Una invitación teatral perfecta en nuestro circuito comercial
El novel dramaturgo, Jordi Vallejo, estrenó El test en España (2017) y va por su segunda temporada. Este autor llega del mundo del cine y la televisión. Se licenció en guión en la Escuela Superior de Cines y Audiovisuales de Cataluña (Escac) e inmediatamente emprendió una importante carrera. Se evidencian sus antecedentes en esta primera obra –ganadora del premio Fray Luis de León de Castilla-León (2014)– por el ritmo que le imprime a sus diálogos. Aunque hay que aclarar que lo conocemos a través de la versión de nuestro dramaturgo y director Daniel Veronese.
Tanto en sus presentaciones en Madrid como en otras ciudades fue inmediata la asociación con otra creadora muy conocida en Buenos Aires: Yasmina Reza ( Art y Un Dios salvaje, por solo nombrar las más exitosas aquí). El argumento es provocador. Dos parejas se reúnen para cenar y uno de ellos dispara una oferta: “¿Cien mil dólares ahora o un millón dentro de diez años?”. Este cuestionario parece un simple test de personalidad, pero con esta pregunta va desnudando a los cuatro protagonistas. ¿Es que la relación que hoy tenemos los seres humanos con el vil metal modifica nuestra ética y principios?
La resolución dramática está armada como un juego de ajedrez, inteligente, ingenioso, sin groserías, ni tampoco encasillamientos por parte del dramaturgo hacia sus criaturas… nadie es tan bueno, ni tan malo y ahí está el mayor acierto. En este texto versionado por Veronese se intuye alguna síntesis, ya que el público español prefiere espectáculos teatrales largos, mientras que el nuestro no. Aquí nuevamente se muestra como un gran director de actores, sobre todo cuando encuentra a este cuarteto que lo sigue a la perfección y lo hace recorrer con acierto todo el espacio escénico. El dúo integrado por Jorge Suárez y Carlos Belloso (el mismo de El inspector, el año pasado en el San Martín) confirma la química escénica. Tanto Viviana Saccone como María Zubirí contraponen a estos dos caballeros con seguridad y presencia. No hay papeles secundarios, todos son importantes y están ajustados. Para que esta teatralidad realista acierte exige credibilidad y ellos la consiguen. Enmarcada en una escenografía de Rodrigo González Garillo con todo tipo de detalles, sumado a los guiños en el vestuario de Betiana Temkin y la iluminación de Eli Sirlin, resulta una invitación teatral perfecta. No siempre los escenarios comerciales proponen una reflexión, porque no alcanza con presentar un espejo, hay que tener qué decir con las críticas a esta sociedad cada vez más compleja.