Ama de casa desesperada
Un psicoterapeuta y una fotocopiadora fueron los dos elementos de salvación de Barbara T. Smith. Al primero lo visitó en 1958 cuando en medio de una crisis existencial, casi bordeando los 30 años, casada y con varios hijos vio que su vida no era lo que quería para ella. El profesional, lejos de apaciguar su angustia, esa opresión que sentía en el ámbito familiar, le recomendó leer a Simone de Beauvoir y le dio a conocer a Betty Friedan. El matrimonio de Smith no lo resistió y a mediados de los años 60 esta mujer que había estudiado arte, historia y religión se volvió artista. Para ello compró una máquina Xerox y la instaló en su casa. Casi como reemplazo del marido, se puede decir en una versión conservadora. O como ejercicio extremo de su independencia en el uso excepcional, para esos años, de una tecnología multiplicadora y democrática. Con la Xerox hizo sus primeros palotes: fotocopió todo lo que pudo. Platos, flores, pertenencias de sus hijos, de los que había perdido la custodia. De su propio cuerpo con el que estaba sufriendo el trauma de ese momento. Do Not Touch, de 1966, es la fotocopia en blanco y negro, opaca y muy difusa, del clítoris de Smith. La segunda etapa fue el salto al vacío de la performance. En la Universidad de California conoció a Chris Burden y Nancy Buchanan y luego realizó obras con Judson Church y Alex Hay, precursores de esta iniciativa. Con Feed Me (1973) invierte radicalmente, a su entender, el lugar de la mujer nutricia. Allí pedía que la audiencia la alimentara en un sentido muy amplio: vino, marihuana, sexo. Smith estaba sentada desnuda y balbuceaba esa consigna como si fuera un mantra.