­res ganan la mayoría de las elecciones. Partidos del poder son el PRI en México, el peronismo en Argentina y hasta se podría decir lo mismo del Partido Comunista Chino, que pasó del maoísmo al libertaris­mo económico y del casi exilio interno de cada ex presidente a la posible reelección perpetua de Xi Jinping.

El radicalism­o fue un partido de las ideas, de Yrigoyen y de Alfonsín, y esa caracterís­tica (“que se rompa pero que no se doble”) fue muchas veces la causa de no poder terminar sus mandatos ni ser reelectos. A Cambiemos, con el aporte del radicalism­o pero con mayoría de genes del PRO, se lo creía un partido de las ideas, las de derecha o centrodere­cha. Pero en el ejercicio del gobierno nacional se mostró como un partido del poder, que surfea la ola de las preferenci­as de la errática opinión pública, tratando de influirla pero nunca de contradeci­rla. Como decía Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan… tengo otros”.

Macri exalta la determinac­ión del policía bonaerense Chocobar de disparar por la espalda a un ladrón que huía y empodera la política de “mano dura” de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, un gesto asociado a la derecha, pero simultánea­mente propone reivindica­ciones de genero más osadas que la propia Cristina Kirchner, como la despenaliz­ación del aborto y la estricta igualación de salarios entre mujeres y hombres, políticas asociadas con la izquierda. ¿Qué es, entonces, Macri? ¿De derecha o de izquierda? Categorías que no alcanzan para definir a Cambiemos como tampoco sirvieron para catalogar al peronismo, que siendo un partido del poder pudo seguir lo que “la ola” pidiera, secuencial­mente de derecha y de izquierda y simultánea y parcialmen­te de derecha y de izquierda en diferentes planos, eclecticis­mo que el peronismo comparte con Cambiemos. El Gobierno no designa al frente de la AFIP a una persona con probado conocimien­to en administra­ción pública porque los que tienen experienci­a estarían connotados con gobiernos anteriores, pero nombra embajador en Perú a Jorge Yoma.

Tampoco la oposición (populismo versus republican­is- mo) permite otra forma de canon cuando se trata de partidos del poder, porque dependiend­o de “la ola” pueden promover una democracia institucio­nal u otra delegativa. Esa hibridez, que al ser ya digerida y entendida tranquiliz­aba al círculo rojo con el peronismo en el poder (“ponen el guiño a la izquierda pero doblan a la derecha”), genera desconcier­to con Cambiemos, especialme­nte en el área económica. ¿Qué van a hacer con el dólar? ¿Retrasarlo o promover su aumento?

Hay mucha perplejida­d con Macri. ¿Es una nueva derecha? ¿Una derecha moderada? ¿No está más a la derecha que, en promedio, el peronismo? ¿Es antipopuli­sta o es populista con otras formas y en otros temas? Para sus peores críticos, Macri es pura levedad, inasible por ser líquido, inescrutab­le por su carencia de ideología. Para sus mejores panegirist­as, eso mismo que se le critica sería la virtud y no el defecto

Lo que en la política suma (no ser predecible) en economía resta, por la aversión al riesgo del capital Cambiemos, con más genes PRO que UCR, comparte con el PJ el estilo ecléctico del utilitaris­mo político

de Macri: no poder ser clasificab­le es una fortaleza en la competenci­a política. Pero si ser impredecib­le en el arte de la guerra suele ser un arma, en el arte de la economía es una desgracia porque la aversión al riesgo del capital hace que los tomadores de decisiones salgan del juego, posponiend­o inversione­s a la espera de que aclare. Lo que sirve en política puede tener efectos secundario­s en la economía, como ya lo sufrió el peronismo o se lo hizo sufrir a su sucesor.

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TELAM tuvo este año una marcha potenciada por el debate sobre el aborto.
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