¿Cuál es el monstruo verdadero?
“Invitamos al eventual lector de Colombia o del Paraguay a que nos remita los nombres, la fidedigna descripción y los hábitos más conspicuos de los monstruos locales”. Esto escribía Borges en el prólogo de 1967 al Libro de los seres imaginarios, concienzudo manual en orden alfabético de “los extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la fantasía de los hombres”. Del Glifo a los Animales esféricos, de los Nagas al Simurg (donde encontramos la leyenda del Fénix), de los Trolls a los Icitiocentauros, Borges y Margarita Guerrero ofrecen un esqueleto, un organismo inicial que puede completarse, porque la lectura es infinita, como infinita la imaginación humana, así como incompleta y en permanente relación con su propia muerte durante el sueño, entre las dudas de la angustia y la ferocidad de las pesadillas. Pero este inicio enumerativo, pasión borgeana o taxonomía de referencias milimétricas, tiende la mano a otros ejemplos. Monstruos locales, refiere Borges. Años después, este país se ocuparía de alimentar a varios, incluso idolatrarlos. Pero la literatura argentina ya tenía pasión por ellos. Algo monstruoso luce el Rosas invocado por Echeverría en El Matadero; inquietante monstruosidad lucen los ciegos en el tercer capítulo de Sobre héroes y tumbas de Sábato; donguis de Wilcock, tadeys en Osvaldo Lamborghini, prefiguran especies cruza entre animal y humanos; los enanos en Matando enanos a garrotazos de Laiseca, como señalara Matías Raia en la Revista Invisibles, remiten al novelista Horacio Romeu y al poeta Gallardo Drago, dos fantasmas en un guiño a la monstruosidad literaria. Luego está Pablo Farrés con sus niños perro y el cerebro isla alucinógeno (Malvinas) en Mi pequeña guerra inútil. Queda la extrañeza de Felipe Polleri con Los animales de Montevideo, monstruos de la demencia como permanente amenaza humana. Al gran monstruo de los océanos, la ballena Moby Dick de Melville, siguió el reemplazo desde la densidad del cine. Hace unos años referimos en este suplemento a H.R. Giger, el creador físico de Alien, y al film Qué difícil es ser un Dios de Aleksey German. El primero dio forma a una especie parásita y destructiva (¿una evolución humana alterada?), el segundo situó a un extraterrestre tratado como dios entre homínidos deformes y precarios. La perfección de un arma contra la imperfección hedionda. Pensando hacia el futuro, la ciencia ficción ha generado predicciones que confluyen en la amenaza de un nuevo Golem: Hall, el procesador autosuficiente en 2001 de Kubrick, los drones a turbina en Terminator, los replicantes en las dos Blade Runner ( Yo Robot, IA, remiten a la copia independiente), en sí, los ejemplos del rubro indican un nuevo enemigo para el hombre. Por caso, ya existen drones como arma de destrucción bajo un algoritmo basado en los patrones de ataque de las avispas. También robots de combate que reemplazan tanto al hombre como a las armas. Y la mímesis en exoesqueletos que dan habilidades hiperdinámicas a los soldados. Queda la pregunta: ¿cuál es el monstruo verdadero?